16 ago 2015

EPÍLOGO A LA PRIMERA PARTE



Precisamente cuando este largo recorrido me obliga a extraer conclusiones entre el homo ludens y el homo faber, entre el hombre que juega para ser completo y el hombre artesano que controla su producto mediante una técnica y encuentra su ser genérico en su actividad, los músicos malienses Toumani Diabaté y Sidiki Tiabaté, padre y hijo, salen a escena. Cada uno con una kora —un instrumento musical formado por 21 cuerdas sobre una calabaza, a medio camino entre el arpa y el laúd árabe—, ambos músicos improvisan, recomponen sus canciones, conectan tradición y modernidad, arte y vida, mientras juegan a alternar sus roles como acompañante y solista. Nada es previsible. El virtuosismo se une con la imaginación; la perfección, con la tradición; el arte, con la historia; el producto, con la vida.

Toumani Diabaté explica que su hijo Sidiki es posiblemente el músico pop más conocido de su país. Pero hay algo que lo distingue del resto de estrellas musicales mediáticas: nunca ha dejado de tocar la kora. A diferencia de Lady Gaga, Ozzy Osbourne o Jay Z, sigue aprendiendo el arte ancestral de la kora y sigue mejorando como músico. Toumani y Sidiki, padre e hijo, son un museo viviente; pero, a diferencia de los museos convencionales, su arte está vivo. Sólo de esa forma puede comprenderse una composición como Lampedusa, una reintepretación de una canción tradicional que sirve como homenaje a las 368 personas fallecidas al intentar alcanzar la orilla de un continente que se ahoga en su propio narcisismo, en su propia decadencia. 

Toumani y Sidiki Diabaté tal vez representen ese paisaje del que hablaba Marcuse, ese medio de experiencia libidinal que ya no existe para nosotros. Schiller se lamentaba de que en el ámbito de la vida social más refinada se había impuesto el egoísmo (hoy, tal vez, hablaríamos de “narcicismo”). Quizá la lección que podamos aprender de Toumani y Sidiki, ambos homo ludens y homo faber, ambos seres completos y genéricos, es que el camino tal vez debería pasar por conseguir, como sugería Marx, la humanización de la naturaleza y la naturalización del hombre. La ilusión narcisista que nos convierte en individuos rotos, fragmentados, escindidos, inmunizados y competitivos, desprovistos de juicio y de sentido, obliga a plantear ese giro antropológico que nos ayude a encontrar aquellos contextos o prácticas en los que podamos elaborar nuestro mundo objetivo. Sólo de esa manera podremos afirmarnos realmente como el ser genérico y completo que somos. 

“Sucede que ustedes, en Occidente, regalan a los niños muñecas o teléfonos móviles. Nosotros preferimos regalarles instrumentos de música desde que tienen uno o dos años. Así es muy difícil que no les interese nuestra tradición: es lo que les rodea, lo que viven y lo que oyen”. Toumani Diabaté.


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