19 jul 2016

1. NIETZSCHE Y LA CIENCIA. EL JOVEN NIETZSCHE Y DEMÓCRITO



El joven Nietzsche y Demócrito

Una visión muy extendida sobre el joven Nietzsche, propia de manuales y de Historias de la filosofía demasiado genéricas, le presenta como un personaje casi monolítico en su crítica al positivismo y en su defensa del arte como superación de la ciencia. Es el Nietzsche de El nacimiento de la tragedia (1872), seguidor supuestamente incondicional de Schopenhauer y Wagner, azote de la racionalidad socrática y de sus límites. Sin embargo, un estudio más detallado de sus lecturas, amistades, cursos, cartas y fragmentos póstumos permite comprobar que en aquella época, lejos de someterse a una influencia definida, el filósofo alemán albergaba enormes dudas y contradicciones (naturales en un joven filósofo, por otra parte).

Ya en 1866, pocos años antes de su célebre crítica a la “racionalidad socrática”, Nietzsche comienza la lectura de la Historia del materialismo y crítica de su importancia en nuestra época, de Friedrich Albert Lange. Fruto de esa y otras lecturas, así como de sus estudios sobre el mundo griego, Nietzsche redactó unas notas durante el período 1867-1869 en las que interpreta la física de Tales, Anaxágoras y Demócrito como un primer paso en el abandono de la visión antropomórfica del mito, abriendo el camino a los sistemas materialistas de la modernidad. De hecho, el propio Demócrito sorprende al joven Nietzsche por ser el primer griego en llegar a ese “temperamento científico” que se esfuerza por explicar una serie de fenómenos de manera uniforme, sin recurrir en los momentos difíciles a un Deus ex machina[1].

¿Cómo cabe interpretar que solo tres años después de sus estudios sobre Demócrito y otros presocráticos Nietzsche publicase El nacimiento de la tragedia, donde lleva a cabo una crítica demoledora del optimismo científico y de la racionalidad en general? ¿Cómo es posible que en otro texto de juventud, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873), proclame la superioridad del “hombre intuitivo” sobre el “hombre racional” y apueste por Heráclito, en lugar de Demócrito, como cumbre del pensamiento griego? ¿Por qué Nietzsche, a pesar de todo lo anterior, no abandona en ningún caso su interés por los avances en las ciencias naturales?

Es verosímil interpretar que el espíritu del “fisicismo” presocrático ayudó a Nietzsche a desmontar las ficciones del idealismo platónico y, sobre todo, de ese “platonismo para el pueblo” que a sus ojos es el cristianismo. No hay que olvidar que la doctrina de las ideas de Platón es, en buena medida, una respuesta al universo sin alma de Demócrito. Por primera vez en el mundo antiguo, Demócrito rompió con el antropomorfismo y dejó fuera de la imagen del mundo todas las proyecciones morales, de modo que la naturaleza queda neutralizada, cosificada y, en consecuencia, adquiere un cariz frío. Esta frialdad de Demócrito es, posiblemente, lo que más llamó la atención de Nietzsche. En su concepción del universo solo hay átomos cayendo en el espacio vacío. Demócrito desenmascara así la teleología de las causas finales como una proyección antropomórfica, algo que Nietzsche lee con entusiasmo: “El mundo se agita en su totalidad sin ningún género de razón ni de tendencia. Todos los dioses y mitos son inútiles”[2].

La curiosa alianza entre el naturalismo presocrático, la visión cósmica de Heráclito y los estudios sobre el materialismo permiten a Nietzsche renaturalizar al ser humano. El hombre desciende desde el cielo hasta la tierra, lo que le permite afirmar esa “fidelidad humana a la tierra” de la que, pocos años después, Zaratustra hará bandera, apoyándose en la principal tesis de Darwin.

