30 ago 2015

EL ARTE REVOLUCIONARIO COMO ENEMIGO DEL PUEBLO



Para el último Marcuse, el alejamiento del arte del proceso de producción material le ha permitido desmitificar la realidad reproducida a lo largo de este proceso. Por eso, el arte desafía el monopolio de la realidad establecida para determinar qué es lo real, y lo hace creando un mundo ficticio que, sin embargo, es “más real que la propia realidad”. La acción de Hamlet se puede transferir del mundo cortesano al mundo de la producción material. También se puede variar el marco histórico y modernizar la conspiración de Antígona. Ahora bien, si esta adaptación o traducción quiere penetrar y comprender nuestra realidad cotidiana tiene que someterse a la estilización estética. Esta estilización permite descubrir lo universal en la situación social concreta.

Gracias a las verdades universales, transhistóricas, el arte apela a una conciencia que no es solamente la de una clase social concreta, sino más bien la de los seres humanos como especie, desarrollando el conjunto de sus facultades vitales. La tradición ortodoxa marxista sostiene que el sujeto de esa conciencia es el proletariado, porque es la única clase en la sociedad capitalista que no tiene ningún interés en conservar la realidad existente. De acuerdo con esta concepción, la conciencia del proletariado sería también la que validase la verdad del arte. Frente a esta posición ortodoxa, Lucien Goldmann se pregunta qué sucede en una sociedad capitalista avanzada en la que la clase trabajadora ya no solamente no es la negación de la sociedad existente, sino que está en gran medida integrada en ella. ¿En qué términos se establece la conexión entre las estructuras económicas y las manifestaciones artísticas en una sociedad en la que esta relación se da fuera de la conciencia colectiva, es decir, sin fundamentarse en una progresiva conciencia de clase?

Para Adorno, por ejemplo, ésa sería precisamente la situación en la que se impone la autonomía del arte: la expresión artística como absoluta enajenación. La tradición marxista ortodoxa sostendría que las obras de arte alienadas son elitistas o síntomas de decadencia; sin embargo, Adorno replicaría que constituyen configuraciones auténticas de las contradicciones que definen a toda una sociedad y seducen cuanto cae a su alcance, incluso a las propias obras de arte enajenadas. Las estructuras económicas se imponen y determinan el valor de uso —y, por extensión, el valor de cambio— de las obras de arte, pero no por ello establecen lo que son y lo que afirman.

Aquello que en el arte se presenta alejado de la praxis de cambio social exige ser reconocido como elemento necesario en una futura praxis de liberación. El arte no puede cambiar el mundo, pero puede contribuir a transformar la conciencia y los impulsos de personas capaces de cambiarlo. Precisamente los movimientos sociales de los años sesenta buscaban una transformación radical de la subjetividad y la naturaleza de la sensibilidad, la imaginación y la razón. Iniciaron una nueva visión de las cosas mediante la infiltración de la superestructura ideológica en la base. Hoy, sin embargo, ni siquiera la grave crisis socioeconómica que afecta a Europa ha conseguido seducir (salvo excepciones) a una clase trabajadora que no muestra interés por los grandes cambios. ¿Debe el arte expresarse, por tanto, en el lenguaje de esa mayoría que ha demostrado no desear un gran cambio?

El Marcuse de La dimensión estética sostiene que, en este contexto, el elitismo puede tener un contenido radical. Trabajar por la radicalización de la conciencia significa hacer explícita y consciente la discrepancia material e ideológica entre el escritor y el pueblo, en lugar de oscurecerla y disimularla. El arte revolucionario puede convertirse, así, en “el enemigo del pueblo”. La transformación de la conciencia es algo más que un desarrollo de la conciencia política, la cual aspiraría, en el mejor de los casos, a un nuevo sistema de necesidades. La emancipación de la sensibilidad, la imaginación y la razón van mucho más allá de la mera propaganda. Sus formas de expresión no son traducibles al lenguaje de la estrategia política o económica.

El arte constituye una fuerza productiva cualitativamente diferente del trabajo. Sus cualidades esencialmente subjetivas se afirman a sí mismas frente a la dura objetividad de la lucha de clases. Los escritores que se identifican con el proletariado son marginados, y lo son no solamente porque su origen no sea “obrero”, ni porque su actividad se desarrolle lejos de la fábrica o la oficina. Son marginados por la trascendencia especial del arte, que hace inevitable el conflicto entre éste y la praxis política. Es lo que le ocurrió al surrealismo, sin ir más lejos. 

Marcuse reprocha a la tradición marxista su desprecio de la “interioridad”, ya que, si bien es cierto que la “subjetividad” constituye un logro indiscutible de la era burguesa, no menos cierto resulta que esa misma interioridad, esa autorreflexión del individuo, constituye una fuerza antagónica en la sociedad capitalista. En efecto, el concepto de individuo se ha convertido en el contrapunto ideológico del sujeto económico competitivo y del autoritario cabeza de familia. El “vuelo hacia la interioridad” y la insistencia por conseguir una “esfera privada” pueden servir de baluarte contra una sociedad que administra todas las dimensiones de la existencia humana. La interioridad y la subjetividad son susceptibles de convertirse en el espacio interno y externo para la subversión de la experiencia, para la creación de otro universo. El rechazo del individuo como un “concepto burgués” recuerda y presagia actitudes fascistas. La defensa de la solidaridad y la comunidad no presupone la absorción aniquiladora de lo individual; por el contrario, tiene su origen en la decisión autónoma del individuo. La comunidad es la unión de individuos libres, no de masas.

Ahora bien, si la subversión de la experiencia propia del arte y la rebelión contra el principio de realidad implícito en esta subversión no pueden traducirse en praxis política, si el potencial radical del arte consiste precisamente en esa no-identidad, entonces ¿cómo puede encontrar ese potencial una obra de arte y de qué forma puede convertirse en un factor decisivo para la transformación de la conciencia?

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