9 ago 2015

LA ANTROPOLOGÍA DE MARX: EL HOMBRE COMO SER GENÉRICO



La crítica al trabajo enajenado no significa en absoluto que Marx cuestione la naturaleza productiva del hombre. Por el contrario, la antropología de Marx se edifica a partir de la categoría de “ser genérico”, tomada de su maestro Feuerbach, y según la cual la universalidad humana sólo se comprende a partir de dos determinaciones: por un lado, el ser humano como ser consciente y, por otro, como ser cuya actividad vital es el trabajo. El hombre es conciencia del ser que trabaja, y el trabajo es, por tanto, su actividad vital consciente. Así, Marx establece inequívocamente el carácter práctico, real, productivo, de la actividad vital del hombre como ser genérico: “Es sólo y precisamente en la transformación del mundo objetivo donde el hombre empieza a manifestarse realmente como ser genérico. Esta producción constituye su vida genérica laboriosa. Mediante ella aparece la naturaleza como obra suya”.

El hombre se reconoce o contempla en el objeto como ser genérico, es decir, como ser humano, porque el objeto del trabajo es la objetivación de su vida genérica: “El hombre es un ser genérico no sólo porque en la teoría y en la práctica toma como objeto suyo el género, tanto el suyo propio como el de los demás, sino también, y esto no es más que otra expresión para lo mismo, porque se relaciona consigo mismo como el género actual, viviente, porque se relaciona consigo mismo como un ser universal y por eso libre”.

Marx, como Feuerbach, considera que la universalidad del hombre ha sido corrompida y es necesario restaurarla. El hombre se va creando a sí mismo a lo largo de la Historia, de forma que la esencia humana es, en cada momento, resultado de un proceso interminable y complejísimo de enfrentamiento entre los hombres y la naturaleza exterior. En dicho proceso el hombre actúa en asociación con los demás. Sin embargo, debido a la escasez del medio en que está situado, ni su actividad es vivida como actividad común ni los resultados de sus obras son comunes. El hombre mismo, como producto de su propia acción, no logra romper la barrera de su individualidad natural; su determinación esencial genérica, presente en su acción, no llega a actualizarse, y el ser humano continúa sin alcanzar su verdadera esencia. Las obras que ha creado no son por eso suyas, sino ajenas. 

Para Marx, sin embargo, esa enajenación es un proceso necesario en la Historia. Si no lo fuese, los hombres habrían llegado desde el primer momento a la plenitud de su esencia y todo el curso de la historia carecería de sentido. Todo el curso de esa enajenación histórica responde a la especialización de funciones, a la división del trabajo en el seno de la cual cada individuo produce aquello para lo que sus propias capacidades o los recursos de la naturaleza que le rodea le dan mayor facilidad. Esa división del trabajo multiplica los resultados que se conseguirían si cada individuo hubiese de producir los artículos necesarios para su propia satisfacción. Sin embargo, ese incremento en la producción no es lo que el individuo persigue. Al producir por encima de sus necesidades, lo que cada individuo persigue es lograr mediante el intercambio la mayor suma de bienes producidos por los demás. A medida que la Historia progresa, la técnica del intercambio va perfeccionándose. La introducción del dinero supone un paso gigantesco que rompe los estrechos límites del trueque y permite conservar indefinidamente la fuerza productiva conquistada a los demás. Finalmente, en el sistema capitalista, el dinero triunfa y toda relación humana queda reducida a relación de mercado.

En este contexto, el trabajo enajenado convierte a la naturaleza en algo ajeno al hombre, lo hace ajeno de sí mismo y de su actividad vital, y también hace del género algo ajeno al hombre. Hace que para él la vida genérica se convierta en medio de la vida individual: “En primer lugar, hace extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual, y, en segundo lugar, convierte a la vida genérica, en abstracto, en fin de la vida individual, así como en su forma extrañada y abstracta. Esto se debe a que el trabajo, la actividad vital, la vida productiva misma, aparece ante el hombre sólo como un medio para la satisfacción de la necesidad, de la necesidad de mantener la existencia física. Pero la vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la forma de la actividad vital reside el carácter dado de una especie, su carácter genérico, y la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del hombre.”

El trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica, y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza. Hace extraños al hombre su propio cuerpo, su esencia espiritual, su esencia humana. Además, otra consecuencia derivada del hecho de estar enajenado el hombre de su producto de trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la enajenación del hombre respecto del hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro. En resumen, la afirmación de que el hombre está enajenado de su ser genérico quiere decir que cada hombre está enajenado del otro, y que cada uno de ellos está enajenado de su esencia humana.

“Por eso” —concluye Marx en sus Manuscritos— “precisamente es sólo en la elaboración del mundo objetivo donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica, y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico: de la naturaleza. Del mismo modo, el degradar la actividad propia, la actividad libre a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre un medio para su existencia física. Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que el hombre tiene de su género se transforma, pues, de tal manera que la vida genérica se convierte para él en simple medio."

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