1 sept 2015

A MODO DE EPÍLOGO



A modo de epílogo

Xavier Artigas, coautor del proyecto ‘Culturas audiovisuales emancipadoras: deconstruyendo códigos activistas’, coincidiría con Marcuse en que el arte por sí solo tal vez no pueda cambiar el mundo, pero sí puede contribuir a transformar la conciencia y los impulsos de personas capaces de cambiarlo.

Narrar varios episodios de tortura en la Barcelona contemporánea es algo necesario. Lo es desde un punto de vista ético-político. Ahora bien, ¿es indispensable renunciar a la sublimación estética? ¿Puede el naturalismo despertar conciencias? ¿Puede llegar a un público amplio o, al menos, a sectores que no estén previamente convencidos del mensaje que se pretende transmitir? ¿Cómo llegar más allá, cómo enlazar la potencia del arte con la necesidad de denuncia y transformación?

Nietzsche nos enseña que una concienciación social basada solamente en el suministro de información es inútil. La racionalidad no es más que una construcción secundaria, muchas veces superflua o accesoria respecto al verdadero funcionamiento del organismo en relación con su medio. Son los impulsos los que actúan como una especie de memoria de evaluaciones vitales incorporadas a los mecanismos de la acción. El cuerpo funciona como primera instancia en nuestros comportamientos reales. Por eso no basta con aumentar nuestra información para alterar nuestra manera de interpretar la realidad. El exceso de información, paradójicamente, puede contribuir a la fragmentación, a la inmunización y a la congelación de la reacción.

Por otro lado, el rechazo de la sublimación estética reduce las obras de arte a la condición de fragmentos de la misma sociedad a la que se dirigen. Por eso, como indicarían Vattimo o Marcuse, la obra de arte sólo puede alcanzar relevancia política como producción autónoma. No se trata de una autonomía absoluta, encerrada en sí misma, sino de una autonomía relativa, en conexión con los acontecimientos y con la vida en su sentido más amplio. La forma estética es la que nos permite elevarnos más allá de los mecanismos cognitivos convencionales y resistir a la integración en lo dado, en lo existente. 

La sublimación estética puede ayudarnos a definir como problemática, injusta o ilegítima una situación hasta entonces aceptada como natural. Al igual que los movimientos sociales, el arte puede provocar una liberación cognitiva, esto es, el cuestionamiento de principios, valores y actitudes aprendidos e interiorizados socialmente. Los mecanismos más efectivos de poder ya no son directos (militares, burocráticos), sino difusos (ideológicos, financieros). La resistencia frente a estos poderes difusos requiere esfuerzos simbólicos, cognitivos, que nos ayuden a desenmascarar las distorsiones ideológicas que consolidan las relaciones de dominación imperantes. La inconsciencia con respecto a las ideologías no se puede superar solamente por la vía socrática-racional, y mucho menos a través del aislamiento romántico. Por eso, la sublimación estética y una subjetividad renovada, vitalista y equilibrada resultan más necesarias que nunca. 


“El arte posee su propio lenguaje e ilumina la realidad sólo a través de este otro lenguaje. El arte posee, por otra parte, su propia dimensión de afirmación y negación, una dimensión imposible de coordinar con el proceso social de producción”. La dimensión estética, Herbert Marcuse