30 abr 2008

AGRADECIMIENTOS A LA GUILLOTINA

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Agradecemos sinceramente al compañero jacobino la concesión de una E de Excelente a El mito de la mundialización. Ni que decir tiene que el premio nos parece inmerecido, sobre todo porque sólo llevamos un mes en esta aventura. No obstante, no podemos ocultar que ese gesto nos anima a mantener esta línea crítica y a seguir colgando artículos, vídeos y noticias relacionados con la utopía neoliberal y sus descontentos.

Como ya sabrán nuestros escasos lectores, este blog se creó con la desmedida pretensión de defender y estimular el espíritu crtico frente al clima de atomización y apatía social que predomina en las sociedades posmodernas. Este reto se apoya en unos principios irrenunciables: desmitificación de la utopía neoliberal, análisis crítico de las tesis posmodernas sobre el fin de las ideologías y el fin de la historia, cuestionamiento de la ideología “humanitaria” de la llamada “comunidad internacional”, relectura de algunos logros del pensamiento jacobino-marxista, apología de la filosofía moral no liberal, defensa del legado de la ilustración aunque sin ignorar a algunos de sus principales críticos, republicanismo no edulcorado, repudio de la razón tecnocrática, defensa del mundo árabe frente a las injerencias imperialistas y el fundamentalismo islámico, apoyo a todas aquellas corrientes artísticas y literarias que apuesten por la crítica y no por el conformismo, etc.


Y dicho esto, concedo la E DE EXCELENTE a las siguientes bitácoras:


El Señor Kurtz.- Porque es una de las pocas bitácoras que conozco sobre África. Y porque es cojonuda.


Aula de Filosofía.- Eugenio Sánchez Bravo es un profesor de filosofía que sabe ser inteligente sin ser pedante y didáctico sin ser sencillote. Nada que ver con mis viejos profesores de universidad. El archivo de su blog no tiene desperdicio. Cualquier libro de filosofía que pretendas leer ya lo habrá reseñado Eugenio. Eso sí, para provocar al profe basta con citar a Popper y Bunge.


Beatriz, a martillazos de Symploké materialista.- Ser materialista, filósofa, mujer, antifeminista, atea, católica, marxista y española no debería ser algo tan extraordinario. Por desgracia, hasta ahora sólo he conocido a una persona así. Es Beatriz. Tiene muchas virtudes, pero destacaré una sobre todas las demás: escribe MUY bien.


Hernán Montecinos.- Él define su bitácora mejor que nadie: “Pretendo interpretar al mundo de la izquierda, “de la verdadera”, no de aquella otra, la pusilánime, la tibia, la conciliadora, aquella que, poco a poco, se ha ido acomodando en el actual status sistémico, aquella que se ha dejado cooptar por el poder imperante a cambio de acallar su voz, aquella que, la distinguió, en forma inequívoca, como transformadora y revolucionaria”.


PIERRE BOURDIEU: Una bitácora monográfica dedicada a aquel genial sociólogo-filosófo-tábano llamado Pierre Bourdieu.


MULTITUD, Colaboratorio de identidades simbiontes.- Excelente “colaboratorio y/o punto de encuentro” de pensamiento crítico y movimientos sociales. Especialmente recomendable para los que estén interesados en el movimiento obrero, la filosofía política italiana (una de mis favoritas) y el estudio de la relación entre ciencia, tecnología y sociedad (CTS). Otro de los puntos fuertes de esta página es la brillantez de Diego L. Sanromán como escritor y traductor.

29 abr 2008

EN DEFENSA DE LA SANIDAD PÚBLICA

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Hace poco hablábamos en este blog de la Plataforma en Defensa de la Filosofía y la Educación Pública. Por desgracia, un decreto aprobado recientemente por el gobierno de la Comunidad de Madrid nos obliga a apoyar hoy a la Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Pública.

En concreto, la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid ha decidido eliminar la Dirección General de Salud Pública y el Instituto Madrileño de Salud, lo que supone un paso adelante en los propósitos privatizadores del gobierno de Esperanza Aguirre.

Según establece el Decreto 24/2008, de 3 de abril, el antiguo Instituto Madrileño de Salud desaparece y se crea un único ente para la gestión de la sanidad madrileña. Este ente es el Servicio Madrileño de Salud, que, de acuerdo con el artículo 3, “actuará con carácter general sujeto al derecho privado, y se someterá al derecho público cuando ejerza potestades administrativas por atribución directa o delegación, así como en cuanto a su régimen de patrimonio y en materia de responsabilidad patrimonial ante terceros por el funcionamiento de sus servicios”.


A continuación copio el manifiesto que acaba de publicar la FADSP (Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Pública):


DESAPARECE LA DIRECCION GENERAL DE SALUD PUBLICA EN LA COMUNIDAD DE MADRID

La desaparición de la Dirección General de Salud Pública mediante el Decreto de 3 de abril de 2008 por parte de la Comunidad de Madrid es una mala noticia para los ciudadanos y los profesionales de la salud. La Dirección General de Salud Publica había servido, entre otras, para las siguientes funciones:

- Integrar todos los servicios de salud pública

- Fomentar la evaluación de riesgos y la educación para la salud.

- Unir en la misma organización a los servicios de promoción de la salud y prevención de la enfermedad, junto con los de epidemiología y los de sanidad ambiental, salud laboral e higiene alimentaría.

- Fomentar la salud publica como un instrumento de transformación de la sociedad, mejora de su calidad de vida y protección de los más vulnerables.

- Realizar un trabajo sobre riesgos (poblacionales, en vez de individuales) y con base a protocolos y programas elaborados y revisados colectivamente.

- Poner en marcha una red de once servicios territoriales de salud pública de área donde se integraban todos los aspectos que era un ejemplo a nivel español e internacional.

- Plantear los problemas de salud a nivel colectivo en función de los riesgos

La política del Gobierno del PP en la Comunidad de Madrid ha ido dando pasos consistentes en este sentido de liquidación de la Salud Publica, primero con la LOSCAM, separando la Dirección General de Salud Publica y el Instituto de Salud Pública (que ahora también desaparece), y luego haciendo primar las decisiones político-mediáticas sobre las científico-técnicas como ha sucedido con las modificaciones de los calendarios vacunales hechas con escaso rigor y sin ninguna evaluación.

La Salud Pública no puede convertirse en una mercancía ni ser rentable y por eso desaparece, poco importa que la Sanidad madrileña esté peor preparada para enfrentarse a las amenazas epidémicas, que existan menos garantías de que los alimentos que comemos sean higiénicos y seguros, esté peor informada sobre los riesgos para la salud, que sea más fácil ocultar los graves efectos de la contaminación ambiental sobre la salud producida por el trafico de la CAM, que sea más fácil para los promotores y constructores desentenderse de los efectos sobre la salud que implican sus obras, más fácil que el ambiente no este controlado y sea fuente de enfermedades, que los centros de trabajo sean menos higiénicos, que los más vulnerables frente a la enfermedad estén peor protegidos, que la enfermedad, la discapacidad y la muerte se sigan distribuyendo de forma diferente según el nivel socioeconómico, etc, etc.

Todas estas cuestiones no le importan, ni a la Sra Aguirre ni al Sr Güemes, más preocupados por sus peleas partidistas, sus Congresos, sus cuotas de poder y en privatizar todo lo que pueda ser económicamente rentable, y eliminando todo lo que no lo es, como sucede en este caso.

La salud de la población en la Comunidad de Madrid está en serio peligro. Estamos ante un paso más de destrucción y privatización de nuestro sistema sanitario. Porque a ellos no les importan las personas, solo les importan los negocios. Y la salud, la salud de todos no es ni será nunca un negocio.

Asociación para la Defensa de la Sanidad Publica de Madrid

11 de abril de 2008

28 abr 2008

LA ESENCIA DEL NEOLIBERALISMO, de Pierre Bourdieu.

Según pretende el discurso dominante, el mundo económico es un orden puro y perfecto, que implacablemente desarrolla la lógica de sus consecuencias predecibles y se presta a reprimir todas las violaciones mediante las sanciones que inflige, sea automáticamente o a través de sus extensiones armadas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y las políticas que imponen: reducción de los costes laborales, reducción del gasto público y "flexibilización" del trabajo. ¿Tiene razón el discurso dominante? ¿Y qué pasaría si en realidad este orden económico no fuera más que la instrumentación de una utopía —la utopía del neoliberalismo— convertida así en un problema político? ¿Un problema que, con la ayuda de la teoría económica que proclama, lograra concebirse como una descripción científica de la realidad?

Esta teoría tutelar es pura ficción matemática. Se fundó desde el comienzo sobre una abstracción formidable. Pues, en nombre de la concepción estrecha y estricta de la racionalidad como racionalidad individual, enmarca las condiciones económicas y sociales de las orientaciones racionales y las estructuras económicas y sociales que condicionan su aplicación.

Para dar la medida de esta omisión, basta pensar precisamente en el sistema educativo. La educación no es tomada nunca en cuenta como tal en una época en que juega un papel determinante en la producción de bienes y servicios tanto como en la producción de los productores mismos. De esta suerte de pecado original, inscrito en el mito walrasiano (1) de la «teoría pura», proceden todas las deficiencias y fallas de la disciplina económica y la obstinación fatal con que se afilia a la oposición arbitraria que induce, mediante su mera existencia, entre una lógica propiamente económica, basada en la competencia y la eficiencia, y la lógica social, que está sujeta al dominio de la justicia.

Dicho esto, esta «teoría» desocializada y deshistorizada en sus raíces tiene, hoy más que nunca, los medios de comprobarse a sí misma y de hacerse a sí misma empíricamente verificable. En efecto, el discurso neoliberal no es simplemente un discurso más. Es más bien un «discurso fuerte» —tal como el discurso psiquiátrico lo es en un manicomio, en el análisis de Erving Goffman (2). Es tan fuerte y difícil de combatir solo porque tiene a su lado todas las fuerzas de las relaciones de fuerzas, un mundo que contribuye a ser como es. Esto lo hace muy notoriamente al orientar las decisiones económicas de los que dominan las relaciones económicas. Así, añade su propia fuerza simbólica a estas relaciones de fuerzas. En nombre de este programa científico, convertido en un plan de acción política, está en desarrollo un inmenso proyecto político, aunque su condición de tal es negada porque luce como puramente negativa. Este proyecto se propone crear las condiciones bajo las cuales la «teoría» puede realizarse y funcionar: un programa de destrucción metódica de los colectivos.

El movimiento hacia la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto es posible mediante la política de desregulación financiera. Y se logra mediante la acción transformadora y, debo decirlo, destructiva de todas las medidas políticas (de las cuales la más reciente es el Acuerdo Multilateral de Inversiones, diseñado para proteger las corporaciones extranjeras y sus inversiones en los estados nacionales) que apuntan a cuestionar cualquiera y todas las estructuras que podrían servir de obstáculo a la lógica del mercado puro: la nación, cuyo espacio de maniobra decrece continuamente; las asociaciones laborales, por ejemplo, a través de la individualización de los salarios y de las carreras como una función de las competencias individuales, con la consiguiente atomización de los trabajadores; los colectivos para la defensa de los derechos de los trabajadores, sindicatos, asociaciones, cooperativas; incluso la familia, que pierde parte de su control del consumo a través de la constitución de mercados por grupos de edad.

El programa neoliberal deriva su poder social del poder político y económico de aquellos cuyos intereses expresa: accionistas, operadores financieros, industriales, políticos conservadores y socialdemócratas que han sido convertidos en los subproductos tranquilizantes del laissez faire, altos funcionarios financieros decididos a imponer políticas que buscan su propia extinción, pues, a diferencia de los gerentes de empresas, no corren ningún riesgo de tener que eventualmente pagar las consecuencias. El neoliberalismo tiende como un todo a favorecer la separación de la economía de las realidades sociales y por tanto a la construcción, en la realidad, de un sistema económico que se conforma a su descripción en teoría pura, que es una suerte de máquina lógica que se presenta como una cadena de restricciones que regulan a los agentes económicos.

La globalización de los mercados financieros, cuando se unen con el progreso de la tecnología de la información, asegura una movilidad sin precedentes del capital. Da a los inversores preocupados por la rentabilidad a corto plazo de sus inversiones la posibilidad de comparar permanentemente la rentabilidad de las más grandes corporaciones y, en consecuencia, penalizar las relativas derrotas de estas firmas. Sujetas a este desafío permanente, las corporaciones mismas tienen que ajustarse cada vez más rápidamente a las exigencias de los mercados, so pena de «perder la confianza del mercado», como dicen, así como respaldar a sus accionistas. Estos últimos, ansiosos de obtener ganancias a corto plazo, son cada vez más capaces de imponer su voluntad a los gerentes, usando comités financieros para establecer las reglas bajo las cuales los gerentes operan y para conformar sus políticas de reclutamiento, empleo y salarios.

Así se establece el reino absoluto de la flexibilidad, con empleados por contratos a plazo fijo o temporales y repetidas reestructuraciones corporativas y estableciendo, dentro de la misma firma, la competencia entre divisiones autónomas así como entre equipos forzados a ejecutar múltiples funciones. Finalmente, esta competencia se extiende a los individuos mismos, a través de la individualización de la relación de salario: establecimiento de objetivos de rendimiento individual, evaluación del rendimiento individual, evaluación permanente, incrementos salariales individuales o la concesión de bonos en función de la competencia y del mérito individual; carreras individualizadas; estrategias de «delegación de responsabilidad» tendientes a asegurar la autoexplotación del personal, como asalariados en relaciones de fuerte dependencia jerárquica, que son al mismo tiempo responsabilizados de sus ventas, sus productos, su sucursal, su tienda, etc., como si fueran contratistas independientes. Esta presión hacia el «autocontrol» extiende el «compromiso» de los trabajadores de acuerdo con técnicas de «gerencia participativa» considerablemente más allá del nivel gerencial. Todas estas son técnicas de dominación racional que imponen el sobrecompromiso en el trabajo (y no solo entre gerentes) y en el trabajo en emergencia y bajo condiciones de alto estrés. Y convergen en el debilitamiento o abolición de los estándares y solidaridades colectivos (3).

De esta forma emerge un mundo darwiniano —es la lucha de todos contra todos en todos los niveles de la jerarquía, que encuentra apoyo a través de todo el que se aferra a su puesto y organización bajo condiciones de inseguridad, sufrimiento y estrés. Sin duda, el establecimiento práctico de este mundo de lucha no triunfaría tan completamente sin la complicidad de arreglos precarios que producen inseguridad y de la existencia de un ejército de reserva de empleados domesticados por estos procesos sociales que hacen precaria su situación, así como por la amenaza permanente de desempleo. Este ejército de reserva existe en todos los niveles de la jerarquía, incluso en los niveles más altos, especialmente entre los gerentes. La fundación definitiva de todo este orden económico colocado bajo el signo de la libertad es en efecto la violencia estructural del desempleo, de la inseguridad de la estabilidad laboral y la amenaza de despido que ella implica. La condición de funcionamiento «armónico» del modelo microeconómico individualista es un fenómeno masivo, la existencia de un ejército de reserva de desempleados.

La violencia estructural pesa también en lo que se ha llamado el contrato laboral (sabiamente racionalizado y convertido en irreal por «la teoría de los contratos»). El discurso organizacional nunca habló tanto de confianza, cooperación, lealtad y cultura organizacional en una era en que la adhesión a la organización se obtiene en cada momento por la eliminación de todas las garantías temporales (tres cuartas partes de los empleos tienen duración fija, la proporción de los empleados temporales continúa aumentando, el empleo «a voluntad» y el derecho de despedir un individuo tienden a liberarse de toda restricción).

Así, vemos cómo la utopía neoliberal tiende a encarnarse en la realidad en una suerte de máquina infernal, cuya necesidad se impone incluso sobre los gobernantes. Como el marxismo en un tiempo anterior, con el que en este aspecto tiene mucho en común, esta utopía evoca la creencia poderosa —la fe del libre comercio— no solo entre quienes viven de ella, como los financistas, los dueños y gerentes de grandes corporaciones, etc., sino también entre aquellos que, como altos funcionarios gubernamentales y políticos, derivan su justificación viviendo de ella. Ellos santifican el poder de los mercados en nombre de la eficiencia económica, que requiere de la eliminación de barreras administrativas y políticas capaces de obstaculizar a los dueños del capital en su procura de la maximización del lucro individual, que se ha vuelto un modelo de racionalidad. Quieren bancos centrales independientes. Y predican la subordinación de los estados nacionales a los requerimientos de la libertad económica para los mercados, la prohibición de los déficits y la inflación, la privatización general de los servicios públicos y la reducción de los gastos públicos y sociales.

Los economistas pueden no necesariamente compartir los intereses económicos y sociales de los devotos verdaderos y pueden tener diversos estados psíquicos individuales en relación con los efectos económicos y sociales de la utopía, que disimulan so capa de razón matemática. Sin embargo, tienen intereses específicos suficientes en el campo de la ciencia económica como para contribuir decisivamente a la producción y reproducción de la devoción por la utopía neoliberal. Separados de las realidades del mundo económico y social por su existencia y sobre todo por su formación intelectual, las más de las veces abstracta, libresca y teórica, están particularmente inclinados a confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas.

Estos economistas confían en modelos que casi nunca tienen oportunidad de someter a la verificación experimental y son conducidos a despreciar los resultados de otras ciencias históricas, en las que no reconocen la pureza y transparencia cristalina de sus juegos matemáticos y cuya necesidad real y profunda complejidad con frecuencia no son capaces de comprender. Aun si algunas de sus consecuencias los horrorizan (pueden afiliarse a un partido socialista y dar consejos instruidos a sus representantes en la estructura de poder), esta utopía no puede molestarlos porque, a riesgo de unas pocas fallas, imputadas a lo que a veces llaman «burbujas especulativas», tiende a dar realidad a la utopía ultralógica (ultralógica como ciertas formas de locura) a la que consagran sus vidas.

