El joven Nietzsche y
Demócrito
Una visión muy extendida sobre el joven Nietzsche, propia
de manuales y de Historias de la filosofía demasiado genéricas, le presenta
como un personaje casi monolítico en su crítica al positivismo y en su defensa
del arte como superación de la ciencia. Es el Nietzsche de El nacimiento de la tragedia (1872), seguidor supuestamente
incondicional de Schopenhauer y Wagner, azote de la racionalidad socrática y de
sus límites. Sin embargo, un estudio más detallado de sus lecturas, amistades,
cursos, cartas y fragmentos póstumos permite comprobar que en aquella época,
lejos de someterse a una influencia definida, el filósofo alemán albergaba
enormes dudas y contradicciones (naturales en un joven filósofo, por otra
parte).
Ya en 1866, pocos años antes de su célebre crítica a la
“racionalidad socrática”, Nietzsche comienza la lectura de la Historia del materialismo y crítica de su importancia en nuestra época,
de Friedrich Albert Lange. Fruto de esa y otras lecturas, así como de sus
estudios sobre el mundo griego, Nietzsche redactó unas notas durante el período
1867-1869 en las que interpreta la física de Tales, Anaxágoras y Demócrito como
un primer paso en el abandono de la visión antropomórfica del mito, abriendo el
camino a los sistemas materialistas de la modernidad. De hecho, el propio
Demócrito sorprende al joven Nietzsche por ser el primer griego en llegar a ese
“temperamento científico” que se esfuerza por explicar una serie de fenómenos
de manera uniforme, sin recurrir en los momentos difíciles a un Deus ex machina[1].
¿Cómo cabe interpretar que solo tres años después de sus
estudios sobre Demócrito y otros presocráticos Nietzsche publicase El nacimiento de la tragedia, donde
lleva a cabo una crítica demoledora del optimismo científico y de la
racionalidad en general? ¿Cómo es posible que en otro texto de juventud, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral
(1873), proclame la superioridad del “hombre intuitivo” sobre el “hombre
racional” y apueste por Heráclito, en lugar de Demócrito, como cumbre del
pensamiento griego? ¿Por qué Nietzsche, a pesar de todo lo anterior, no abandona
en ningún caso su interés por los avances en las ciencias naturales?
Es verosímil interpretar que el espíritu del “fisicismo”
presocrático ayudó a Nietzsche a desmontar las ficciones del idealismo
platónico y, sobre todo, de ese “platonismo para el pueblo” que a sus ojos es
el cristianismo. No hay que olvidar que la doctrina de las ideas de Platón es,
en buena medida, una respuesta al universo sin alma de Demócrito. Por primera
vez en el mundo antiguo, Demócrito rompió con el antropomorfismo y dejó fuera
de la imagen del mundo todas las proyecciones morales, de modo que la
naturaleza queda neutralizada, cosificada y, en consecuencia, adquiere un cariz
frío. Esta frialdad de Demócrito es, posiblemente, lo que más llamó la atención
de Nietzsche. En su concepción del universo solo hay átomos cayendo en el
espacio vacío. Demócrito desenmascara así la teleología de las causas finales
como una proyección antropomórfica, algo que Nietzsche lee con entusiasmo: “El
mundo se agita en su totalidad sin ningún género de razón ni de tendencia.
Todos los dioses y mitos son inútiles”[2].
La curiosa alianza entre el naturalismo presocrático, la
visión cósmica de Heráclito y los estudios sobre el materialismo permiten a
Nietzsche renaturalizar al ser humano. El hombre desciende desde el cielo hasta
la tierra, lo que le permite afirmar esa “fidelidad humana a la tierra” de la
que, pocos años después, Zaratustra hará bandera, apoyándose en la principal
tesis de Darwin.
Asimismo, todos los escritos de Nietzsche sobre Demócrito
muestran que, en lo referente a la teoría del conocimiento, Nietzsche es más
deudor de Kant que de Schopenhauer. En apoyo de Kant, Nietzsche reconoce que no
podemos conocer la cosa-en-sí por medio de la representación; pero, en contra
de Schopenhauer, sostiene que tampoco podemos acceder a la cosa-en-sí por medio
de la intuición. Nietzsche sabe que todos los predicados que utilizamos para la
cosa-en-sí (in-temporalidad, a-espacialidad, ausencia de razón, etc.) están
tomados del mundo fenoménico. Por lo tanto, si la cosa-en-sí es incognoscible e
inaccesible, si no podemos alcanzarla ni por el pensamiento ni por la
intuición, solo podemos trabajar en la producción de nuestro mundo fenoménico,
en lugar de negarlo y convertirlo en un “fantasma” de apariencias
inconsistentes. Es aquí donde, gracias a la influencia de Kant, Nietzsche
descubre el valor de Demócrito, que fue el primero en advertir la meta infinita
que se impone al sujeto cognoscente. Demócrito se esforzó por someter la
pluralidad sobreabundante de fenómenos a las formas y a las categorías
unificadoras del pensamiento. En lugar de negar el mundo, como Schopenhauer,
Nietzsche descubre en Demócrito la necesidad de trabajar en la edificación del
mundo fenoménico.
