11 ago 2015

EL VALOR DE USO COMO CATEGORÍA ESTÉTICA



Marx, como Schiller, introdujo en el pensamiento estético una apuesta de alcance antropológico: el recuerdo de todas aquellas posibilidades que nunca hemos sido y que, sin embargo, añoramos profundamente. El Marx de los Manuscritos, como decíamos, describe una tragedia humana mucho tiempo silenciada, en la que la mayoría de los seres humanos son condenados a una vida de trabajo duro, inútil y miserable. La división del trabajo mutila y nutre a la vez, genera nuevas habilidades y capacidades, pero de una forma injusta y unilateral. Los poderes creativos que posibilitan que la humanidad controle su entorno, erradicando la enfermedad, el hambre o las catástrofes naturales, también le permiten comportarse como un depredador contra sí misma. La cultura se convierte así, simultáneamente, en un documento de civilización y en un testimonio de barbarie. El desarrollo capitalista conduce al individuo a nuevas cimas de sutil autoconsciencia, al mismo tiempo que lo convierte en un depredador egoísta. El capitalismo ha generado una enorme riqueza de capacidades, pero siempre bajo el signo de la escasez, la alienación y la unilateralidad. Lo que importa ahora es poner al servicio de cada individuo tantas de esas capacidades como sea posible y reunir todos esos aspectos que históricamente evolucionaron en su aislamiento mutuo.

De esta manera, el Marx de los Manuscritos se encuadra directamente en el campo del humanismo romántico, con su modelo de expresión/represión de la existencia humana. El desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo lleva consigo, de hecho, la atrofia y la reducción de ciertas capacidades en la era capitalista; y el capitalismo, a su vez, es esencial para el desarrollo de las fuerzas productivas.

El arte es para Marx un ejemplo extraordinario de esta ironía. Según su planteamiento, el arte floreció en condiciones socialmente inmaduras como las existentes en la Grecia antigua, cuando la cualidad y proporción podían aún preservarse del dominio de la mercancía. Una vez que ésta entra bajo la influencia cuantitativa en el marco de una época histórica más desarrollada, comienza a degenerar en relación con su perfección originaria. En consecuencia, las capacidades humanas y las fuerzas de producción no sólo no son sincrónicas entre sí, sino que realmente se comportan de manera inversamente proporcional.

Es, sobre todo, en el concepto de valor de uso donde Marx deconstruye la oposición entre lo práctico y lo estético. Cuando escribe acerca de los sentidos emancipados que se han vuelto “teóricos en su praxis inmediata”, quiere decir que la teoría, la contemplación placentera de las cualidades materiales de un objeto, es un proceso activo en el seno de nuestras relaciones funcionales con él. Experimentamos la riqueza sensual de las cosas al incluirlas dentro de nuestros proyectos significativos. Esta actitud difiere, por un lado, del instrumentalismo del valor de cambio y, por otro, de cualquier tipo de especulación estética desinteresada. Lo “práctico” para Marx incluye ya esta apertura “estética” a lo particular. Sus enemigos son así, por un lado, la abstracción mercantilizada tanto del objeto como de la pulsión y, por otro, las fantasías estetizantes del parásito social, que rompe el lazo entre el uso y el placer, la necesidad y el deseo.

Para Marx, lo que contradice el ser estético de un objeto no es su uso, sino esa operación de abstracción que lo convierte en un receptáculo vacío como consecuencia del predominio del valor de cambio y de la deshumanización de la necesidad. Tanto la estética clásica como el fetichismo de la mercancía purgan la especificidad de las cosas, despojándolas de su contenido sensible hasta convertirlas en una pura idealidad formal. En este sentido, lo estético en Marx se presenta como antítesis de lo estético kantiano, es decir, como la ruina de toda contemplación desinteresada. La utilidad de los objetos es condición, no antítesis, de nuestra apreciación respecto a ellos, de igual modo que nuestro placer en el intercambio social no es separable de su necesidad.

La estética marxista es, entre otras cosas, un intento de reunir las esferas sociales divididas, reconociendo en ellas alguna lógica homogénea. Una razón peligrosamente formalista debe reincorporar todo aquello que el sistema capitalista rechaza como material último de desecho. Si la razón y el placer mantienen una mala relación, el artefacto puede ofrecer modelos de reconciliación, siempre y cuando sensibilice a la primera y racionalice al segundo a la manera del impulso de juego schilleriano. Este puede ofrecer, de hecho, una solución clarificadora al problema de la libertad y la necesidad, toda vez que la libertad en estas condiciones sociales ha caído en la anarquía, y la necesidad en un férreo determinismo. La cuestión consiste en saber si el artista, en el acto de producción, es absolutamente libre o está dominado por alguna lógica inexorable. La estética busca resolver de una forma imaginaria el problema de por qué, bajo ciertas condiciones históricas, la actividad humana corporal genera un conjunto de formas racionales por las que el cuerpo mismo queda entonces confiscado. El mismo Marx unificará lo material y lo racional en el concepto de valor de uso.

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