23 jul 2016

2. NIETZSCHE Y EL EVOLUCIONISMO. LA CRÍTICA AL DARWINISMO DESDE LA VOLUNTAD DE PODER.


La crítica al darwinismo desde la voluntad de poder

Los estudios de Darwin sobre la evolución de la especie sostienen que la supervivencia depende de la capacidad de adaptación al medio. Los organismos que mejor se adaptan alcanzan su madurez, se reproducen y transmiten sus características a la descendencia. En unos casos, lo que permite que las especies se adapten es el mimetismo con el entorno; en otros, es su agudeza visual, sensitiva, olfativa, etc., lo que les permite tener una ventaja competitiva. De estas ideas básicas de Darwin se derivan dos conclusiones cruciales desde el punto de vista de la evolución.

La primera conclusión es que resulta factible que el orden se origine a partir de un desorden inicial. Esta posibilidad ya fue contemplada por los atomistas griegos, principalmente por Demócrito, pero  les resultó imposible explicar el mecanismo por el que de una masa amorfa de materia (por ejemplo, la lava expulsada de los volcanes) pudieran surgir cuerpos con forma reconocible. Darwin encontró ese mecanismo en la llamada “struggle for life”. Además, gracias a la heredabilidad de los caracteres adquiridos, las capacidades para sobrevivir se transmiten a la descendencia. El mecanismo de la supervivencia describe una lucha sin cuartel entre todos los seres vivos en la que solo unos pocos son afortunados y logran reproducirse. Pero, aunque esto pudiera parecer una cosmovisión terrible, en el fondo engendra beneficios futuros, es decir, es una fuente de progreso. El resultado de la lucha por la vida es que los organismos del futuro resultarán más perfectos, más adaptados y mejorarán las capacidades de los pobladores actuales para superar los obstáculos naturales.

La segunda conclusión de las tesis de Darwin es que, al haberse localizado un mecanismo natural que se ha perfeccionado durante millones de años, cualquier actuación cultural de signo contrario resulta prácticamente inútil. Así, por ejemplo, una acción movida por la justicia se chocará contra el muro de los millones de años de evolución natural. El ser humano está subido a un tren del progreso y, además, ese tren no puede detenerse. Los seres humanos están destinados a contemplar la sangrienta lucha por la supervivencia sin intervenir, puesto que sus acciones frenarían el progreso en lugar de impulsarlo.

Nietzsche se esforzó por explicar lo humano a partir de los condicionamientos del cuerpo y de su entorno natural y social; sin embargo, en su última etapa criticó con dureza las dos conclusiones fundamentales del darwinismo, esto es, su lado más utilitario y mecánico, así como el ideal de progreso inexorable que lleva asociado.

En efecto, Nietzsche insistió en que la ley o principio de la vida no consiste en una mera lucha por la supervivencia de carácter biológico, sino en la voluntad de poder. La crítica del utilitarismo inspira la idea de que la lucha por la vida requiere unos medios que van más allá del aumento de la fuerza. El utilitarismo no puede explicar la aparición de un órgano; de hecho, mientras un órgano se forma no hay ninguna utilidad para la vida. Son precisamente las deficiencias, las debilidades y la degeneración las que sirven de estímulo para el desarrollo de otros órganos. Es en las situaciones de impotencia cuando se ponen a prueba la resistencia y la cohesión de los individuos. De esta forma, el planteamiento de Nietzsche es casi inverso al de Darwin; es como si no fuera el más fuerte el que más posibilidades tuviera de sobrevivir, sino el más débil, el envenenado, el degenerado, el impotente.

En un aforismo póstumo de 1885, titulado Sobre el darwinismo, Nietzsche parece recuperar la teoría darwiniana de los instintos sociales: cuanto más alta es la solidaridad del grupo, más posibilidades tiene el individuo de sobrevivir. Sin embargo, Nietzsche da completamente la vuelta al argumento al afirmar que es precisamente la estabilidad del grupo la que puede conducir al embrutecimiento del individuo:

“Las naturalezas que se degradan.- Las ligeras degeneraciones son de la más alta importancia. Allá donde debe intervenir un progreso, automáticamente hay un debilitamiento previo. Las naturalezas más fuertes fijan el tipo y ellas aguantan. No es la lucha por la vida el principio de todo. Aumento de la fuerza estable por un sentimiento común experimentado por el hombre, posibilidad de alcanzar metas superiores gracias a naturalezas que degeneran y por debilitamientos parciales de la fuerza estable. La naturaleza más débil hace posible todo progreso”[1].


De esta forma, Nietzsche invierte el ideal de progreso entendido como “the survival of the fittest” (Spencer) y descubre que el verdadero progreso nace de la degeneración de la especie. Un organismo, ya sea individual o colectivo, es para Nietzsche un juego de fuerzas que se enfrentan y se constituyen en jerarquía. El organismo se revelerá como sano y aumentará sus posibilidades de selección en la medida en que consiga disciplinar, dirigir y explotar en su provecho esas fuerzas antagónicas. Es más, Nietzsche llega a afirmar que la salud supone la inoculación y el control de la enfermedad. La victoria mecánica del más fuerte (Darwin) podría conllevar, paradójicamente, una estabilización general, conduciendo a la especie hacia la esclerosis, la uniformización, el triunfo de la mediocridad y la muerte entrópica. Aquello que puede ser útil para la duración de un individuo puede ser nocivo para su fuerza y su esplendor. Como decía Nietzsche, los alemanes compusieron las más grandes obras musicales porque conocían el sufrimiento.

Otro hecho llamativo es que, a principios de los años ochenta, Nietzsche lee la obra de Wilhelm Roux, célebre zoólogo y fundador de la “mecánica de la evolución”. Roux refuerza su convicción de que el organismo es un lugar de enfrentamiento de células antagónicas que pueden agruparse provisionalmente bajo la tutela de una fuerza unificadora. Nietzsche utiliza estos argumentos para rechazar la explicación general del evolucionismo, según la cual la adaptación al medio es el factor principal de la evolución de la especie. Más allá de la autoconservación, es la “voluntad de poder” la que actúa como principio de la vida. La vida no es una adaptación de las condiciones interiores a las exteriores, sino una voluntad de poder que, desde el interior, se somete y se incorpora progresivamente a los elementos exteriores. La adaptación es un comportamiento puramente reactivo que, según Nietzsche, no puede conllevar un aumento de la fuerza interior. Desde entonces, la “lucha por la vida” le parece una restricción del instinto de vida.




[1] Fragmentos póstumos, Friedrich Nietzsche. KSA VIII, p- 257/258. Citado en Gilbert Merlio, p. 133.

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