Con todo, habrá quienes puedan argumentar que toda la
artillería pesada utilizada contra la racionalidad socrática en El nacimiento de la tragedia podría
haber sido empleada, igualmente, contra Demócrito. En contra de esa tesis, cabe
alegar que la razón por la que Nietzsche elige a Sócrates como adversario, en
lugar de a Demócrito, se debe fundamentalmente a que el optimismo intelectualista
de Sócrates le lleva a confundir ciencia y mito, haciendo pasar por racionales
y científicos muchos elementos puramente míticos. Demócrito, según Nietzsche,
siempre se mantuvo rigurosamente en esa delgada línea de la racionalidad que
pretende explicar una serie de fenómenos de forma regular, sin echar mano en
los momentos de apuro, como decíamos antes, a un Deux ex machina.
No sorprende, por tanto, que en su ensayo La filosofía en la época trágica de los griegos (1873), escrito solo un año después de la publicación de El nacimiento de la tragedia, Nietzsche elogie el sistema de Demócrito haciendo especial hincapié en su objetividad, su rigor científico y su coherencia:
“De todos los sistemas antiguos, el de
Demócrito es el más consecuente. Presupone en todas las cosas la más rigurosa
necesidad: no admite la existencia de interrupciones súbitas o extrañas en el
curso de la naturaleza. Solo ahora acaba por superarse la visión antropomórfica
propia del mito, únicamente ahora se cuenta una hipótesis utilizable de una
manera rigurosamente científica; como tal le fue siempre de gran utilidad al
materialismo. Se trata de la visión más lúcida: parte de las cualidades reales
de la materia, no procede a saltar de inmediato sobre las fuerzas más simples,
como sucede con el nous o con las causas finales de Aristóteles. Es un
pensamiento de lo más grandioso reducir este universo de orden y finalidad, de
incontables cualidades, a manifestaciones de una fuerza de la especie más
ordinaria”[3].
Incluso en los apuntes de Nietzsche de 1875, en los que se
anima a sí mismo a “no ser tan injusto con el saber”, realiza un enjuiciamiento
más suave de Sócrates, pero, al mismo tiempo, lo sigue contraponiendo a
Demócrito, a quien describe como frío, objetivo, verdaderamente científico y no
tan “individualmente eudemonológico” como Sócrates, cuya pretensión de
felicidad intelectualista le repugna. Como afirma Safranski: “Demócrito había
experimentado con una concepción del mundo muy emparentada con la de las
modernas ciencias naturales, una concepción que Nietzsche encuentra ahora cada
vez más atractiva”[4].
Es así como podemos encontrar un nexo que resuelve las
aparentes contradicciones entre sus notas sobre Demócrito, por un lado, y El nacimiento de la tragedia, por otro. No es el mito el que es preciso
proscribir, sino la intromisión del mito en la ciencia, la confusión entre la
racionalidad científica y el pensamiento mítico. Demócrito es el primero en
afirmar el poder y la necesidad que tenemos de la racionalidad más rigurosa,
pero al mismo tiempo prepara el descubrimiento trágico de sus límites. Por
primera vez se afirma la necesidad y la finitud de la razón, quedando la
ciencia en un terreno ambivalente en el que Nietzsche encontrará abono para
construir su ciencia jovial, entendida como superación (no como negación) de la
racionalidad a través de la poesía, la metáfora y el arte.
[1]
Barbara Stiegler. El joven Nietzsche y la
ciencia: el caso de Demócrito. (p. 120).
[2]
Rüdiger Safranski. Nietzsche, biografía
de su pensamiento (p. 160).
[3]
La filosofía en la época trágica de los
griegos, Friedrich Nietzsche (p. 157).
[4]
Rüdiger Safranski. Nietzsche, biografía
de su pensamiento (p. 159).
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