12 ago 2015

CRÍTICA DEL GIRO ANTROPOLÓGICO MARXISTA



Marx, como decíamos, hereda la preocupación desinteresada de Schiller por la realización completa de las capacidades humanas como un fin en sí mismo. Lo que les diferencia, obviamente, es la consideración del proceso por el que esto puede ser factible en la Historia. 

La principal aportación de Marx consiste en conectar la noble visión schilleriana con unas fuerzas políticas y sociales extremadamente parciales, particulares y unilaterales. Para Marx, la sociedad estética será el fruto de la acción política más decididamente instrumental. La pluralidad definitiva de las capacidades sólo emergerá del partidismo más absoluto. Es como si la emancipación desinteresada de las facultades humanas se cumpliera no pasando de largo ante los intereses sociales específicos, sino atravesándolos totalmente y saliendo por el otro lado. Sólo así, con un movimiento de este tipo, se puede resolver el enigma schilleriano de cómo una cultura ideal, por definición hostil a intereses particulares, puede llevar a cabo su existencia material sin ponerla en peligro fatalmente.

Sin embargo, Terry Eagleton también cuestiona algunos de los puntos de partida de esta antropología marxista. Así, en primer lugar, detecta que en sus momentos más álgidos de humanismo romántico, Marx asume aparentemente que las capacidades humanas sólo degeneran a causa de su alienación, represión, disociación o unilateralidad. Ésta tal vez sea una ilusión peligrosa, porque entre nuestras capacidades debemos contar también con el poder de torturar y declarar la guerra. Ya los propios términos “poder” y “capacidad” suenan engañosamente positivos, al igual que el término “creativo”. 

Además, si el ideal de Marx se refiere a la realización personal a través y en relación con los demás, ¿qué debemos entender por las llamadas “modalidades deseables de autorrealización recíproca”? ¿Bajo qué criterios tienen que ser evaluadas esas modalidades? Habermas objetaría a Marx que dichos criterios deberían ser determinados de forma discursiva. Dado que Marx sigue atrapado dentro de una filosofia del sujeto que pasa por alto este proceso de comunicación intersubjetiva, para él no se trata tanto de evaluar discursivamente las capacidades humanas, como de actualizarlas. La posición de Marx no sólo da por sentada la naturaleza positiva de las capacidades humanas, sino que parece asumir que estas capacidades y necesidades se hacen intuitivamente presentes al sujeto, es decir, se dan espontáneamente a través del proceso histórico y fuera del contexto de la comunicación intersubjetiva. 

En segundo lugar, si las capacidades humanas podrían estar lejos, en algunos casos, de actuar como espontáneamente positivas, su emancipación parece requerir una cuidadosa discriminación. Ciertas formas de trabajo podrían ser sencillamente incompatibles con los valores socialistas de la autonomía personal, la cooperación y la realización personal creativa. De hecho, el propio Marx parece sostener que algún tipo de labor residual pesada siempre caracterizará el proceso de trabajo, y que la expansión de las fuerzas productivas es necesaria para liberar a hombres y mujeres de esta actividad hostil. La evolución de las fuerzas productivas, en otras palabras, podría suponer una regresión real de todas las capacidades políticas que necesitan ser alimentadas si se pretende que el socialismo se apropie de ellas. Y si consideramos que el desarrollo de las fuerzas productivas es instrumental para la realización de las capacidades humanas, entonces surge inevitablemente la cuestión de cuál puede ser la mejor forma de desarrollo material para cumplir este objetivo.

Por último, no podemos dejar de lado una línea de crítica que, por muy ventajista y ahistórica que resulte, no deja de ser una evidencia para muchos críticos del marxismo, a saber: el ideal marxista de la libre realización de las capacidades y poderes humanos choca frontalmente contra la crítica feminista y el relativismo cultural. En efecto, no es difícil detectar dentro de este enérgico sujeto autoproductor la sombra del varón viril occidental y etnocéntrico. La perspectiva ética derivada del giro antropológico marxista parece que deja poco espacio a valores como la quietud y la receptividad, la pasividad sabia, la ataraxia o la posibilidad de ser el objeto de la actuación creativa de otros.

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