21 ago 2015

EN BUSCA DE LOS PRIMEROS BROTES DE SALUD: EL CREADOR ARTÍSTICO CLÁSICO



Es importante subrayar una vez más la relación que, para Nietzsche, se da entre el acto de creación artística con la salud y la enfermedad. El artista que creó las grandes obras maestras del arte clásico debió ser un hombre dotado con una energía corporal inagotable, fuerte de temperamento, extremadamente sensual y, por supuesto, con una percepción extraordinaria. Porque realizar esas obras ha supuesto imponer un orden racional en un conflicto entre opuestos gracias al trabajo de una voluntad unificadora. Las obras del gran estilo requieren una gran fuerza interior en el artista que logra con esfuerzo las habilidades técnicas necesarias para dar curso a esa energía. Este artista crea a partir de un sentimiento de gran potencia que se exterioriza inventando lenguajes simbólicos, imágenes bellas o ritmos armoniosos: “Sobre la génesis del arte.- Ese hacer perfecto, ver perfecto es propio del sistema cerebral recargado de fuerzas sexuales”[1].

Las diferencias entre las creaciones del artista de gran estilo y las del artista romántico-wagneriano, establecidas a partir del estado fisiológico de sus respectivos creadores, marcan la directriz sobre la que Nietzsche enjuiciará la distancia que separa, en general, la cultura nihilista, surgida del miedo y el descontento con uno mismo, respecto de la cultura trágica que nos enseñan los griegos, guiada por una fuerza que podría servirnos para imaginar una hipotética forma de superación del nihilismo. Para ello, el gran arte debería constituir el referente esencial, ya que, por un lado, relativiza las imposiciones establecidas por la moral y la metafísica sobre la existencia y, por otro, constituye el mayor estimulante de la vida, su máxima potencia de transfiguración: “Lo que es esencial en el arte es su perfeccionamiento de la existencia, su provocar la perfección y la plenitud: el arte es esencialmente afirmación, la bendición, la divinización de la existencia”[2].

Para Nietzsche, la creación de lo bello es la forma más alta de afirmación de la vida. El gran arte es la consecuencia de la fuerza acumulada e intensificada, expresión de una voluntad victoriosa, de un poder elevado de coordinación y armonización de impulsos opuestos sometidos a una forma lógica y geométrica. Su producción se alimenta y se desarrolla a partir de la percepción de esas formas en las que se expresa un elevado sentimiento de poder. Por el contrario, la fealdad expresa la debilidad de una acción minada por la contradicción y el descontrol de los impulsos internos; expresa una voluntad agotada y sin fuerza organizadora. Mientras el arte clásico produce un efecto tónico, aumenta la fuerza y suscita una sensación de placer, lo feo produce un efecto depresivo, sustrae fuerza, oprime, y al hacernos sentir mal aumenta la propensión a fantasear con lo feo. El enfermo siente atracción por la fealdad y es refractario a la belleza que expresa una afirmación de la vida. Lo feo traduce, en definitiva, el declive de las fuerzas vitales.

El mismo empequeñecimiento de la vida que origina el arte romántico de Wagner es también, aunque por otros medios, el efecto de las demás formas de arte moderno decadente. Por ejemplo, el arte naturalista, contaminado por el espíritu científico positivista, es un modo de empobrecer todas las cosas: “La naturaleza, evaluada artísticamente, no es un modelo. Exagera, deforma, deja huecos. Ella es el azar. El estudio según la naturaleza me parece un mal signo; delata sumisión, debilidad, fatalismo; un yacer por el polvo ante los pequeños hechos es indigno de un artista completo. Ver lo que es, eso es propio de un género distinto de espíritus, de los antiartísticos, de los hombres de hechos”[3].

Las preguntas que nos formulamos gracias a Nietzsche se podrían resumir en la siguiente cuestión: ¿hasta qué punto la cultura europea, esto es, su religión, su ciencia, sus ideologías políticas, su moral, son el resultado de la debilidad de la decadencia? O, dicho de otra forma, ¿en qué medida son el resultado del miedo y el recelo por lo sensible, y qué implicaría la aparición de una cultura afirmativa, no nihilista, fruto de la salud y de la confianza en lo sensible?

Nietzsche parte de que la exuberancia de la fuerza corporal y la vitalidad es el estado más positivo, como lo demuestra el ejemplo del artista que crea la obra de arte clásica. Sólo una fuerza vital exuberante puede espiritualizarse y sublimarse hacia la creación de una cultura más elevada. La civilización europea, en cambio, se ha desarrollado desde la desconfianza hacia lo vital, desde el desprecio ascético hacia aquellos estados corporales en los que la vitalidad se despliega y permite que se desborde su sobreabundancia de poder; y, por miedo a estos estados, ha revalorizado y promovido los estados opuestos: el debilitamiento, la culpabilización, el desprecio de uno mismo, la humildad, la melancolía, la castidad y la abnegación.



[1] Fragmentos póstumos, 8 (1).
[2] Fragmentos póstumos, 14 (47.
[3] Incursiones intempestivas, aforismo 7.


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