La idea de una educación estética podemos encontrarla en la Grecia clásica y en el pensamiento helenístico. Además de las célebres reflexiones de Platón y Aristóteles en torno a la Belleza y la mímesis, un autor tan retorcidamente metafísico como Plotino aseguraba que, una vez alcanzado un nivel básico de virtud ética y política, el ser humano debía ascender hacia a la “virtud dianoética” del conocimiento por medio de la contemplación de lo Bello. Así, sumergida el alma en su propia vida espiritual, podría vislumbrar la idea en la cosa corpórea y ascender de la belleza material a la belleza espiritual.
Sin embargo, ninguna de las reflexiones clásicas sobre lo belleza se realizó desde una disciplina diferenciada de las demás. La contemplación de lo Bello, con mayúsculas, era siempre un momento aislado en el camino hacia la Verdad o hacia la integración con el Uno-todo. Así, habrá que esperar hasta la Ilustración europea del siglo XVIII para hallar el nacimiento de una disciplina estética con plena autonomía y diferenciada entre los saberes humanos. Y en ese contexto, entre las luces y las primeras sombras del proyecto ilustrado, una figura sobresale entre las demás para fundar este nuevo saber autónomo: el alemán Friedrich Schiller.
Sin embargo, ninguna de las reflexiones clásicas sobre lo belleza se realizó desde una disciplina diferenciada de las demás. La contemplación de lo Bello, con mayúsculas, era siempre un momento aislado en el camino hacia la Verdad o hacia la integración con el Uno-todo. Así, habrá que esperar hasta la Ilustración europea del siglo XVIII para hallar el nacimiento de una disciplina estética con plena autonomía y diferenciada entre los saberes humanos. Y en ese contexto, entre las luces y las primeras sombras del proyecto ilustrado, una figura sobresale entre las demás para fundar este nuevo saber autónomo: el alemán Friedrich Schiller.
Schiller formulará su idea de una educación estética de la humanidad a partir de dos acontecimientos: la lectura de la Crítica del juicio de Immanuel Kant y la Revolución francesa. La estética kantiana le permitirá encontrar un contrapeso frente a la moral del filósofo de Königsberg, cuya excesiva carga de formalismo y rigorismo le espantan. Simultáneamente, entregado a la lectura de Kant, la Revolución le servirá para confirmar que la razón no es suficiente para educar a la humanidad. El culto a las luces puede conducir, paradójicamente, al terror. Para Schiller, la Revolución francesa fue un “instante generoso” que encontró una “generación insensible”. Los excesos de la Revolución demuestran, según el autor alemán, que los hombres aún no son capaces de libertad. La Francia revolucionaria confirma que es necesaria una revolución alternativa de tipo espiritual.
¿Y cuál será el punto de partida para encontrar esa vía de salvación en la tierra? ¿Cómo puede impulsarse una revolución espiritual que permita, por extensión, poner fin a la estructura represiva del Antiguo Régimen? Según Schiller, el juego del arte es el único medio que puede hacer a los hombres verdaderamente libres. El ser humano debe conseguir sus metas en su interior, y más tarde, cuando las circunstancias maduren, también externamente. En definitiva, Schiller deposita todas sus esperanzas en la acción liberadora del arte y la literatura.
Ahora bien, ¿qué entiende Schiller por ser libre interiormente? Se refiere, básicamente, a la independencia de las pasiones. De una manera u otra, el hombre está dominado por su naturaleza y no puede dominarse a sí mismo. Ni siquiera el progreso de la ciencia y la técnica han provocado un período de florecimiento del espíritu libre e investigador. A su juicio, no han de sobrevalorarse los logros modernos. La Ilustración y la ciencia no han pasado de ser una mera “cultura teórica”, un asunto externo para gentes que interiormente siguen siendo bárbaras.
La prioridad para Schiller consistirá en abrir para el hombre un campo de prácticas de la libertad. Sin embargo, Schiller no se conforma con esto. Piensa que el mundo estético no es sólo un campo de prácticas para el refinamiento y el ennoblecimiento de las sensaciones, sino que, además, es el lugar donde el hombre se convierte explícitamente en lo que ya es siempre de manera implícita: un homo ludens. En sus Cartas sobre la educación estética del Hombre, concretamente en la epístola número 15, Schiller expone esta tesis de enormes consecuencias para la comprensión de la cultura en general y de la cultura moderna en particular: “Expresado con toda brevedad, el hombre sólo juega cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra, y sólo es enteramente hombre cuando juega”.
Los juegos a los que se refiere Schiller son fundamentalmente el arte y la literatura. Además, apunta que en ese mundo lúdico se desarrolla la civilización entera, pues ésta es también juego. La civilización es una institución que presenta muchos casos serios mediante acciones lúdicas. Schiller es uno de los primeros filósofos que resaltan que el camino de la naturaleza a la cultura transcurre a través de rituales, tabúes o símbolos. La sexualidad, por ejemplo, se sublima como juego erótico, y así deja de ser meramente animal para volverse verdaderamente humana. El juego abre espacios de libertad. Esto es válido también para la violencia. La cultura tiene que contar con ella en los combates ritualizados, en las competiciones deportivas, en las contiendas retóricas. El universo simbólico de la cultura alivia las amenazas más graves para el ser humano, como la muerte y la aniquilación recíproca.
En resumen, necesitamos libertad frente a las meras consideraciones utilitarias. Según Schiller, la sociedad burguesa está más que nunca bajo el dictado de la utilidad. La describe como un sistema cerrado de racionalidad medio-fin y de razón instrumental, es decir, como una máquina social: “La utilidad es el gran ídolo de la época, un ídolo al que sirven todas las fuerzas y han de rendir homenaje todos los talentos. En esta tosca balanza no tiene ningún peso el mérito espiritual del arte, que, despojado de todo estímulo, desaparece ante el ruidoso mercado del siglo”. El arte nos enseña que las cosas importantes de la vida, léase el amor, la amistad, la generosidad, la política y hasta el propio arte, tienen su fin en sí mismos; nos indica que su sentido no es, ante todo, servir a otro fin funcional. El arte, lo mismo que todo juego, es autónomo. Tiene reglas, pero se las otorga a sí mismo.
2 comentarios:
Buenas tarde, ¿me podría facilitar la referencia bibliográfica? Para acudir a la fuente, Muchas gracias,
un saludo,
Alba
Like si has llegado aquí intentando saber sobre la opo de 2019 xD
Publicar un comentario