19 ago 2015

LA GENERALIDAD DE LA TERAPIA SOCRÁTICO-RACIONALISTA



La terapia racionalista, a juicio de Nietzsche, es un remedio con demasiados inconvenientes. En primer lugar, la apuesta por la abstracción y la conceptualización desdibuja las diferencias entre una pluralidad de enfermedades y curas. Asimismo, la racionalidad propone un fármaco que no es lo suficientemente amargo contra la supuesta situación de decadencia. Los filósofos ilustrados, los científicos, los moralistas, en definitiva, los partidarios de las ideas modernas creen ingenuamente que pueden remediar el problema haciendo la guerra a la enfermedad, apostando por una racionalidad a cualquier precio: “¿Es preciso mostrar aún el error que subyace en la fe de Sócrates en la racionalidad a cualquier precio? Los filósofos y moralistas se engañan a sí mismos al creer que salen de la décadence haciendo la guerra contra ella. Salir de aquí está fuera de su fuerza: lo que eligen como remedio, como salvación es ello mismo de nuevo una expresión de décadence: ellos transforman su expresión, pero no la eliminan”[1].

Nietzsche arremete igualmente contra el recurso de Sócrates al “ideal ascético”. En lugar de concertar una alianza apolíneo-dionisiaca, se atrinchera en una posición que no sólo no entiende el dolor como estímulo para la autosuperación, sino que excluye lo otro y antepone la autosuperación de lo ya existente. Curiosamente, esta estrategia de Sócrates no es muy diferente de la solución romántico-wagneriana: frente a la situación de decadencia cultural contra la que protestan abiertamente, ambas se erigen como último recurso enmascarador de una realidad alienante. La seducción de Wagner y Sócrates proviene de la misma fuente: refuerzan a los débiles en su debilidad y, a través de gestos exagerados, suministran una cura que seduce a la vanidad individual, una cura por la que los individuos no tienen que luchar o esforzarse.

Así, apoyado en la sutil diferenciación entre apertura apolínea-dionisíaca y armadura romántica, Nietzsche abre uno de los capítulos más decisivos de la reflexión crítica contemporánea: el problema de la dialéctica de la ilustración. Ya en la primera edición de El nacimiento de la tragedia apuntaba a que la única terapia que protege de caer en las contradicciones autodestructoras de la racionalidad socrática consistía en buscar en nuestra naturaleza una nueva comprensión de lo otro. Desde estas premisas, Nietzsche anticipa el proyecto frankfurtiano de recordar la naturaleza en el sujeto con el fin de que ésta no regrese neuróticamente como naturaleza reprimida (“la venganza de lo reprimido”).

Nietzsche utiliza la figura del rey Penteo en Las Bacantes de Eurípides como ejemplo de las contradicciones a las que conduce la racionalidad socrática. En el momento central de la tragedia, el rey tebano refleja su rigidez moral al prohibir el culto a Dioniso y la participación de los ciudadanos en los coros de bacantes que se forman en las afueras de la polis. Como respuesta, el dios del vino ofrece al rey Penteo la posibilidad de asistir disfrazado a uno de sus ritos. El rey, que se debate entre la fascinación y el rechazo visceral de esa peste contagiosa para el orden de la ciudad, acude al monte y asiste a una escena dionisíaca, con la “mala suerte” de que un coro de ménades dirigido por Agave, la madre de Dioniso, le confunde con un cachorro de león y cumple en él dos de los rituales dionisíacos: el descuartizamiento y la ingesta de carne cruda de la víctima. Nietzsche destaca así el “carácter autoritario” y reprimido del rey Penteo, que se desgarra entre su puritanismo y la atracción fatal por el abismo. No sólo es incapaz de resistirse a la seducción de lo dionisíaco, sino que cuanto más lo reprime más víctima acaba siendo. El sacrificio último del rey Penteo muestra el carácter autodestructivo del puritanismo moral extremo, así como el carácter mítico inherente al empeño por agarrarse al orden y a la racionalidad a cualquier precio.

[1] Crepúsculo de los ídolos, 11.

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