Asimismo, todos los escritos de Nietzsche sobre Demócrito muestran que, en lo referente a la teoría del conocimiento, Nietzsche es más deudor de Kant que de Schopenhauer. En apoyo de Kant, Nietzsche reconoce que no podemos conocer la cosa-en-sí por medio de la representación; pero, en contra de Schopenhauer, sostiene que tampoco podemos acceder a la cosa-en-sí por medio de la intuición. Nietzsche sabe que todos los predicados que utilizamos para la cosa-en-sí (in-temporalidad, a-espacialidad, ausencia de razón, etc.) están tomados del mundo fenoménico. Por lo tanto, si la cosa-en-sí es incognoscible e inaccesible, si no podemos alcanzarla ni por el pensamiento ni por la intuición, solo podemos trabajar en la producción de nuestro mundo fenoménico, en lugar de negarlo y convertirlo en un “fantasma” de apariencias inconsistentes. Es aquí donde, gracias a la influencia de Kant, Nietzsche descubre el valor de Demócrito, que fue el primero en advertir la meta infinita que se impone al sujeto cognoscente. Demócrito se esforzó por someter la pluralidad sobreabundante de fenómenos a las formas y a las categorías unificadoras del pensamiento. En lugar de negar el mundo, como Schopenhauer, Nietzsche descubre en Demócrito la necesidad de trabajar en la edificación del mundo fenoménico.

Con todo, habrá quienes puedan argumentar que toda la artillería pesada utilizada contra la racionalidad socrática en El nacimiento de la tragedia podría haber sido empleada, igualmente, contra Demócrito. En contra de esa tesis, cabe alegar que la razón por la que Nietzsche elige a Sócrates como adversario, en lugar de a Demócrito, se debe fundamentalmente a que el optimismo intelectualista de Sócrates le lleva a confundir ciencia y mito, haciendo pasar por racionales y científicos muchos elementos puramente míticos. Demócrito, según Nietzsche, siempre se mantuvo rigurosamente en esa delgada línea de la racionalidad que pretende explicar una serie de fenómenos de forma regular, sin echar mano en los momentos de apuro, como decíamos antes, a un Deux ex machina.

No sorprende, por tanto, que en su ensayo La filosofía en la época trágica de los griegos (1873), escrito solo un año después de la publicación de El nacimiento de la tragedia, Nietzsche elogie el sistema de Demócrito haciendo especial hincapié en su objetividad, su rigor científico y su coherencia:

“De todos los sistemas antiguos, el de Demócrito es el más consecuente. Presupone en todas las cosas la más rigurosa necesidad: no admite la existencia de interrupciones súbitas o extrañas en el curso de la naturaleza. Solo ahora acaba por superarse la visión antropomórfica propia del mito, únicamente ahora se cuenta una hipótesis utilizable de una manera rigurosamente científica; como tal le fue siempre de gran utilidad al materialismo. Se trata de la visión más lúcida: parte de las cualidades reales de la materia, no procede a saltar de inmediato sobre las fuerzas más simples, como sucede con el nous o con las causas finales de Aristóteles. Es un pensamiento de lo más grandioso reducir este universo de orden y finalidad, de incontables cualidades, a manifestaciones de una fuerza de la especie más ordinaria”[3].


Incluso en los apuntes de Nietzsche de 1875, en los que se anima a sí mismo a “no ser tan injusto con el saber”, realiza un enjuiciamiento más suave de Sócrates, pero, al mismo tiempo, lo sigue contraponiendo a Demócrito, a quien describe como frío, objetivo, verdaderamente científico y no tan “individualmente eudemonológico” como Sócrates, cuya pretensión de felicidad intelectualista le repugna. Como afirma Safranski: “Demócrito había experimentado con una concepción del mundo muy emparentada con la de las modernas ciencias naturales, una concepción que Nietzsche encuentra ahora cada vez más atractiva”[4].

Es así como podemos encontrar un nexo que resuelve las aparentes contradicciones entre sus notas sobre Demócrito, por un lado, y El nacimiento de la tragedia, por otro. No es el mito el que es preciso proscribir, sino la intromisión del mito en la ciencia, la confusión entre la racionalidad científica y el pensamiento mítico. Demócrito es el primero en afirmar el poder y la necesidad que tenemos de la racionalidad más rigurosa, pero al mismo tiempo prepara el descubrimiento trágico de sus límites. Por primera vez se afirma la necesidad y la finitud de la razón, quedando la ciencia en un terreno ambivalente en el que Nietzsche encontrará abono para construir su ciencia jovial, entendida como superación (no como negación) de la racionalidad a través de la poesía, la metáfora y el arte.




[1] Barbara Stiegler. El joven Nietzsche y la ciencia: el caso de Demócrito. (p. 120).
[2] Rüdiger Safranski. Nietzsche, biografía de su pensamiento (p. 160).
[3] La filosofía en la época trágica de los griegos, Friedrich Nietzsche (p. 157).
[4] Rüdiger Safranski. Nietzsche, biografía de su pensamiento (p. 159).

No hay comentarios: