29 ago 2015

LA DIMENSIÓN ESTÉTICA



Como otros discípulos de Horkheimer, Marcuse muestra su admiración hacia la concepción kantiana del acto estético como vínculo de esperanza en el futuro de la humanidad. “Desde que el arte conquistó su autonomía”, escribió Horkheimer, “ha preservado la utopía que se desvaneció en la religión”. El arte alcanza así a constituir la expresión más acabada del “legítimo interés del hombre por el futuro” y se convierte en una promesa de felicidad.

Marcuse también admitió la influencia de Adorno en lo que se refiere al análisis y la función de los objetos de arte en el mundo contemporáneo. La obra de arte deja paso a la producción imaginativa dirigida al consumo. Ese es el destino de las vanguardias artísticas, incapaces de soslayar las limitaciones de difusión de mercado a que se ven sometidas como productoras de mercancías enfrentadas a la demanda de renovación constante. Para Adorno, el único objetivo que puede esperarse aún del arte es que nos haga patente la vacuidad de nuestras “vidas dañadas” a través de la representación de otras posibilidades de realidad más satisfactorias. Sin embargo, también aquí el arte parece incapaz de superar el engaño, pues si bien nos muestra una vida potencial diversa y mejor, se limita a presentárnosla como apariencia/fantasía, sin que jamás sea posible su traducción a la vida real.

A la obra de arte corresponde, según la crítica de Adorno, el testimonio de todas las carencias del hombre contemporáneo: debe preservar la imitación de la naturaleza (mímesis), pero a la vez consiste fundamentalmente en la construcción imaginativa y libre de objetos. Debe aspirar a la validez objetiva y universal (hecho social), mientras que simultáneamente constituye una expresión del sujeto particular. Adorno se debate entre polarizaciones que sólo tienen en común la repulsa generalizada del presente, pero que en su generalización trivializan la complejidad de la interacción que media entre el deseo de un arte autónomo y la estratificación capitalista de su comercialización. 

Marcuse, por su parte, apelará en La dimensión estética a la reconciliación erótica del hombre con la naturaleza, una reconciliación fundamentada, principalmente, en la Crítica del juicio de Kant. El juicio estético aspira al conocimiento enriquecido por el sentimiento del placer. De Kant asume también Marcuse la concepción del placer estético como ámbito de la sensibilidad y la belleza. Para Kant, la experiencia estética se manifiesta ajena a la utilidad y a todo propósito exterior. La realidad cotidiana y la experimentación racional del mundo son dos obstáculos perturbadores que nada cuentan para la perfección intelectual de la obra de arte legitimada como proceso mental.

Marcuse nunca se desprendió totalmente del idealismo estético kantiano. Sin embargo, le añadió el idealismo de la sensibilidad de Schiller y los románticos alemanes. Si para Kant la actitud estética era considerada como no real (o idealmente real), Schiller opta por integrar en ella los factores pulsionales que tradicionalmente conforman la sensualidad. La belleza debe liberar al hombre de las condiciones de existencia inhumanas: el juego y el placer serán los signos de la libertad cuando haya desaparecido la coacción de la miseria y la necesidad. Marcuse encomienda también a la actividad estética la reconciliación entre razón y sensibilidad, aunque para ello recurre a la terminología freudiana de los principios de realidad y de placer: “El instrumento de pacificación universal es la imaginación; sólo ésta es la verdad del hombre”. Es ahí, pues, donde habrá que buscar los nuevos modelos de realización individual.

El arte alienta la empresa de una nueva realidad para el hombre. Lejos de remitir exclusivamente al pasado, los símbolos y arquetipos artísticos pueden servir de modelo para las sociedades industrializadas. La creación artística detenta el protagonismo en la oposición frente a la racionalidad dominante, puesto que representa un orden distinto, invoca a la sensualidad y se enfrenta a los tabúes de la lógica del beneficio y la represión. 

Desgraciadamente, el fracaso de la rebelión estudiantil y la comercialización de las prácticas liberadoras amortiguaron las primeras ilusiones emancipadoras de Marcuse. Desde los años setenta parecía imposible confiar en la transformación estética de la sociedad o en la realización del arte. La razón última del arte quedaba reducida al reflejo de sí mismo como una “totalidad armónica” que jamás alcanzaría el hombre. En las obras tardías de Marcuse se percibe el desvanecimiento de la esperanza en las posibilidades emancipadoras de la contracultura. Sin embargo, La dimensión estética ofreció una última esperanza: la autonomía del arte.

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