El arte nos ofrece una compensación ante lo que Schiller describe como la deformación específica de la sociedad burguesa: el sistema desarrollado de la división del trabajo. La sociedad moderna ha realizado progresos extraordinarios en los ámbitos de la técnica, la ciencia y las artes mecánicas, gracias fundamentalmente a la división del trabajo y la especialización. Pero en la misma medida en que la sociedad en conjunto se hace más rica y compleja, conduce al empobrecimiento del individuo en lo relativo al desarrollo de sus disposiciones y fuerzas. En cuanto el todo se muestra como una totalidad rica, el individuo deja de ser lo que había de ser en la antigüedad: una persona como totalidad en pequeño. En lugar de esto hoy sólo hallamos en los hombres pequeños fragmentos y, como consecuencia, “hay que ir buscando entre individuo e individuo para encontrar reunida la totalidad de la especie”. Cada cual entiende sólo de un arte mecánico particular, sea material o intelectual.
Sin embargo, frente a la ingenua tentación de idealizar un pasado mejor, Schiller admite que, si bien para los individuos no es buena esta desmembración de su esencia, la especie no habría podido progresar de otra manera. Para desarrollar a la especie en su conjunto no había otro medio que dividirla entre individuos e incluso oponer a éstos entre sí. Schiller designa el “antagonismo de las fuerzas” como “el gran instrumento de la cultura” para realizar en el todo social la riqueza de las capacidades esenciales del hombre, dejándola ausente en la gran masa de los individuos. El juego del arte ha de compensar, ya que no puede superar, esta llaga de una sociedad basada en la división del trabajo, que convierte a los hombres en un fragmento, en mera “copia de su trabajo”. El juego del arte anima al hombre a jugar con todas sus fuerzas, con la razón, el sentimiento, la imaginación, el recuerdo y la esperanza. Este juego libre redime de las limitaciones basadas en la división del trabajo. Permite al individuo convertirse en un todo, en una totalidad en pequeño, aunque sólo sea en el instante y el ámbito limitados del arte.
Por ello, Schiller hablará en sus Cartas sobre la educación estética del hombre de la escisión, de la ruptura, de la pérdida de totalidad que se traduce tanto en el desencantamiento del mundo como en la fragmentación de la persona humana. Mientras en los griegos no encontramos todavía una escisión entre los sentidos y el espíritu, entre la naturaleza y la razón, en la Modernidad cada individuo sólo desarrolla una de sus facultades y por eso se convierte en un mero fragmento de humanidad. Schiller encuentra un culpable: el entendimiento, que, al disociarlo todo, impone a la humanidad todo tipo de consecuencias nefastas. El individuo se convierte en una pieza abstracta y alienada del engranaje. El pensamiento vacila entre la especulación alejada de la realidad y el pragmatismo más utilitarista e interesado. Schiller considera que hay un salvajismo primitivo que corresponde a la anarquía de los instintos; pero la ilustración, es decir, la civilización, puede conducir también a una relajación de la energía vital y a la depravación de las costumbres. Por medio de una especie de giro dialéctico, la moral civilizada, que justifica las reivindicaciones del egoísmo y del materialismo, termina convirtiendo a la naturaleza y a los instintos en los legisladores definitivos de la moral.
Nos encontramos así en la encrucijada de la Modernidad, en esa intersección en la que el proyecto ilustrado muestra su carácter ambivalente de luces y sombras. La fragmentación como fuente de progreso; el desarrollo del individuo por medio de la renuncia a la totalidad, y la institucionalización de la lucha de todos contra todos. En definitiva, el antagonismo como estímulo para que el individuo despliegue todas sus posibilidades. La especialización como condena del individuo al mismo tiempo que como estrategia pragmática para el progreso social. ¿Cómo resolver este conflicto entre una naturaleza que tiende al progreso mediante el sacrificio de la totalidad y las exigencias de una razón que intenta salvar esta totalidad? ¿Cómo recuperar ese milagro griego que consistió en armonizar la naturaleza y la cultura?
La respuesta de Schiller es sencilla: por medio de la Belleza. El arte es lo propio del hombre. Es la actividad por la que el ser humano se eleva por encima de los apetitos y las determinaciones de los instintos, al tiempo que se mantiene en el terreno de lo sensible y no se deja llevar por la abstracción y el utilitarismo del entendimiento. El arte es ese nexo que permite recoger los fragmentos dispersos del hombre alienado, y reconciliar su naturaleza sensible con su naturaleza racional.
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