INTRODUCCIÓN:
La idea para este proyecto surgió por azar, a partir de una
relectura del Juan de Mairena de
Antonio Machado. Y no por el estilo aforístico, ágil y poco académico del alter ego de Machado —el cual podría
emparentarse, siquiera superficialmente, con el de las últimas obras de
Nietzsche—, sino por algo mucho más anecdótico, casi insignificante: la
relación que establece el profesor Juan de Mairena entre Nietzsche y el
darwinismo en un aforismo de 1938:
“El filósofo de la abominable Alemania
hitleriana es el Nietzsche malo, borracho de darwinismo, un Nietzsche que ni siquiera
es alemán...[1]”.
Son muchas las preguntas que inspira este fragmento. ¿Tiene
sentido hablar de varios Nietzsches? ¿Puede hablarse aún con seriedad de un
“Nietzsche malo”? ¿Hay un Nietzsche interesado en las ciencias naturales, hasta
el punto de emborracharse de naturalismo y evolucionismo? Si Nietzsche es el
filósofo del cuerpo, ¿hasta qué punto pudieron seducirle los descubrimientos de
Wallace y Darwin sobre la evolución de la especie? ¿En qué período de una obra
tan compleja y ambigua como la nietzscheana puede encontrarse su posición
respecto de lo que él mismo denominó “el clima cultural de su tiempo”?
Las preguntas suscitadas por el aforismo de Juan de Mairena
han sido infinitas, y la búsqueda de respuestas no se ha detenido desde
entonces. Incluso dos personas muy próximas a Nietzsche, su amiga Lou Salomé y
su hermana Elisabeth, escribieron sendos libros sobre el filósofo alemán con
orientaciones muy diferentes y pistas contrapuestas. De un lado, Lou Salomé
presenta a un Nietzsche librepensador e ilustrado, admirador de Voltaire,
interesado en los debates científicos de su tiempo, apasionado por el problema
de la verdad y la crítica del conocimiento; es el Nietzsche de la llamada
“trilogía ilustrada”: Humano, demasiado
humano (1878-1880), Aurora (1881)
y La ciencia jovial (1882). Del otro
lado, la hermana del filósofo hizo hincapié en el último Nietzsche, obsesionado
por la crítica de los valores y la necesidad de una transvaloración, con tintes
a veces proféticos, tal como reflejan Así
habló Zaratustra (1883-1886), Más
allá del bien y del mal (1886) y la Genealogía
de la moral (1887), para culminar con el texto póstumo La voluntad de poder (1901), una obra sobre cuya autoría hay mucha
polémica.
Por si fuera poco, las preguntas que pretende resolver este
trabajo se han topado con otro Nietzsche menos célebre y no menos escurridizo,
el Nietzsche joven, recién nombrado catedrático de filosofía clásica en Basilea
cuando apenas contaba con 25 años. Frente a los lugares comunes que lo muestran
como un seguidor incondicional de Schopenhauer y Wagner (véase El nacimiento de la tragedia) o como un
relativista radical (véase Sobre verdad y
mentira en sentido extramoral), aparece también un Nietzsche menos
relativista y más pragmático, interesado por el materialismo, lector y amigo de
Lange y Rée, admirador de Heráclito pero también de Demócrito, no muy alejado
de Kant y fuente de inspiración para ciertos epistemólogos contemporáneos.
Este trabajo no pretende reinventar por enésima vez a
Nietzsche, y mucho menos retorcer sus afirmaciones para convertirlo en un
ilustrado radical o en un centinela de la ciencia. Se trata más bien de descubrir
a través de sus obras su relación con la ciencia en general y con el
evolucionismo en particular, sin dar por válidos los estereotipos creados en
torno a su figura y su obra. A lo largo de la obra de Nietzsche hay huellas
suficientes que permiten adivinar, por un lado, un claro interés por los
avances de las ciencias naturales y, por otro, una crítica a un “evolucionismo
vulgar” que convierte al hombre en un ser mecanizado, biologizado y encadenado
a las ciegas leyes de la evolución. En ese cruce de caminos encontramos un
Nietzsche que alumbra nuevos modos de subjetividad y nos invita a esquivar el
conformismo insustancial de los “últimos hombres”.
[1]
Antonio Machado. Juan de Mairena. Notas inactuales, a la manera
de Juan de Mairena. LXXV, p. 344.
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