Y sin embargo el mundo está ahí, con los efectos inmediatamente visibles de la implementación de la gran utopía neoliberal: no solo la pobreza de un segmento cada vez más grande de las sociedades económicamente más avanzadas, el crecimiento extraordinario de las diferencias de ingresos, la desaparición progresiva de universos autónomos de producción cultural, tales como el cine, la producción editorial, etc., a través de la intrusión de valores comerciales, pero también y sobre todo a través de dos grandes tendencias. Primero la destrucción de todas las instituciones colectivas capaces de contrarrestar los efectos de la máquina infernal, primariamente las del Estado, repositorio de todos los valores universales asociados con la idea del reino de lo público. Segundo la imposición en todas partes, en las altas esferas de la economía y del Estado tanto como en el corazón de las corporaciones, de esa suerte de darwinismo moral que, con el culto del triunfador, educado en las altas matemáticas y en el salto de altura (bungee jumping), instituye la lucha de todos contra todos y el cinismo como la norma de todas las acciones y conductas.

¿Puede esperarse que la extraordinaria masa de sufrimiento producida por esta suerte de régimen político-económico pueda servir algún día como punto de partida de un movimiento capaz de detener la carrera hacia el abismo? Ciertamente, estamos frente a una paradoja extraordinaria. Los obstáculos encontrados en el camino hacia la realización del nuevo orden de individuo solitario pero libre pueden imputarse hoy a rigideces y vestigios. Toda intervención directa y consciente de cualquier tipo, al menos en lo que concierne al Estado, es desacreditada anticipadamente y por tanto condenada a borrarse en beneficio de un mecanismo puro y anónimo: el mercado, cuya naturaleza como sitio donde se ejercen los intereses es olvidada. Pero en realidad lo que evita que el orden social se disuelva en el caos, a pesar del creciente volumen de poblaciones en peligro, es la continuidad o supervivencia de las propias instituciones y representantes del viejo orden que está en proceso de desmantelamiento, y el trabajo de todas las categorías de trabajadores sociales, así como todas las formas de solidaridad social y familiar. O si no...

La transición hacia el «liberalismo» tiene lugar de una manera imperceptible, como la deriva continental, escondiendo de la vista sus efectos. Sus consecuencias más terribles son a largo plazo. Estos efectos se esconden, paradójicamente, por la resistencia que a esta transición están dando actualmente los que defienden el viejo orden, alimentándose de los recursos que contenían, en las viejas solidaridades, en las reservas del capital social que protegen una porción entera del presente orden social de caer en la anomia. Este capital social está condenado a marchitarse —aunque no a corto plazo— si no es renovado y reproducido.

Pero estas fuerzas de «conservación», que es demasiado fácil de tratar como conservadoras, son también, desde otro punto de vista, fuerzas de resistencia al establecimiento del nuevo orden y pueden convertirse en fuerzas subversivas. Si todavía hay motivo de abrigar alguna esperanza, es que todas las fuerzas que actualmente existen, tanto en las instituciones del Estado como en las orientaciones de los actores sociales (notablemente los individuos y grupos más ligados a esas instituciones, los que poseen una tradición de servicio público y civil) que, bajo la apariencia de defender simplemente un orden que ha desaparecido con sus correspondientes «privilegios» (que es de lo que se les acusa de inmediato), serán capaces de resistir el desafío solo trabajando para inventar y construir un nuevo orden social. Uno que no tenga como única ley la búsqueda de intereses egoístas y la pasión individual por la ganancia y que cree espacios para los colectivos orientados hacia la búsqueda racional de fines colectivamente logrados y colectivamente ratificados.

¿Cómo podríamos no reservar un espacio especial en esos colectivos, asociaciones, uniones y partidos al Estado: el Estado nación, o, todavía, mejor, al Estado supranacional —un Estado europeo, camino a un Estado mundial— capaz de controlar efectivamente y gravar con impuestos las ganancias obtenidas en los mercados financieros y, sobre todo, contrarrestar el impacto destructivo que estos tienen sobre el mercado laboral?. Esto puede lograrse con la ayuda de las confederaciones sindicales organizando la elaboración y defensa del interés público. Querámoslo o no, el interés público no emergerá nunca, aun a costa de unos cuantos errores matemáticos, de la visión de los contables (en un período anterior podríamos haber dicho de los «tenderos») que el nuevo sistema de creencias presenta como la suprema forma de realización humana.


Le Monde, diciembre de 1998
Traducido del inglés por
Roberto Hernández Montoya

23 abr 2008

ADAM SMITH EN PEKÍN, de Giovanni Arrighi

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Editorial AKAL.

"Este libro analiza magistralmente cuál ha sido la senda de evolución socio-económica de China durante los últimos siglos al hilo de los cuales el capitalismo surgió en el extremo occidental de Eurasia llegando a subyugar a todo el planeta a finales del siglo XIX, y cómo esa senda ha divergido profundamente del modelo europeo caracterizado por una revolución militar y tecnológica permanente que ha sustentado sus modalidades de construcción del Estado, acumulación de capital y conquista territorial. Estudia también el modelo de crecimiento chino basado en un uso intensivo del mercado que no mutó para convertirse en el crisol de un desarrollo capitalista y en un recurso mucho más moderado a la guerra en comparación con las pautas bélicas occidentales. Para acometer esta tarea Giovanni Arrighi reivindica las sociologías de Adam Smith y de Karl Marx como críticos del capitalismo y analiza sus aportaciones en torno a la experiencia secular china de estructuración social y de la posible organización de nuevos modelos de acumulación y crecimiento económico más respetuosos con los equilibrios sociales, ecológicos y humanos. A partir de estas reflexiones Arrighi analiza cuáles pueden ser las pautas de evolución del sistema-mundo capitalista tras la emergencia de China (y del sudeste asiático) como nuevo polo de acumulación y como nuevo actor geopolítico a partir de sus tendencias seculares de construcción del Estado y de organización de la esfera económica en un entorno de crisis irreversible de la hegemonía estadounidense y occidental, así como de definitiva emergencia de las clases dominadas del Sur global como sujeto político decisivo para transformar el capitalismo histórico y sus pautas de comportamiento geoestratégico".


Traducción de la entrevista para www.sinpermiso.info: Anna Garriga


- “Adam Smith en Pekín” comienza con la fascinante sugestión sobre el retorno del baricentro de la economía mundial a China, una sociedad de mercado no capitalista. Una imagen que contradice las estadísticas, así como los análisis procedentes de su realidad, que describen a un país que ha tomado decisivamente la senda del capitalismo. Al final del libro, la sociedad de mercado no capitalista se convierte más en una esperanza que una realidad. ¿En que punto estamos?

- No hablaría de un carácter cíclico del desarrollo histórico. Para empezar se recuerda que Europa ha conocido un desarrollo capitalista con características únicas, cuyo inicio coincide con el arranque de la “gran divergencia” entre Oriente y Occidente. La apuesta teórica en la que basarse es entender por que el desarrollo capitalista muestra límites evidentes y por que Asia y la China en particular, se han convertido en el centro del mercado mundial, tal como lo eran al principio de la gran divergencia.

China tiene una larga tradición de una economía de mercado donde han estado presentes elementos capitalistas muy innovadores. Al mismo tiempo, la existencia de una diáspora china ha permitido siempre a este país tener una estrecha relación con el resto de Asia y, a partir del siglo XIX, también con los Estado Unidos. Sin embargo, a partir del siglo XV ningún capitalista chino ha tratado de controlar el estado, factor indispensable para ejercer una hegemonía sobre la sociedad, como han sostenido, si bien desde prospectivas no siempre coincidentes, Karl Marx y Fernand Braudel.

Por lo tanto no expreso una esperanza, sino que examino la posibilidad de que en dicho país esté tomando forma una sociedad de mercado no capitalista. Lo que no excluye la posibilidad de que, por el contrario, se desarrolle un sistema capitalista. André Gunder Frank, a quien he dedicado mi libro, me repetía, antes de morir, que se abandonara la categoría capitalismo. No estaba de acuerdo, pero su provocación puede acogerse como una invitación a considerar al capitalismo como una realidad que, como ha escrito Fernand Braudel, debe cambiar continuamente para sobrevivir. De hecho, el capitalismo se ha caracterizado por la esclavitud y la expansión territorial. Y por eso hemos tenido el colonialismo y formas agresivas de imperialismo. Después ha habido el welfare state en los países centrales y diversas formas de subordinación política y económica de gran parte de la población mundial. Ahora estamos asistiendo al agotamiento del impulso propulsivo constituido por el militarismo y el imperialismo. Por lo tanto es evidente la pérdida de la capacidad heurística de los paradigmas utilizados hasta ahora para comprender hacia donde se encamina la economía mundial. En el Manifiesto del partido comunista, Marx y Engels prospectan una homologación capitalista del mundo. Esto les conduce a un énfasis, muy discutible, en el carácter progresivo del capital. Su profecía no está muy lejos del “mundo plano” de un analista liberal como Thomas Friedman. El mundo actual, sin embargo, es todo menos plano, tal como evidencian los acontecimientos chinos. No sé si China es capitalista o un socialismo de mercado, pero su irrupción en la escena mundial provoca un cambio de las relaciones en el sistema interestatal y que el Sur se presenta ahora con una posición de fuerza con respecto al Norte del mundo. Últimamente he hablado con frecuencia de la posibilidad de una “nueva Bandung”. Es decir, de un entendimiento entre los países del Sur del mundo, basado en su aumento de peso en el mercado mundial.

