3 ago 2015

HOMO LUDENS, HOMO FABER Y ÜBERMENSCH: INTRODUCCIÓN.




Introducción

Jan Svankmajer. Decálogo: “1. Ten siempre presente que la poesía es sólo una. La antítesis de la poesía es la especialización profesional. Antes de empezar a rodar una película, escribe un poema, pinta un cuadro, haz un collage, escribe una novela, un ensayo, etc. Y es que tan sólo el cultivo de la universalidad de expresiones garantizará que hagas una buena película”.


La idea para este trabajo podría haber surgido un día cualquiera. Uno de esos días en que tomas conciencia de tu vida unidimensional y sientes un temblor de angustia al pensar en el ambiente caldeado, gris y agresivo que te espera en la oficina. Las elecciones sindicales serán el mes que viene y tus compañeros de trabajo, pese a estar tan frustrados y desilusionados como tú, no quieren saber nada del comité de empresa. Les da igual o, lo que es peor, no saben lo que es. No quieren líos. No confían en nadie. Aluden a sus hipotecas como si se tratara de una carga natural, como un caparazón con el que cada caracol ha de cargar por su propia naturaleza.

La idea para este trabajo podría haber surgido un día cualquiera, digo. Y sin embargo, no fue así. Surgió un sábado de otoño en el centro de Madrid, mientras descubría una exposición titulada Metaformosis. Visiones fantásticas de Starewitch, Svankmajer y los hermanos Quay.

Ladislas Starewitch, los hermanos Quay y Jan Svankmajer son auténticos artistas-titiriteros. A través del cine de animación en stop-motion, espectáculos de marionetas o esculturas calavéricas, ofrecen visiones de una realidad distorsionada y onírica, alejada de la normalidad burguesa. Es una propuesta surrealista que nos invita a alejarnos de la deprimente realidad cotidiana. La verdad, parecen decirnos, está en el inconsciente, en la fantasía, en la infancia, en lo que ya-no-somos, en el afuera. Como Schiller, parecen invitarnos a pensar una nueva forma de realidad apoyándonos en el impulso del juego. Como los surrealistas, parecen vivir en un plano de irresponsabilidad creativa permanente, que se postula casi por completo desconectado de la realidad social y económica.

Jan Svankmaker, por ejemplo, afirma en su decálogo creativo que “la antítesis de la poesía es la especialización profesional”. La pregunta que nos formulamos es si ese dictum es sólo una invitación al aspirante a “artista” o si podemos hacer una interpretación más ambiciosa. Si la especialización profesional es la antítesis de la poesía, ¿cabe afirmar entonces que nuestras sociedades tecnocráticas e hiperespecializadas son la antítesis de una sociedad libre? Sin ánimo de caer en un ingenuo romanticismo, ¿cabría plantearse la posibilidad de ir más allá del modelo del “artista-demiurgo” para imaginar un ámbito de mayor autonomía para todos los “afectados”? 

Dicho más claramente: ¿por qué es preciso hablar “estéticamente” del trabajo, de la alienación y del extrañamiento del hombre en una “sociedad-IKEA”? Tal vez porque dos siglos de reflexión estética centrada principalmente en sí misma, desligada de la realidad social, deberían habernos enseñado que necesitamos un programa estético y antropológico que desborde un determinado ámbito de producción sociocultural. Necesitamos un giro antropológico que pueda traducirse en cambios sustanciales, en cambios que doten de una mayor autonomía a los “afectados”. No es posible hablar de creatividad o expresión sin repensar las complejas redes en las que el poder produce subjetividad. Como bien apunta Fredric Jameson, el capitalismo cultural ya no está solamente en la fábrica, en el taller o en la oficina, sino también en nuestro ocio, en nuestras opciones de consumo, en nuestro narcisismo expuesto en Instagram, en nuestros microviajes turísticos con Ryanair, en los festivales de música pop patrocinados por la Kutxa y en las cafeterías-librerías de los nuevos barrios gentrificados.

En definitiva, la idea para este trabajo podría haber surgido un día cualquiera. Y sin embargo, brotó a partir de una ambivalente sensación de admiración e insatisfacción con una propuesta artística surrealista. Kant se maravillaba del impulso del hombre a buscar siempre algo más. Y ese anhelo nos invita a buscar algo más en el arte: una función política, desde luego, pero sobre todo un giro antropológico que nos ayude a encontrar aquellos contextos o prácticas en los que el ser humano pueda elaborar su mundo objetivo y, de esta manera, pueda afirmarse realmente como el ser genérico y completo que es. 

Schiller vio en los juegos del arte —esto es, en la experiencia estética— el medio ideal para que cada ser humano pudiera volver a ser un todo, una totalidad en pequeño. Marx denunció el trabajo enajenado como aquella práctica que roba al ser humano su carácter genérico y universal. En el contexto actual, diferente pero ni mucho menos opuesto al de Schiller y Marx, pensamos que los seres humanos pueden afirmar sus capacidades humanas tratando de hacer algo bien por el simple hecho de hacerlo bien. Esta rebelión —¡tan simple y tan compleja!— contra el narcisismo, la superficialidad, el consumismo, la precariedad y todas las formas del capitalismo cultural nos parece esencial no solamente para resistir, sino también para entender nuestra situación como sujetos individuales y colectivos y recuperar nuestra universalidad y nuestra capacidad de acción.

Como afirma Terry Eagleton: “Si lo estético ha de realizarse, ha de pasar necesariamente por lo político que siempre ha sido. Si la herida entre el grosero apetito y la razón incorpórea tiene que ser restañada, sólo puede serlo a través de una antropología revolucionaria que rastree las raíces de la racionalidad humana hasta su origen escondido: las necesidades y capacidades del cuerpo productivo. Es en la realización de tales necesidades y capacidades donde ese cuerpo deja de ser idéntico a sí mismo y se abre a un mundo social compartido, dentro del cual sus propias necesidades y deseos tienen que ser sopesados junto a los de los demás.”

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