25 jul 2016

2. NIETZSCHE Y EL EVOLUCIONISMO. LA POLÉMICA DE LA EUGENESIA.



La educación como factor de degeneración

En el capítulo de El crepúsculo de los ídolos titulado Los mejoradores de la humanidad, Nietzsche opone dos modos de educación posibles: la doma (domesticación) y la cría (crianza). La domesticación del hombre es el modelo educativo elegido por aquellos que, como los sacerdotes cristianos, pretenden mejorar la especie humana y lo único que consiguen es uniformizarla, encogerla y enfermarla:

“Llamar a la doma de un animal su mejoramiento es algo que a nuestros oídos suena casi a broma. Quien sabe lo que ocurre en las casas de fieras pone en duda que en ellas la bestia sea mejorada. Es debilitada, es hecha menos dañina, es convertida, mediante el afecto depresivo del miedo, mediante el dolor, mediante las heridas, mediante el hambre, en una bestia enfermiza. (…) Dicho fisiológicamente: en la lucha con la bestia el ponerla enferma puede ser el único medio de debilitarla. Esto lo entendió la Iglesia: echó a perder al hombre, lo debilitó; pero pretendió haberlo mejorado”[1].

A esa moral y a esa doma cristianas Nietzsche opone el modelo de la cría, tomando como ejemplo la moral india sancionada como religión en la “Ley de Manu”:

“La tarea aquí planteada consiste en criar a la vez nada menos que cuatro razas: una sacerdotal, otra guerrera, una de comerciantes y agricultores, y finalmente una raza de sirvientes, los sudras. Es evidente que aquí no nos encontramos ya entre domadores de animales: una especie cien veces más suave y racional de hombres es el presupuesto para concebir siquiera el plan de una cría. Viniendo del aire cristiano, que es un aire de enfermos y de cárcel, uno respira aliviado al entrar en este mundo más sano, más elevado, más amplio. ¡Qué miserable es el Nuevo Testamento comparado con Manu, qué mal huele!”[2].


Nietzsche detecta en la Ley de Manu una expresión de la raza aria, “totalmente pura, totalmente primitiva”. Sin embargo, la moral hindú muestra también, según Nietzsche, el mecanismo que hizo nacer la moral judeo-cristiana de los esclavos, a partir del resentimiento de los chandala (los parias) contra los hombres superiores:

“Pero también esta organización tenía necesidad de ser terrible, esta vez no en la lucha con la bestia, sino con su concepto antitético, con el hombre-no-de-cría, el hombre mestizo, el chandala. Y, de nuevo, para hacerlo inocuo, para hacerlo débil, esa organización no tenía otro medio que ponerlo enfermo” [3].


Los dos modelos tradicionales de educación analizados por Nietzsche, la domesticación y la crianza, le llevan a afirmar que todos los medios con que se ha pretendido hacer moral a la humanidad han sido radicalmente inmorales. Tampoco es casualidad que Nietzsche haga uso de dos términos zoológicos para referirse a esas técnicas de adiestramiento. En Más allá del bien y del mal, Nietzsche admite la animalidad del hombre y muestra cómo el cristianismo y el budismo, las dos grandes religiones, han contribuido a hacer del superhombre un ser inferior y han provocado un “deterioro de la raza”, concepción que parece reducir al hombre a mera animalidad:

“En el hombre, como en todas las demás especies animales, hay un excedente de fracasados, de enfermos, de degenerados, de débiles, de seres entregados al sufrimiento. Los éxitos, si se considera que el hombre es el animal cuyo tipo no está fijado, la muy rara excepción. Pero hay más aún: cuanto más alto está en la jerarquía el tipo humano que representa a un hombre, tanto más inverosímil es que consiga prosperar. El azar, la ley del absurdo en la economía global de la humanidad, no se manifiesta en ninguna parte de manera más espantosa que en la acción destructiva que estos factores ejercen sobre los hombres superiores cuyas condiciones de existencia son delicadas, complejas y difícilmente previsibles. ¿Cómo se comportan las dos grandes religiones, el cristianismo y el budismo, respecto de estos numerosos fracasados? Intentan hacerles sobrevivir (…). Por mucho que se estime esta solicitud, estos cuidados y consideraciones que aprovechan también y han aprovechado siempre al tipo humano superior, las religiones que han reinado como soberanas hasta hoy, han contribuido en gran medida a mantener el tipo del hombre a un nivel inferior; han conservado demasiados seres que debieran haber perecido (…). ¿Qué no hubieran hecho además, esforzándose por cumplimiento en la conservación de todos los enfermos y todos los que sufren, es decir, real y verdaderamente, trabajando en el deterioro de la raza europea?”[4]

Tras este diagnóstico, Nietzsche añade:

“¡Invertir todos estos valores: eso es lo que faltaba por hacer! Y quebrantar a los fuertes, debilitar las grandes esperanzas, hacer sospechosa la dicha que da la belleza, abatir todos los sentimientos de orgullo, de virilidad, de conquista, de dominación, todos los instintos propios del tipo humano más elevado y más logrado, transformarlos en incertidumbre, en remordimiento de conciencia, en gusto por destruirse, transformar incluso en odio terrenal lo que era amor terrenal: tal fue la tarea que se impuso la Iglesia y que debía imponerse hasta que, finalmente, lograse fundir en una misma noción el renunciamiento del mundo y la mortificación de los sentidos, de una parte, y la noción de “superhombre”, de otra.”[5]


Visto así, no sorprende que algunos hayan interpretado la educación deseada por el último Nietzsche como un adiestramiento en el que se promueve la selección constante de personas vigorosas para la reproducción, el emparejamiento de padres sanos, el fortalecimiento físico de la mujer o el recurso a la gimnasia. La gran educación de Nietzsche apunta hacia una “cría selectiva de la humanidad, incluida la inexorable aniquilación de todo lo degenerado y parasitario”[6]. La educación no debe tener por objetivo la formación de individuos útiles para la sociedad, sino que debe perseguir que la sociedad, en su forma actual, sirva solamente como medio en manos de una raza más fuerte, una raza que viva aislada, cultivándose a sí misma, dedicada al arte y a la belleza, como un invernadero de plantas raras y escogidas.

En el último Nietzsche hay afirmaciones de un elitismo despiadado, cruel, indudablemente repugnante para el lector demócrata. Sin embargo, las diferentes etapas de Nietzsche muestran un interés por una paideia infinitamente más rica, más próxima a Voltaire que a un campo de entrenamiento espartano. En toda la obra de Nietzsche hay una preocupación sincera por la peligrosa uniformización de la sociedad y una apuesta por abrir nuevos horizontes para un individuo superior, más rico, expresión de nuestra pluralidad de impulsos, síntesis perfecta de naturaleza y cultura.



[1] El crepúsculo de los ídolos (p. 78).
[2] El crepúsculo de los ídolos (p. 79).
[3] El crepúsculo de los ídolos (p. 80).
[4] Más allá del bien y del mal, aforismo 62 (p. 97).
[5] Más allá del bien y del mal, aforismo 62 (p. 98).
[6] Un poco de caos para alumbra una estrella danzarina. Nietzsche y el espíritu trágico. Jacinto Rivera de Rosales, p. 138.

1 comentario:

terapia de pareja dijo...

La psicoterapia, en especial la terapia de pareja y familia, se debate continuamente en esta reflexión, de ayudar a no uniformar los afectos, las emociones, las relaciones. Que cada persona, PERO A SU VEZ, PAREJA Y FAMILIA, Desarrolle su singulaaridad, su legitima rareza, eso será aun ir más allá del individuo cultivado y profundo como lo planteaba Nietzsche; una colectividad única por sus singularidades y rarezas.