- La utilización que haces de Adam Smith es fascinante. Mientras que la ensayística dominante lo describe como el teórico del capitalismo, tú lo consideras como un estudioso a favor del mercado, pero no del capitalismo. El autor de la “Riqueza de las naciones” tiene, sin embargo, como objetivo, elaborar categorías útiles para comprender el funcionamiento del capitalismo. Nosotros nos limitamos a percibir un gran cambio, pero tenemos dificultades para innovar las categorías útiles para entender las transformaciones en curso. Te propongo una provocación: el análisis del tan maltratado Lenin sobre el capitalismo de estado gestionado por el partido podría ayudar a entender el dinamismo económico en Asia oriental o en el Sur-Este asiático. ¿No crees?

- Podemos sostener que existen diversas formas a través de las cuales las élites nacionales ejercen el poder de gobierno en la sociedad. Una tesis ya avanzada precisamente por Adam Smith. En China, las reformas de Deng Xiao Ping fueron lanzadas para salvar la revolución popular de la revolución cultural y se centraban en el campo. Fue después que llegaron los capitales extranjeros. En los años noventa la situación se les fue de las manos al grupo dirigente, que ahora intenta retomar el control. Me dejan muy perplejo algunas lecturas sobre el carácter totalitario de la sociedad china, marcada históricamente por las revueltas contra el poder central o local. Actualmente, el número de huelgas, manifestaciones, revueltas, es impresionante. Y son revoluciones que implican a centenares de millones de hombres y mujeres. El partido comunista chino tiene por lo tanto el problema de contener esta tendencia a la revuelta. Hay también otro aspecto sobre el que pocos se detienen. En el último decenio ha ocurrido, por ejemplo, que la mayor parte de los cuadros intermedios se han vuelto hacia los negocios. Por lo tanto, el vértice del partido y del estado no dispone de la cámara de compensación necesaria para ejercer un gobierno sobre la sociedad.

- En tu libro escribes que las crisis de las bolsas no son una tragedia…..

- La crisis de las bolsas provoca empobrecimiento. Esto es indudable. Pero si razonamos en temas de sistema es benéfica, porque pone fin a la locura de los años ochenta y noventa caracterizada por la carrera espasmódica para conseguir superbeneficios. Un veinteno durante el cual ha ocurrido de todo. Crecimiento del crédito al consumo, adquisición por parte del Sur del mundo de los bonos del tesoro americano, que han arrojado una masa de capital monetario en los Estados Unidos que ha alimentado la financiariación de la economía. Si no ha habido un hundimiento, debemos darle la gracias al Sur del mundo que ha alimentado la demanda mundial, ha producido mercancías a bajo coste para los consumidores estadounidenses y, en menor medida, europeos; la China como el Japón en los años ochenta, adquiere bonos del tesoro americano a través de los cuales los Estados Unidos financian su dominio en el mundo. La crisis de las bolsas pone fin a esta locura. También marca el fin de la hegemonía americana en la economía mundial. Ahora la locomotiva está representada por la China y, en menor medida, por la India, que sostienen la demanda. Otra cosa es el problema de cómo hacer frente a las consecuencias sociales de las crisis de las bolsas. Respecto a ello me parece que las propuestas existentes son, como poco, deprimentes.

- Como escribes en un cierto punto, citando una conocida frase de Marx, para comprender al capitalismo hace falta desvelar el secreto de los laboratorios de la producción….

- Una indicación metodológica de Marx que los marxistas pronto han quitado. Fue Mario Tronti con “Obreros y capital” quien nuevamente la sacó a relucir. Sin embargo dudo mucho que la indicación de descender a los laboratorios de la producción ayude a comprender algún secreto. Para comprender el funcionamiento del capitalismo debemos tomar en cuenta la proliferación de formas económicas de mercado, aunque no necesariamente capitalistas. Y también de la simultaneidad de diversos modelos de capitalismo.

- El “mundo no será plano”, pero entonces ¿por qué no pensar que existen también, simultáneamente, diversos modelos productivos interdependientes entre sí? Silicon Valley, por ejemplo, no puede existir sin el “lager” donde se producen microchips con una fuerza de trabajo casi reducida a la esclavitud o a una condición carcelaria. En otras palabras, la high-tech o las biotecnologías tienen un doble ligamen con la militarización del trabajo, presente tanto en el norte como en el sur del mundo…

- Habría que escribir otro libro para responder a esta pregunta. Por el momento, lo que me interesa es comprender el papel jugado por el militarismo. Muchas innovaciones productivas han sido consecuencia, por ejemplo, de la producción de armas. Por otra parte, soy polémico con quienes hacen coincidir al capitalismo con su fase industrial.

- Silicon Valley no es industrialismo…..

- Cierto. Estoy convencido de la crisis del fordismo. Si hay que hablar de un modelo productivo emergente, éste es Wal Mart. Repito: si se quiere entender cómo el capitalismo ha ejercido su hegemonía sobre gran parte de la población mundial, hay que tratar de comprender la relación entre militarismo e imperialismo. Lo cual significa expansión y conquista territorial. Por ejemplo, el capitalismo se ha desarrollado a través de la esclavitud…

- Pero en los Estados Unidos la esclavitud convivía con la industria del acero que innova profundamente la producción…

- Si, pero el elemento fundamental para comprender la difusión del capitalismo y la hegemonía que ejerce en el mundo debe comprender el papel del militarismo, de la potencia militar. He dicho hace un momento que existe una actitud hacia la insubordinación en la sociedad china. Pero no se comprende cual es la relación entre esta conflictividad difusa y el poder político. ¿Como se resuelve entonces la relación entre movimientos e instituciones?

La revolución ha constituido una vertiente en la historia china. Desde entonces el arbitrio del estado puede ser contestado. Y cuando ocurre, las formas de la crítica van desde la huelga hasta la verdadera revuelta. Durante una visita a China he hablado con un cuadro del partido que había constituido una joint-venture con una empresa francesa para la producción de champagne en China. Llegados a un cierto punto, la sección local del partido propuso la expropiación de la tierra. Los campesinos secuestraron a los dirigentes de haciendas, los funcionarios estatales y los del partido, poniendo una condición: “los liberamos solo si firman un acuerdo de que la tierra continuaremos cultivándola nosotros”. El partido firmó el acuerdo rápidamente.

Me gusta recordar este episodio porque indica claramente que el partido puede decidir esto o aquello, pero si los hombres y mujeres objeto de las decisiones no están de acuerdo no se andan con sutilezas, porque se sienten legitimados por algunos principios de base de la revolución.

- Por lo que dice no está precisamente en sintonía con quienes sostienen que el neoliberalismo es el modelo hegemónico del capitalismo….

- El neoliberalismo ha sido un paréntesis de locura con el que los Estados Unidos y su fiel aliada, Inglaterra, han tratado de imponer, por las buenas o por las malas, su modelo. Pero ambos han fracasado, como testimonian la caída de las bolsas y la derrota estadounidense en Iraq. Estamos en una fase turbulenta cuyas salidas son todavía difíciles de prever. Por el momento, grande es el desorden bajo el cielo, pero no sé si la situación es excelente.



Montserrat Galcerán Huget, Universidad Nómada:

El libro de G. Arrighi, Adam Smith en Pekín (Madrid, Akal, Cuestiones de antagonismo, 2007), recientemente publicado en las versiones inglesa y castellana, está destinado, sin lugar a dudas, a convertirse en uno de los textos básicos para enjuiciar la actual coyuntura socio-económica mundial, marcada por el declive simultáneo de la hegemonía americana y el ascenso de China.

En este marco conceptual el autor define la cuestión central del s. XXI con las siguientes palabras: “si, y en qué condiciones, el ascenso chino, con todas sus deficiencias y probables reveses futuros, puede considerarse un presagio de esa mayor igualdad y mutuo respeto entre los pueblos europeos y no europeos, que Adam Smith preveía y propugnaba hace 230 años” (p. 393).

Esta doble referencia al proceso chino y a A. Smith, presente en el propio título del libro, nos indica que el análisis se desarrolla en dos líneas esenciales: una, estudiar las transformaciones económicas en China, no como prueba de la capacidad de arrastre del credo neo-liberal, sino más bien como resultado de prácticas de economía mercantil que se remontan a tiempos antiguos, y que permitieron que aquel país mantuviera durante siglos lo que el autor denomina “equilibrio económico de alto nivel”, de tal modo que, si ya el desarrollo tradicional de China parecía demostrar la discrepancia entre los procesos de formación del mercado y los del desarrollo capitalista, la hibridación actual entre una economía intensiva en trabajo y la preponderancia de la producción para el mercado internacional – clave en su resurgimiento-, abriría la vía a un proceso alternativo al estilo (capitalista) americano de vida.

