26 ago 2015

ZIZEK Y BADIOU. EL WESTERN COMO RESPUESTA AL ÚLTIMO HOMBRE



De un modo similar a Esposito, el filósofo esloveno Slavoj Zizek considera que la oposición de Nietzsche al nihilismo activo o pasivo refleja de un modo curioso la condición del sujeto contemporáneo. Nos encontramos hoy con la figura hegemónica de un sujeto liberal que, como el ‘último hombre’ descrito por Nietzsche, sólo se preocupa por sus placeres privados, sus ideales de felicidad y su entretenimiento. De este modo, el individuo cae en una vorágine de supervivencia pura, sin compromiso, desprovisto totalmente de alguna perspectiva que le oriente hacia una misión histórica. Es como si se aceptara comúnmente que la vida no tiene un significado último, y que el único fin razonable es la felicidad personal. Así, el problema del fin de la historia, pregonado por Fukuyama y aceptado implícitamente por el individuo contemporáneo, está acompañado de una cierta suspensión del compromiso y de la responsabilidad histórica.

En respuesta a esa apuesta de los últimos hombres por una vida entendida como mera supervivencia, autores como Alain Badiou o el propio Zizek proponen un ideal de vida impregnado de un cierto exceso. Para ellos, la vida no es simple zoé: materia viviente. Siempre hay algo por lo que uno puede arriesgarse, y es ahí donde aparecen valores éticos tradicionales como el honor, la vergüenza, la eternidad, el coraje o la libertad. Precisamente Badiou, desmarcándose de ciertos clichés al uso, reivindica el western norteamericano como un género centrado en el valor del coraje, en la defensa de una vida con cierto exceso, más preocupada por querer la nada, llegado el caso, que por dejar de querer.

Según Zizek, la crisis que sacudió al western a comienzos de los años cuarenta podría interpretarse como parte de una deriva ideológica conservadora. Sin embargo, ya en los años cincuenta hubo un cierto resurgimiento en el que se podía apreciar una cierta nostalgia hacia los valores del western tradicional. El primero de esa serie podría ser Solo ante el peligro, que Badiou toma como ejemplo de defensa del coraje. Zizek va más allá y apuesta por El tren de las tres y diez y El árbol del ahorcado como apologías de la ética, el coraje y el riesgo.

“¿Por qué cosa arriesgarías el todo?”, se pregunta Zizek, que añade: “En términos generales, ésta es la preocupación central del western: ¿en qué instante crucial reúnes el coraje para arriesgar la vida misma? Por eso pienso que de ningún modo debemos menospreciar el western como una especie de fundamentalismo ideológico norteamericano. Por el contrario, creo que cada vez resulta más necesaria esa actitud heroica. En este contexto, lo que viene después de la deconstrucción y la aceptación de la contingencia radical no debería ser un escepticismo irónico universalizado en el que en cuanto te comprometes con algo debes ser consciente de que nunca te estás comprometiendo completamente. No, creo que debemos rehabilitar el sentido de compromiso pleno y el coraje de arriesgarse”.

La reivindicación de algunos valores predominantes en el western clásico busca, por otro lado, oponerse a una cierta dulcificación del cine bélico más reciente. En Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg, o en La delgada línea roja, de Terrence Malick, la denuncia de la instrumentalización del ser humano convive con una perspectiva muy similar a la del último hombre: la guerra simplemente como pesadilla, como monstruosidad incomprensible, como una pérdida patética de vidas humanas. Los hombres en el frente sólo sueñan con regresar a su hogar, donde una mujer rubia y unos hijos pequeños y encantadores les esperan en el paraíso de la casa unifamiliar. De esta forma, junto a la necesaria denuncia del horror bélico parecen quedar ocultos ciertos valores que también podrían haber inspirado a los soldados, como el heroísmo, la lucha contra el nazismo o la liberación de pueblos ocupados por genocidas.

En definitiva, Zizek y Badiou nos recuerdan que, pese al conformismo dominante, hay causas por las que merece la pena morir. La generalización del modelo del ‘último hombre’, obsesionado con sus placeres inmediatos y el entretenimiento, conduce a despreciar como meros fanáticos sin sentido a quienes están dispuestos a consagrar sus vidas a un objetivo supraindividual. El héroe, así, deja de tener sentido; se convierte en una figura quijotesca que, en sus exhibiciones idealistas, se acaba topando con la realidad de unos leones que bostezan y se limitan a buscar alimento.

No hay comentarios: