Nietzsche y las
ciencias naturales
Son muchas las citas y referencias que nos permiten
constatar el interés de Nietzsche por los avances de las ciencias naturales y,
más concretamente, por el darwinismo. No en vano, en sus escritos de juventud se
refiere al darwinismo como “el clima cultural de su época”. Asimismo, su
correspondencia y sus notas de juventud dejan claro que mantuvo un profundo
interés por el “naturalismo” de los presocráticos y una sincera amistad con
científicos de su tiempo. Siempre se interesó por los debates científicos de actualidad
y, si bien es dudoso que leyera íntegramente El origen de las especies por
medio de la selección natural (1859), de lo que no hay duda es de que su
biblioteca albergaba numerosos libros relacionados con Darwin y el
evolucionismo.
El primer acercamiento de Nietzsche a las teorías
darwinistas se produjo gracias a la obra Historia
del materialismo y crítica de su importancia en nuestra época, de Friedrich
Albert Lange, que, como veíamos, Nietzsche comenzó a leer durante 1866.
Nietzsche llegó a confesar que ese libro le influyó tanto, al menos, como la
obra de Schopenhauer. Por un lado, reforzaba la visión pesimista y antiteológica
que Nietzsche heredó de Schopenhauer: la insensata batalla desarrollada cada
día por los individuos en el mundo fenoménico, la lucha caótica y alocada de la
naturaleza, se ve confirmada en la lucha por la existencia y la selección
natural, que avanza sometida al azar más ciego. Por otro lado, la revelación de
la ausencia de diferencias entre el hombre y el animal suponía una crítica
demoledora, y posiblemente definitiva, contra el cristianismo.
Al mismo tiempo, Lange desveló a Nietzsche algunas
fracturas teóricas en el sistema de Schopenhauer. Postulaba la imposibilidad de
la metafísica como conocimiento de la cosa-en-sí, y, sobre todo, radicalizó el a priori kantiano al diluirlo en lo
biológico, mostrando los fundamentos psicológicos del trascendental. Fue así, a
través de Lange, como Nietzsche conoció o redescubrió la teoría del
conocimiento de Kant, el materialismo antiguo y moderno, el darwinismo y los
rasgos fundamentales de las modernas ciencias naturales.
Con este aparato teórico, Nietzsche concibió en 1868 un borrador
de tesis doctoral titulado El concepto de
lo orgánico desde Kant, proyecto que definió como “a mitad de camino entre
lo filosófico y las ciencias naturales”[1].
Parece que en aquellos años Nietzsche estaba decidido a dedicarse en adelante a
las ciencias naturales junto a su amigo Rohde. Sin embargo, durante el verano
de ese mismo año obtuvo una cátedra de filología en Basilea, lo que le apartó
radicalmente de su proyecto inicial.
Este cambio no significó, no obstante, que Nietzsche se
olvidara de los avances que habían experimentado las ciencias naturales durante
el período 1830-1860, sobre todo en el campo de la biología. Era imposible estar
al margen de las aportaciones de Wallace y Darwin, puesto que habían penetrado
todos los círculos intelectuales de Europa. Es el período del llamado “Nietzsche
ilustrado”, si bien no hay que olvidar que ni siquiera en ese período elevó la
ciencia al rango de filosofía. Para el autor alemán, la ciencia, al igual que
la metafísica, es incapaz de llegar hasta la verdad; no es más que una poesía
conceptual que nos aproxima a ciertas verdades, pero que no nos lleva a lo más
profundo de nuestra existencia. Toda la obra de Nietzsche se mantuvo siempre en
esa tensión entre un interés honesto y real por los avances de las ciencias
naturales y su convicción de que por sí mismas no pueden dar cuenta de la
complejidad de lo real.
En Basilea, Nietzsche participa activamente en los debates
sobre la teoría evolucionista. Lo que le sigue seduciendo del evolucionismo es
que destruye cualquier concepción idealista del hombre, al presentarlo, en la
cima de la escala de los seres vivos, como el resultado de una evolución
orgánica. El descubrimiento de Darwin sirve para consolidar muchas de las
intuiciones del joven Nietzsche. Si el ser humano no puede quedar encerrado en
una definición a partir de una “idea” o una “razón” trascendental, el mundo
humano debe ser explicado y reconstruido a partir de una hipótesis puramente
física. El ser humano no puede ser explicado como un alma anclado a un cuerpo;
el ser humano no tiene, sino que es un cuerpo.
Nietzsche se encuentra, por tanto, en una fase de
transición. Sin abandonar totalmente la influencia de Schopenhauer, busca
nuevas vías por las que el hombre pueda escapar del devenir natural, aleatorio,
absurdo. Su primera solución fue la redención del hombre a través del arte,
formulada en El nacimiento de la tragedia.
Una segunda solución fue el recurso a la historia como herramienta útil para la
vida, tal como expone en su Segunda
intempestiva. Ya en la Tercera
intempestiva se centra en un modelo especial de hombre, un hombre
excepcional entendido como aquel en el que la naturaleza encuentra su
finalidad, su redención y su sentido. Pero esos hombres de excepción, evocados
como auténticos faros de la humanidad que toda cultura debe producir siguiente
el ejemplo de la cultura griega, no se definen por criterios biológicos, sino
por una síntesis superior de cualidades propiamente humanas.
En definitiva, fue en Basilea donde Nietzsche toma contacto
con el naturalismo darwiniano, al que no solo miraba con interés por ser el
clima cultural de su tiempo, sino también por la relación que le permitía
establecer con la filosofía presocrática, a la que consagró su programa de
estudios durante sus cursos de 1872 y 1873. Puede observarse claramente la
influencia de Lange en la primera parte de su curso, titulada Materialismo en la antigüedad. El
darwinismo le aporta una garantía científica a las intuiciones de los
presocráticos, no solamente de Heráclito, sino también, como veíamos, de
Demócrito. Pero, simultáneamente, Nietzsche es consciente de que no todo puede
explicarse desde esa hipótesis.
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