Como segunda línea el autor propone una reinterpretación del legado económico de Adam Smith, en una clave que permite distinguir dos vías de desarrollo socio-económico: la revolución industrial de Occidente que, unida a un mercado capitalista, dió lugar al desarrollo capitalista clásico teorizado por Marx, y la vía “industriosa” (la terminología es de K.Sugihara) que, unida a un mercado no capitalista, propició el desarrollo “natural” de Oriente. O dicho de otra manera, un desarrollo que explota las potencialidades de crecimiento del mercado y profundiza la división social del trabajo, pero no altera sustancialmente el entorno como sería el modelo oriental, a diferencia de otro que, centrándose en el comercio a larga distancia y en la producción para la exportación, lo destruye, como ocurre en el modelo occidental clásico. La existencia de esa otra vía refuerza la tesis anteriormente expuesta, de que en China se está dando un desarrollo alternativo, el cual, si este país llegara a ocupar una posición hegemónica mundial dado el declive de la hegemonía americana, podría suponer un profundo cambio en las relaciones geopolíticas globales. La argumentación teórica sobre las dos vías de desarrollo del mercado apuntala teóricamente esa conclusión.

Porque el declive americano constituye la contra-imagen del ascenso de China; de hecho es el contrapunto del tema principal, al que el autor dedica una parte sustanciosa de la obra. Al hilo de la discusión, por una parte con R. Brenner y de otra con D. Harvey, argumenta que la depresión económica de los años 70 del pasado siglo, marcada por la contracción de los beneficios empresariales, fue profundizada por la resistencia de los trabajadores a cargar con el peso de la crisis, y por el declive de la hegemonía americana a partir de la derrota de Vietnam. Por tanto en su interpretación no se trata tanto, o no se trata sólo, de los efectos de la competencia inter-capitalista, como había subrayado Brenner, cuanto de que esta competencia, así como las luchas anteriormente mencionadas entre capital y trabajo, se inscriben en una dinámica geopolítica que les imprime su sello: el declive de la hegemonía americana. “Interpreto la crisis de rentabilidad como un aspecto de una crisis de hegemonía más amplia” (p. 172), a la que define como aquella “situación en la que el Estado hegemónico vigente carece de los medios o de la voluntad para seguir impulsando el sistema interestatal en una dirección que sea ampliamente percibida como favorable, no sólo para su propio poder sino para el poder colectivo de los grupos dominantes del sistema” (p. 160).

En una situación de ese tipo, el centro declinante – ni que decir tiene que Arrighi inscribe su análisis en la teoría más amplia de los ciclos económicos del sistema-mundo, desarrollada entre otros textos en su conocida obra El largo siglo XX- en una situación de ese tipo, decía, el centro declinante puede intentar mantener una “dominación sin hegemonía” arrastrando a los otros agentes del sistema mundial a confrontaciones bélicas de desigual resultado e, inclusive, despeñándose en un abismo sin fondo como parece ser la guerra en Irak. Para Arrighi la estrategia seguida por Bush tras el 11 de septiembre es más que una muestra del intento por reconfigurar la maltrecha hegemonía americana: “El objetivo de la guerra contra el terror no era únicamente capturar terroristas, sino reconfigurar la geografía política de Asia occidental con el objetivo de iniciar un nuevo siglo americano”; en este marco “la invasión de Irak…pretendía ser una primera operación táctica en una estrategia a largo plazo destinada […] a establecer el control estadounidense sobre el grifo global del petróleo y, por lo tanto, sobre la economía global durante otros cincuenta años o más” (p 194 y 202). A pesar del caos en Irak e incluso de la aventura en Líbano en el verano de 2005, esta estrategia no ha cosechado más que fracasos, como demuestra el descenso continuado del dólar profundizado por la crisis financiera del verano de 2007, que marca el hundimiento del proyecto imperial neoconservador americano.

Hasta aquí las tesis de Arrighi son tremendamente coherentes, al menos en su trazado general. Quedan sin embargo algunos puntos oscuros: el primero es la extraordinaria importancia concedida a los “agentes políticos”, especialmente los Estados, como actores históricos y económicos, hasta el punto de que la distinción entre “sociedad de mercado” y “sociedad capitalista de mercado” reposa en que el Estado actúe o no actúe como un poder sometido al interés capitalista de clase, o sea al incremento de la acumulación. Según afirma textualmente: “el carácter capitalista del desarrollo basado en el mercado […] está determinado […] por la relación del poder del Estado con el capital. Se pueden añadir tantos capitalistas como se quiera a una economía de mercado, pero a menos que el Estado se subordine a su interés de clase, la economía de mercado sigue siendo no-capitalista” (p. 345).

¿Qué define el interés de clase que, incorporado por el Estado, asegura el carácter capitalista de la sociedad de mercado? El autor no lo define aunque, por el contexto, podemos adivinar que, en tanto el proceso de intercambio mercantil no se subordine a los mecanismos de acumulación y en especial de “acumulación por desposesión” (la terminología es de D. Harvey) generando un proceso sin fin de acumulación por la acumulación, sino que siga atendiendo a las necesidades de mejora económica y social de las poblaciones asentadas en el territorio, ese proceso no sucumbirá a aquella fatal deriva.

Por esta razón puede afirmar que “el ascenso económico de Asia”, en especial si ese ascenso puede proseguir de modo pacífico, garantiza por sí mismo un aumento de la igualdad en el mundo – al menos de la igualdad entre naciones y/o entre regiones del mundo, si no entre individuos o entre clases – y puede propiciar un nuevo Bandung, o sea un nuevo reparto de poder e influencia entre el Norte y el Sur global. La ausencia, sin embargo, de cualquier perspectiva que evalúe las diferencias internas – de clase, de género, de raza,- y el exagerado protagonismo de los agentes político-estatales, no permiten matizar, siquiera sea someramente, aquella afirmación.

El segundo punto oscuro surge al sugerir una distinción entre el interés del capital global del Norte– ocupado cada vez más en amplias operaciones financieras que elevan la rentabilidad pero generan efectos altamente depredadores- y el interés de la potencia hegemónica, USA, cuyo intento por reconfigurar un “poder imperial” ha fracasado irremisiblemente. Esta distancia entre un capital financiero altamente móvil y las dificultades del centro hegemónico para imponer políticas a escala global que le sean favorables, marcaría todavía más el declive de la primera potencia del mundo que, si bien sigue siéndolo a nivel militar, está – cosa curiosa – más endeudada que ninguna otra, siendo sus acreedores – cosa doblemente curiosa – los Estados y agentes empresariales emergentes del Asia oriental. Es decir que mientras el capital financiero propiamente capitalista – el del Norte- se lanza a operaciones de alto riesgo, surgen poderes financieros sustentados en los enormes superávits de los países emergentes, especialmente los chinos.

Esta circunstancia contribuye a mantener las opciones tremendamente abiertas: difícilmente un Estado tan endeudado como la actual USA logrará construir un New Deal a escala global – punto en el que Arrighi disiente de su amigo D. Harvey – pero, por eso mismo, no parece previsible que pueda prolongar su dominación, desprovista de hegemonía.

¿Cuáles podrían ser los agentes que precipitaran la situación? Por lo dicho anteriormente no parece que el autor confíe demasiado en los movimientos sociales, cuyas luchas entiende siempre como luchas defensivas incluso si, en el mejor de los casos, logran forzar a las élites dirigentes a introducir cambios que respeten sus intereses. ¿Pero cabe esperar que las élites de los centros emergentes y especialmente las élites chinas serán tan perspicaces de escapar a las añagazas de la política exterior americana y preparar para su pueblo – y por extensión para la Humanidad en su conjunto- ese estado de mayor igualdad y cooperación? ¿Podemos confiar en que un nuevo orden mundial, centrado en China, termine, o al menos debilite, los enfrentamientos militares entre las potencias? Y en tanto que sujetos europeos occidentales ¿nos cabe luchar por ello?

Arrighi no ofrece una respuesta concluyente. El final del libro deja abiertas varias posibilidades, dibujando sólo una alternativa entre una opción catastrófica en el caso de que China siguiera la pauta (capitalista) estadounidense y la otra, relativamente más tranquilizadora, si la abandonara. La apuesta del autor se inclina claramente por la segunda, aunque con cautela: “Si la reorientación consigue revitalizar y consolidar las tradiciones chinas de desarrollo autocentrado basado en el mercado, acumulación sin desposesión, movilización de los recursos humanos más que de los no-humanos y gobierno mediante la participación de las masas en la toma de decisiones, entonces es probable que China esté en condiciones de contribuir decisivamente al surgimiento de una comunidad de civilizaciones auténticamente respetuosa hacia las diferencias culturales; pero si la reorientación fracasa, China puede muy bien convertirse en un nuevo foco de caos social y político que facilite los intentos del Norte por restablecer un dominio global que se desmorona o …ayude a la Humanidad a arder en los horrores ( o las glorias) de la creciente violencia que acompaña la liquidación del orden mundial de la Guerra Fría” (p. 403).

A pesar de no estar cerrada, la opción del autor parece ser clara: el futuro del s. XXI no se juega en los movimientos europeos, ni siquiera en Latinoamérica -a pesar de su claro protagonismo – ni en Oriente próximo, con todo su caos y violencia, sino en el ascenso de ese nuevo centro de la economía-mundo: el mercado asiático y en especial el chino, con su poder para crear en torno suyo una nueva economía global.


Montserrat Galcerán Huget, de Traficantes de sueños


Comentario de Perry Anderson en New Left Review 44:

El relato de Arrighi comienza también en el Renacimiento, con el ascenso de la banca genovesa en el siglo XIV, en lugar del absolutismo español del siglo XVI. Su forma es cíclica. La expansión capitalista siempre es material en un principio, esto es, una inversión en la producción de bienes, y la conquista de mercados. Pero cuando el exceso de competencia hace que caigan los precios, se produce un brusco cambio hacia la expansión financiera —inversión en especulación e intermediación— en tanto que vía de escape. Cuando a su vez ésta pierde vigor, deja paso a un “tiempo de caos sistémico”, en el que los capitales territoriales rivales resuelven sus diferencias mediante sus respectivos Estados, en el campo de batalla militar. El Estado que surge victorioso de esas guerras establece una hegemonía en todo el sistema que permite un nuevo ciclo de expansión material para comenzar de nuevo. Esa hegemonía suele implicar un nuevo modelo de producción, que asocia capitalismo y territorialismo con arreglo a modalidades inauditas, capaz de convencer a todos los demás Estados de que la potencia hegemónica es la “fuerza motriz de una expansión general del poder de todas las clases dominantes sobre sus súbditos”, que descansa en un bloque social más amplio. De la Guerra de los Treinta Años surgió la hegemonía holandesa (finanzas globales más monopolio comercial); de las Guerras napoleónicas, la hegemonía británica (finanzas globales, predominio en el libre comercio, primer sistema fabril); de las dos Guerras Mundiales, la hegemonía estadounidense (finanzas globales, predominio en el libre comercio y corporaciones industriales). ¿Y hoy? Como Hardt y Negri, Arrighi considera las revueltas antiimperialistas y obreras como el moderno punto de inflexión, que pone fin al ciclo de expansión material, forzando al capitalismo a la fuite en avant de la expansión financiera. Un ciclo que ahora se está agotando a su vez, del mismo modo que la hegemonía estadounidense entra en una crisis total en Iraq. ¿Qué va a pasar ahora? La clase trabajadora mundial no ha dejado de cobrar fuerza (véase Fuerzas de trabajo, de Beverly Silver), pero el gran desarrollo es el ascenso de Extremo Oriente.

A principios de la década de 1990, centrándose en Japón, Arrighi pensaba que había tres posibles futuros para la humanidad: un imperio mundial, es decir, una reafirmación del control imperial estadounidense sobre el globo; una sociedad mundial de mercado, en la que Extremo Oriente, bajo la dirección de Japón, podría contrarrestar a Estados Unidos de tal suerte que ningún Estado podría por sí solo seguir ejerciendo la hegemonía; o el descenso a un estado de guerra generalizada, en un ataque final de caos sistémico que podría destruir el planeta. Una década más tarde, con el ascenso aún más preñado de consecuencias de China, descarta la primera posibilidad, conservando sólo la esperanzadora segunda y —diminuendo— la catastrófica tercera. El surgimiento de una sociedad mundial de mercado, predicha hace ya mucho tiempo por Adam Smith, significaría el final del capitalismo, puesto que el nexo entre el Estado y las finanzas, nacido de una rivalidad interestatal, que define a aquel, habría desaparecido; y la llegada de la tan esperada y necesaria equiparación de la riqueza entre los pueblos de la tierra, que él mismo auspiciaba.

17 abr 2008

EN DEFENSA DE LA FILOSOFÍA



Vídeo realizado por la Plataforma en Defensa de la Filosofía


Necesidad de filosofía
Jacobo MUÑOZ - Catedrático de Filosofía (UCM)

Toda definición simplifica y reduce a caricatura lo definido. Digamos que la filosofía es una reflexión crítica tan antigua como nuestra cultura acerca de los fundamentos, los métodos y las perspectivas del saber teórico, del pre-teórico, de la práctica y de la creación. Puede decirse que la filosofía encuentra sus motivaciones más profundas en la ciencia, el arte y la práctica política, de modo que no admite la escisión entre conocimiento y autoconocimiento. Que dicha reflexión ha sido cultivada del modo más cabal por algunos científicos o literatos, es cosa que va de suyo. Hay páginas de Einstein, de Lévi-Strauss o de Thomas Mann de sustancia filosófica muy superior a la de volúmenes enteros de no pocos filósofos «puros». Habría que hablar, como bien sabía Kant, más del filosofar que de la filosofía, la cual puede ser asumida como autoconciencia crítica de una cultura en un momento histórico dado.

Pero la filosofía tiene hoy retos nuevos: transformar los significados constituidos, interpelar y discutir los discursos hegemónicos, crear nexos de sentido siempre frágiles y limitados, trabajar en la creación y generalización de una cultura crítica cuyo objetivo sea el de librarnos de la fatalidad biológica y social, de las constricciones de un entorno siempre irreflexivo y tiránico. El triunfo final que algunos auguran, y en el que parecen complacerse, de un mundo «posfilosófico» sería el triunfo de una de las más lúgubres de esas utopías negativas que proliferaron a lo largo del pasado siglo.

16 abr 2008

Lenin hoy. La actualización de Slavoj Žižek.


Por Marco Antonio Esteban | 06.06.2005

Cuando le preguntan a Žižek qué modelo de sociedad prefiere, contesta: comunismo con un toque de terror. Es obvio que estamos ante un pensador interesante. Muchos aseguran que no hay que tomar a Žižek literalmente. A mí me da la impresión contraria. Su tono de broma genial le permite trascender a los medios y lanzar lo que en realidad es un mensaje serio y contundente. Aunque Žižek lleva más de diez años entre los teóricos culturales más famosos del mundo, es a partir del año 2002 con la publicación de un libro sobre el totalitarismo y otro sobre Lenin cuando adopta, para asombro de muchos, una postura decididamente marxista y leninista.

Las revoluciones culturales desatadas en el 68, las derrotas de la izquierda en los 80 y el postmodernismo resultante de los años 90 han generado en el espacio situado a la izquierda de la socialdemocracia diversas corrientes de pensamiento que libran una dura batalla por la hegemonía entre la satisfecha intelectualidad académica radical, las organizaciones de izquierda y los movimientos sociales. Entre los principales exponentes de estas corrientes destacan anarquistas libertarios como Chomsky, antiteórico y antiestatista y antileninista; marxistas postestructuralistas como Negri, Hardt y, hasta cierto punto, Holloway, mucho más teóricos pero no menos antiestatistas y antileninistas; demócratas radicales como Laclau, Mouffe o Badiou que abogan por un igualitarismo no necesariamente socialista; y, por reacción, autores como Žižek que levantan de nuevo contra viento y marea la bandera leninista. Ante la resistencia anarquista, la fragmentación foucaltiana de las luchas o la democracia sin emancipación Žižek reivindica el momento revolucionario y la destrucción del capitalismo. Con independencia de las críticas que se le puedan hacer, no cabe duda de que Slavoj Žižek es uno de los autores que más brillantemente ha escrito en los últimos años sobre Lenin y su pertinencia en los tiempos que corren.

La izquierda en la actualidad se divide en dos grandes grupos claramente diferenciados. Uno abrumadoramente mayoritario que no contempla un horizonte más allá del capitalismo y otro minoritario que sí lo imagina. El principal punto de fricción en el debate teórico dentro del grupo anticapitalista se centra en las condiciones de posibilidad de articulación de un espacio más allá de la democracia liberal. ¿Es posible reformular un proyecto político anticapitalista de izquierda frente al capitalismo global y sus excrecencias irracionalistas, las ultraderechas populistas y los fundamentalismos religiosos? ¿Cómo podemos repetir la proeza de Lenin, quien en un tiempo de desintegración del sistema fue capaz de reinventar el proyecto socialista y generar nuevas coordenadas? ¿Y cómo hacerlo en el actual ambiente generalizado de renuncia a toda esperanza de transformación?

En opinión de Žižek, la referencia a Lenin es inapreciable para distanciarse de cinco actitudes que predominan en la izquierda. La primera acepta la esfera de las luchas culturales ecológicas, feministas, gays, étnicas, nacionales, religiosas o multiculturalistas como el centro de la política emancipatoria y relega la esfera económica -casualmente la decisiva- a un segundo plano o al silencio. La segunda se encastilla en la defensa de las conquistas del Estado del Bienestar, defensa inviable porque ni las clases dominantes apuestan ya por el consenso social ni la base obrera tradicional que integró ese consenso mantiene su fuerza y tamaño. La tercera alberga una ingenua ilusión sobre las potencialidades de la tecnología, especialmente Internet, para la creación de nuevas comunidades y opciones políticas. La cuarta mantiene ortodoxias -como el trotskismo fiel al programa transicional de los años 30- que aplican mecánicamente el mismo patrón a todas las crisis políticas: identifican un supuesto movimiento de clase trabajadora que, carente de una auténtica dirección marxista capaz de vehicular su potencial revolucionario, es invariablemente traicionado por las fuerzas anticomunistas y procapitalistas. Finalmente, la quinta actitud asume la forma de terceras vías que son en la práctica simples certificaciones de defunción de las segundas vías, las anticapitalistas, y glorificaciones de las primeras vías, las liberales puras y duras.

Vivimos en un momento de despolitización de la economía, no por azar. Se puede opinar, proponer y legislar sobre todo: derechos humanos, racismo, medio ambiente, sexismo, homofobia, fundamentalismo religioso, violencia. Todo menos la economía. En la esfera económica reina el silencio, la censura y la inmovilidad más absolutos. Son muchos los que consideran más probable el fin del mundo que la más ligera modificación en la arquitectura del capitalismo. ¿Puede haber mayor prueba de la centralidad de la esfera económica? Žižek no tiene inconveniente en ser políticamente incorrecto en extremo y señalar que las demandas de las luchas del multiculturalismo posmoderno pertenecen esencialmente a las clases medias y altas occidentales; en ningún caso son comparables al horror que viven buena parte de las poblaciones del tercer mundo y no deben ser aceptadas por la izquierda como luchas fundamentales. El objetivo de la izquierda debe ser trasladar la lucha de nuevo a la esfera clave: la economía. Es necesario volver a repolitizar la economía con una intervención política de signo inverso a la que, en los últimos 30 años, han efectuado las clases privilegiadas para revertir las conquistas logradas por los trabajadores en los dos últimos siglos. El desmontaje de los avances en materia de legislación laboral, derechos sociales y regulación financiera ha hecho retroceder a la humanidad más de un siglo. Frente a la democracia liberal, cabe preguntarse: ¿dónde se toman la decisiones públicas clave? Si no se toman en un espacio público y con la participación de la mayoría, tanto da que exista formalmente una democracia parlamentaria. Žižek no es el único que extrae esta conclusión. Eric Hobsbawm afirma que la extensión de la democracia liberal en el mundo a golpe de misil imperial no sólo es hipócrita, sino contraproducente y peligrosa. Una democracia así es cada vez menos necesaria en sitio alguno, puesto que las decisiones políticas y económicas más importantes tienen lugar en organizaciones transnacionales privadas y públicas no democráticas. En otras palabras: el deterioro del modelo democrático liberal está llegando a tal punto que la diferencia entre su existencia o no para amplias partes del mundo es cada día más pequeña, por mucho que nos empeñemos en buscarla.

Cuando una demanda particular no se limita a la mera negociación de intereses en el espacio social existente, sino que desata la necesidad de una completa reestructuración de ese espacio a partir de su parte subordinada, esa demanda se convierte en universal. La causa de la mujer conserva aún su prestigio porque se identifica con todas las mujeres del mundo contra una sociedad patriarcal y su reivindicación no sólo les concierne a ellas, sino a toda la humanidad. La izquierda sólo puede ser universal si defiende en primer lugar a los que carecen de sitio en el sistema: el inmigrante sin papeles, la mujer sin derechos, el habitante del suburbio, el esclavo obrero de la periferia del imperio. Siguen conformando los grupos sociales que Marx consideraba como el crimen de la sociedad entera y su liberación la autoemancipación universal. En ellos reside la universalidad política y también la verdad. Žižek afirma que en la era del relativismo posmoderno es necesario recuperar la política de la verdad. Por verdad no entiende un conocimiento objetivo y neutral, sino un compromiso, una toma de partido por un bando. En la medida en que lo universal sólo puede articularse a partir del bando más débil, el verdadero universalismo requiere decantarse y abandonar la neutralidad. Žižek preguntaba a los cándidos europeos que aconsejaban imparcialmente a serbios y bosnios olvidar sus diferencias y pactar graciosamente la paz, qué hubieran pensado si durante la segunda guerra mundial un bienintencionado pacifista aconsejara, desde la tranquilidad de algún país neutral, olvidar las diferencias tribales, darse la mano amistosamente y comenzar sin más a vivir en armonía. El ejemplo de Lenin muestra que la verdad universal y el partidismo deben ir de la mano. La verdad universal es parcial y únicamente puede formularse desde una posición partidaria. No puede haber soluciones de compromiso. La parte excluida del orden global se convierte en la representante de la injusticia global. El antagonismo actual no se produce entre la globalización y los fundamentalismos étnicos y religiosos, sino entre la globalización como proceso de exclusión de enormes partes de la humanidad y el universalismo de la parte excluida que se convierte en referencia universal de la utopía.

Žižek, basándose en Lacan, plantea que vivimos en un orden simbólico, ficcional, no en el mundo real. Lo Real y la realidad no son idénticos. La realidad es virtual, fabricada con representaciones y significados que nos permiten dar sentido al mundo. Por contra, lo Real no puede ser directamente representado, porque es precisamente lo que no puede ser incorporado en el orden simbólico. La realidad es una interpretación simbólica de lo Real. Matrix es una película inspirada en esta visión del mundo. No es necesario recurrir a una interpretación psicoanalítica de este tipo para llegar a conclusiones similares. El clásico aserto marxista de la emancipación de los trabajadores como obra de los propios trabajadores encierra el mismo mensaje: únicamente los siervos tienen la voluntad necesaria en última instancia para acabar con sus amos y con su sistema de dominación social e ideológica. ¿Cómo operar entonces un cambio radical en la realidad? Atacando su arquitectura simbólica mediante un acto político que quiebre las coordenadas existentes. Lenin ejemplifica la necesidad, para que las coordenadas cambien, de desembarazarse del Gran Otro, el sujeto o entidad que conoce, que tiene presuntamente la respuesta. Por supuesto, el Gran Otro no existe. Ninguna señal luminosa indicará nunca que las condiciones objetivas se dan en ese preciso momento, ningún sabio aportará la fórmula mágica que garantice el curso de acción perfecto, ninguna autorización legitimadora aparecerá por encanto en el instante oportuno. Al final no hay más remedio que librarse del miedo a tomar el poder y de la cobertura del Gran Otro. A la hora de la decisión revolucionaria estamos completamente solos. La emancipación es obra de nosotros mismos. Ante la teleología que confía en que la revolución estallará inevitablemente cuando llegue la crisis final, Lenin intuye que no hay un tiempo definido y predeterminado para la revolución. Simplemente, la oportunidad revolucionaria se presenta en función de un conjunto extraordinario de circunstancias. La oportunidad se aprovecha o se pierde. Ser revolucionario en 1917 significaba arriesgarse a romper completamente con el orden establecido. Ese es el acto político por excelencia. Žižek retoma aquí el Augenblick de Lukacs, el breve momento en que se abre la posibilidad de actuar sobre una situación agravando el conflicto antes de que el sistema pueda integrarlo. La libertad no es un estado de armonía y equilibrio, sino el acto violento que perturba el equilibrio y libera. Una liberación que no puede ser completamente explicada en función de las condiciones objetivas o circunstancias históricas preexistentes.

Frente a la apuesta revolucionaria de Lenin el comité central bolchevique -muchos de cuyos miembros tomaban al fundador de su partido por loco- opuso dos grandes argumentos que apelaban a la llegada del Gran Otro: el primero, la inexistencia de consenso democrático entre la población. Lenin ironizaba sobre la necesidad de convocar un referéndum para hacer la revolución. El segundo, la falta de condiciones objetivas para la acción revolucionaria. Rosa Luxemburgo ya advirtió en su tiempo que quien espere la llegada de las condiciones objetivas esperará siempre. Lenin tuvo éxito, subraya Žižek, porque su decisión fue respaldada por la población en un momento revolucionario de enorme expansión de la democracia de base que desafiaba al gobierno existente. Lenin reconocía que Rusia en 1917 era el país más democrático del mundo, pero era consciente de que si no se iba más allá, si no se eliminaba el liberalismo y el capitalismo, el momento se perdería. Una revolución debe golpear dos veces. Tras el primer golpe, la revolución se encuentra todavía demasiado vinculada al viejo aparato estatal. Surge la ilusión de que las cosas pueden cambiarse dentro de las estructuras del viejo orden. Esto es imposible: hay que negar el viejo orden, golpear otra vez y dar paso al nuevo. El acto político revolucionario es el que modifica los parámetros de lo existente. La idea de Lenin no es que las leyes de la historia estén de nuestro lado, sino que no hay Gran Otro. No hay garantía para nuestros actos.

