El Nietzsche ilustrado
de Humano, demasiado humano
A mediados de la década de los setenta, por
tanto, Nietzsche está iniciando un giro que lo alejará de Wagner y, en menor
medida, de Schopenhauer. Siente la necesidad de iniciar una investigación de
nuestras construcciones gnoseológicas y morales, con el fin de desenmascarar el
pretendido carácter absoluto de lo que en realidad es histórico y de sustituir
las grandes e improbables tesis metafísicas por los modestos pero importantes
resultados de las ciencias naturales.
La aproximación de Nietzsche a la ciencia ha de
ser comprendida, pues, como parte de su crítica a las interpretaciones metafísicas
y suprahistóricas. Gracias a su valor metodológico, la ciencia es un
procedimiento interpretativo más riguroso que el propio de las explicaciones
metafísicas. Al mismo tiempo, en virtud de su valor histórico-cultural, la
ciencia es el tipo de actividad cognoscitiva que mejor sintoniza con un tipo de
civilización más abierta, segura de sí, consciente del carácter experimental de
la existencia y de la inconveniencia de hipótesis demasiado extremas y cerradas
para fundar sus discursos y prácticas:
“Pecado original de los filósofos.—
Todos los filósofos tienen el defecto común de partir del hombre actual y cree
que con un análisis del mismo llegan a la meta. (…) El pecado original de todos
los filósofos es la falta de sentido histórico. (…) Ahora bien, todo lo
esencial de la evolución humana sucedió en tiempos remotos, muchos antes de
esos cuatro mil años que nosotros más o menos conocemos; en estos el hombre no
puede haber cambiado mucho. Pero entonces el filósofo percibe en el hombre
actual “instintos” y supone que estos forman parte de los datos inalterables
del hombre y pueden, por tanto, ofrecer una clave para la comprensión del mundo
en general. Toda la teleología está construida sobre el hecho de que se habla
del hombre en los últimos cuatro milenios como de un hombre eterno al que todas
las cosas del mundo están naturalmente orientadas desde un principio. Pero todo
ha devenido; no hay datos eternos, lo mismo que no hay verdades absolutas. Por
eso de ahora en adelante es necesario el filósofo histórico y con este la virtud
de la modestia.[1]”
En este párrafo se puede apreciar cómo
Nietzsche acepta el hecho de la evolución y, al mismo tiempo, critica su
teleología implícita, si bien acusa de esta a los filósofos. Nietzsche opondrá
a la mirada metafísica de los filósofos la seria observación psicológica,
histórica y antropológica. El darwinismo cumple así un papel importante para
Nietzsche, en la medida en que le permite replantear en términos científicos
aquellos temas y problemas que habían despertado su atención desde el principio:
la búsqueda de una verdad de presupuestos pragmáticos y sociales, el carácter
“fluido” de nuestras experiencias y el impulso a un conocimiento sin engaños.
No es casualidad que Humano, demasiado humano comience con el rechazo del dualismo metafísico
entre un mundo real y un mundo trascendente y promoviendo la imposibilidad de
realizar una filosofía histórico-crítica sin contar con las ciencias naturales.
Es, sin duda, la obra de Nietzsche más deudora con el joven prusiano Paul Rée,
admirador del darwinismo y con quien compartió en Sorrento la gestación de este
título. No es tampoco casual que en esa misma época, concretamente en 1877, Rée
publicara El origen de los sentimientos
morales, una obra que trata de tender un puente entre el darwinismo y las
ciencias humanas. La huella de Rée se deja apreciar especialmente en el estudio
de los conceptos clave de “egoísmo” y “altruismo”, que son reconducidos a las
estrategias de conservación del hombre.
En este período, Nietzsche parece estar
dispuesto a suscribir un punto de vista utilitarista para la definición de los
valores morales. En el ser humano primitivo, el punto de vista utilitarista
coincide completamente con la conservación del grupo al que pertenece; pero,
anticipando la que será su necesidad de libertad frente a la comunidad,
Nietzsche reivindica una moral del individuo maduro que intente cosas nuevas y
no se limite a conformarse con el mantenimiento del orden en la tribu. Las
naturalezas degeneradas tienen en este punto una importancia extraordinaria.
Allá donde se produzca un progreso tiene que haber un debilitamiento. Así, la
lucha por la existencia no sería el principio más importante para el progreso;
por el contrario, sería la naturaleza más degenerada, en cuanto más libre y más
noble, la que haría posible el progreso:
“Ennoblecimiento por degeneración.—
(…) No parece que la famosa lucha por la existencia sea el único punto de vista
desde el que pueda explicarse el progreso o el fortalecimiento de un hombre, de
una raza. Más bien deben concurrir dos factores: en primer lugar, el aumento de
la fuerza estable mediante la ligazón de los espíritus en una fe y en un
sentimiento comunal, luego la posibilidad de alcanzar metas superiores debido a
la aparición de naturalezas que degeneran y, como consecuencia de estas,
debilitamiento y lesiones parciales de la fuerza estable; precisamente la
naturaleza más débil, en cuanto la más delicada y libre, es la que hace posible
todo progreso en general. Un pueblo que en algún punto se gangrena y se debilita,
pero que en conjunto está todavía fuerte y sano, es capaz de absorber y de
incorporar con ventaja la inoculación de lo nuevo. En el hombre singular, la
tarea de la educación reza así: imbuirle tal firmeza y seguridad, que como
conjunto no pueda ser nunca desviado de su meta. Pero entonces en educador
tiene que infligirle heridas o aprovechar las heridas para que le asesta el
destino, y cuando han nacido así el dolor y la enfermedad, entonces puede
también inoculársele en los lugares heridos algo noble y nuevo. Toda su
naturaleza lo acogerá y más tarde dejará que el ennoblecimiento se perciba en
sus frutos. (…) Solo dada la máxima duración, seguramente cimentada y
garantizada, es posible, en general, una evolución constante y una inoculación
ennoblecedora. Por supuesto, contra ello se defenderá habitualmente la
autoridad, la peligrosa acompañante de toda duración.[2]”
En este párrafo se vuelve a apreciar la
recepción ambivalente del darwinismo por parte de Nietzsche. De un lado,
aceptación del hecho evolutivo; de otro, insuficiencia de esa hipótesis para
realizar una genealogía, un diagnóstico o una crítica histórico-cultural de la
modernidad y del individuo contemporáneo. Frente a la tesis de la “lucha por la
existencia”, la hipótesis del “ennoblecimiento mediante la degeneración” —tematizada
por primera vez en Humano, demasiado
humano— se convertirá ya en una constante en la obra de Nietzsche: será el
signo distintivo de las naturalezas superiores, capaces de soportar incursiones
causales en la propia conformación orgánica e instintiva.
El método genealógico que comienza a aplicar a
partir de Humano, demasiado humano
aspira a retroceder hasta el origen de los fenómenos humanos y, muy
especialmente, de los sentimientos morales, los cuales se presentan como el
resultado de una larga evolución orgánica, desde el nacimiento de la vida hasta
el desarrollo de la razón y de la consciencia. Nietzsche, al igual que Darwin,
considera que la consciencia es una producción de la vida, por lo que subraya
la utilidad vital o social de algunos valores humanos y morales. Todos estos
valores no son más que instrumentos útiles en la lucha por la vida.
Sin embargo, también en esta etapa empiezan a
detectarse las grietas insalvables que separan a Nietzsche de Darwin. Lo que les
aleja es, básicamente, la importancia que el primero concede a la historia y la
moral en perjuicio de los procesos físicos-químicos del organismo humano. Darwin
considera que lo que llamamos moral es un resultado de la evolución, un
progreso de la especie y una afirmación de la vida, mientras que para Nietzsche
es más bien una amenaza, una fuente de degeneración, una reducción de la
vitalidad contra la que hay que rebelarse:
“Ciclo de la humanidad.— Quizá no
sea toda la humanidad más que una fase evolutiva de una determinada especie
animal de duración limitada, de modo que el hombre procede del mono y volverá a
convertirse en mono, mientras que no hay nadie que se tome ningún interés en
este sorprendente desenlace de comedia. Así como con la decadencia de la
cultura romana y su causa más importante, la propagación del cristianismo,
prevaleció dentro del Imperio romano un afeamiento general del hombre, así
también podría la venidera decadencia de la cultura terrestre general acarrear
un afeamiento mucho más acusado y finalmente un embrutecimiento del hombre
hasta lo simiesco. Precisamente porque podemos encarar esta perspectiva,
estamos quizá en condiciones de prevenir semejante final futuro”[3].
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