Lenin liberó un enorme territorio del planeta de las garras del capitalismo y demostró que una organización social anticapitalista era posible. Con todos sus horrores, la Unión Soviética fue la única fuerza política que presentó una amenaza real al dominio mundial del capitalismo, impulsó la utopía en todo el planeta y generó un sano miedo a la revolución en las clases dirigentes occidentales que permitió a los estratos populares avanzar en materia de conquistas sociales. La legión de ex-comunistas que critican ahora el comunismo y abrazan el neoliberalismo suelen pertenecer a las capas que más se beneficiaron de esas conquistas. La caída de la Unión Soviética ha sido un desastre para la humanidad. Por eso los Soviets todavía conservan su potencial emancipatorio. Todo territorio comunista es territorio liberado. Lenin es más necesario que nunca en las circunstancias actuales, cuando ha llegado a desaparecer la creencia en el potencial de la humanidad para cambiar y mejorar la sociedad, cuando se contempla de nuevo la historia como destino inevitable, cuando todas las vías se ponderan excepto la revolucionaria Lenin personifica el acto revolucionario como única alternativa a la guerra y la barbarie. Lenin hoy no comporta aplicar mecánicamente sus análisis a la situación actual, ni siquiera ajustar el viejo programa a las nuevas condiciones, sino seguir su ejemplo: reformular completamente el proyecto socialista e iniciar un proyecto político que mine la totalidad del orden global capitalista liberal. ¿Cómo inventar la estructura organizacional que canalice el demanda política universal de contestación al capitalismo global? Lenin hoy significa que para ser anticapitalista hay que combatir el cáncer de la democracia: el liberalismo y su puntal, la propiedad privada. La lección clave de Lenin radica en que la política sin estructura ni organización que le confiera la forma de demanda universal es política sin política, revolución sin revolución con denada al fracaso.

Marx aseguraba que el socialismo no podía realizarse sin revolución y Lenin añadía que para tener una revolución hay que tener una revolución. Žižek propone una bella definición de revolución: es la representación de la utopía. Presente y futuro se aproximan brevemente en el instante revolucionario y podemos comportarnos como si la utopía nos tocara. El futuro utópico se materializa fugaz y somos realmente felices mientras luchamos por él. La utopía no es un sueño, una ilusión o un producto de la imaginación, sino un impulso surgido de la necesidad de supervivencia ante una situación sin salida. Nos vemos obligados a pensar la utopía ante la imposibilidad de solucionar los problemas dentro de las coordenadas existentes, ante la convicción de que la peor opción es continuar con lo que conocemos. Los momentos en que somos más libres e iguales en este sistema son aquellos que dedicamos a la consecución de la utopía. El resto del tiempo somos meros esclavos.

Extraido de: http://www.rebelion.org


15 abr 2008

DAVID HARVEY: "En el espacio público ideal el conflicto es continuo"

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PREGUNTA. ¿Por qué considera necesario enfatizar la relación actual entre capital y territorio?

RESPUESTA. Porque la producción del espacio es un aspecto central de la economía capitalista. Últimamente he prestado atención al importante papel que el desarrollo urbanístico ha jugado en las dinámicas de acumulación de capital. Ahora mismo hay un auge de la construcción en el mundo. El otro día pasé cerca de Ciudad Real ¡y pude contar hasta ochenta grúas! Lo paradójico de esto es que cuanto más dinero parece invertirse, menos asequible resulta la vivienda.

P. Un fenómeno que usted vincula con la competencia interterritorial.

R. Sí, entre municipios, regiones y Estados. La única manera con la que un lugar puede competir para atraer inversiones consiste en crear un buen clima para los negocios, y a veces, incluso, subvencionarlos. Hace tres semanas uno de los bancos de inversiones más importantes del mundo, Goldman Sachs, obtuvo una subvención de 650 millones de dólares para mantener su sede en Nueva York. La competencia territorial es muy fuerte en el ámbito de los servicios financieros.

P. ¿No existe una contradicción entre, por un lado, la competencia territorial, a través de lo que usted denominó rentas monopolistas, y, por otro, la creciente homogeneización de los paisajes construidos?

R. Desde luego, es una gran tensión, porque en un principio quieres tener una ciudad muy especial que atraiga al capital, pero, al mismo tiempo, cuando éste llega, trae consigo las mismas tiendas que hay en todas partes, así que de pronto la ciudad pierde esa cualidad particular que la hacía única. Yo creo que, desde los Juegos Olímpicos, Barcelona ha perdido todo su carácter.

P. ¿Y qué función asume la cultura en estos procesos?

R. En muchas ciudades tenemos una larga historia cultural que está siendo tratada como mercancía por la industria turística. Y luego está lo que llamamos la "invención de la tradición", incluso la creación de nuevas "historias", como alguien que encuentra un objeto histórico perdido y hace de él algo especial, construyendo un mito a partir de la nada. O cuando encargas una arquitectura de firma con la que consigues poner una ciudad en el mapa, como ha ocurrido en Bilbao.

P. ¿Cómo interpreta el actual desarrollo urbano en España?

R. A mí me parece que mucho de lo que está pasando ahora mismo en España tiene que ver con la absorción de excedentes de capital por medio de un desaforado proceso urbanizador y constructivo. Al recorrer la costa se percibe un desarrollo urbanístico excesivo, lo que acaba acarreando todo tipo de problemas ecológicos, así como sociales, políticos y económicos. Creo que el ritmo y la escala de la actual urbanización en España necesita un aparato regulador muy fuerte para intentar convertirlo en algo sensato. Además, muchas de las cosas que se están construyendo en las ciudades me parecen bastante innecesarias, realmente no contribuyen al bienestar de la gente, son meros símbolos. ¿Por qué no gastan el dinero en viviendas decentes para la gente con pocos ingresos? ¿Hacia dónde va todo esto? Es una tragedia que el actual Gobierno no preste atención a lo que realmente debería.

P. Alguien ha vaticinado que el planeta será pronto un gran suburbio en donde las "metropolíticas de la globalización" sucederán a las "geopolíticas de las naciones". ¿Qué opina usted al respecto?

R. No cabe duda de que hemos presenciado una reterritorialización del poder político. Lo vemos en la formación de la Unión Europea o del NAFTA, en la manera en que se están estableciendo las alianzas, o en que el poder regional se reafirma en lugares como Escocia y Cataluña. Incluso las ciudades regionales están participando en la competencia global. Hay que reconocer que el poder político se está ejerciendo de muchas maneras territoriales diferentes, pero no creo que hayamos desbancado todavía al Estado-nación como una de las entidades primordiales a través de las cuales se organiza y se ejercita ese poder.

P. Aparte de analizar las formas de urbanismo imperantes, a usted le interesa estudiar otros modelos posibles de habitar un lugar. ¿Dónde se pueden localizar esos "espacios de esperanza"?

R. Se están haciendo muchos experimentos ahora mismo, como los asentamientos de población pobre en Asia, el movimiento de campesinos en Brasil o muchas comunidades vecinales que tratan de mejorar las formas de vida en las ciudades con diferentes maneras de hacer las cosas. Hay mucha inventiva y ahí residen para mí los lugares de esperanza. La gente tiene que vivir, y si no pueden vivir en Manhattan o en los barrios ricos de Madrid...

P. Tienen que buscar otro lugar...

R. Efectivamente, tienen que sobrevivir. Pero hay otros espacios de esperanza que considero importantes: creo que hay mucha gente de clase media que se está cansando de vivir en guetos de oro. Vivir en una comunidad cerrada y protegida es muy aburrido. La mezcla de diferentes grupos de inmigrantes, la fusión de estilos musicales, gastronómicos, es lo que hace de la vida urbana algo fantástico. Éste no es el tipo de urbanismo que queremos; queremos algo diferente, que congregue a la gente en lugar de segregarla, que es en realidad lo que ha estado pasando en estos últimos treinta años.

P. Según su idea de ciudad, ¿debe el espacio público promover el consenso o enfatizar el conflicto?

R. Ambos. Una frase brillante de Heráclito sugiere que la armonía más bella nace del enfrentamiento de las diferencias. Creo que una idea de consenso que no contemple la diferencia no tiene sentido. El espacio público ideal es un espacio de conflicto continuo y con continuas maneras de resolverlo, para que éste después se vuelva a reabrir.

Entrevista publicada en el diario El País el pasado 8 de septiembre de 2007.

Geografía humana

LOS ESCRITOS de David Harvey han contribuido enormemente al actual debate político sobre las estrategias espaciales de la globalización, así como al conocimiento de la geografía humana. En lengua castellana contamos con la traducción de sus ya clásicos Urbanismo y desigualdad social (Siglo XXI, 1992), La condición de la posmodernidad (Amorrortu, 1998) y Espacios de esperanza (Akal, 2003). Experto analista de la ciudad contemporánea, su labor se ha centrado en investigar la distribución y organización del territorio en las economías capitalistas avanzadas.

Pero en su obra también tiene cabida un pensamiento más especulativo, que busca imaginar y aportar fórmulas alternativas de producción espacial.

Entre El nuevo imperialismo y Espacios del capital (ambos publicados por Akal en 2004 y 2007) también ha aparecido un pequeño libro a dúo con Neil Smith titulado Capital financiero, propiedad inmobiliaria y cultura (Macba/UAB, 2005), que trata el modelo urbano de Barcelona; una ciudad que, según David Harvey, está perdiendo sus señas de identidad mediante un progresivo proceso de "disneyficación".