27 jul 2016

3. NIETZSCHE Y EL CUIDADO DE SÍ. EL ETERNO RETORNO DE LO IDÉNTICO.



El eterno retorno de lo idéntico

Durante su estancia en Sils-Maria en el verano de 1881, Nietzsche consigue reunir material sobre el cultivo biológico y la evolución biológica. Su interés por los avances de las ciencias naturales no ha cesado nunca, pero, como hemos visto, en su obra hay un interés mucho mayor por otro tipo de cultivo y de desarrollo: el del “superhombre”, concebido como ser individual. Además, este superhombre encarna una transvaloración total, pero no por ello es un modelo nuevo; por el contrario, recuerda a un tipo de sujeto que ya apareció en la historia y que no representaría, en absoluto, un estadio superior o definitivo en la evolución de la especie humana.

El principal modo de selección para este superhombre sería la aceptación del “eterno retorno de lo idéntico”, paradigma absolutamente incompatible con el de la evolución. Aquel que es capaz de desvincularse de cualquier fe en el progreso, en un telos, en una trascendencia, y acepta que sus acciones pueden volver a repetirse, e incluso gozar con ello (amor fati), ese sujeto ya se ha elevado por encima de los últimos hombres. Es un modelo accesible para pocos, pero no inalcanzable: consiste en una reeducación de los instintos para su cura y sublimación.

La idea del eterno retorno le sirve al superhombre, a su voluntad de poder, como un criterio para la acción, como una guía para preferir y determinar lo que debe hacer. Es como si el superhombre debiera moverse en una tensión constante entre la voluntad de poder, que establece sus preferencias, sus síes y sus noes, sus impulsos ascendentes, y la aceptación del eterno retorno como límite de la realidad, como un sí a todo lo real (amor fati), lo que le obliga a retorcerse, a sacrificarse, a conocerse.

La segunda consecuencia del amor fati es que otorga al individuo un reconocimiento de su temporalidad, algo que resulta imposible desde la concepción lineal del tiempo. Frente a la linealidad judeo-cristina, que no es más que una traducción de la historia de la salvación (creación, pecado, valle de lágrimas, redención), y frente al optimismo progresista de la evolución, el pensamiento del eterno retorno consigue reunir en una síntesis las determinaciones temporales de pasado, presente y futuro, lo que permite que cada instante sea igual a la eternidad. En cada momento presente se condensa la totalidad del tiempo como eterno retorno de pasado y futuro. De esta forma, el superhombre se muestra dispuesto a luchar para que las cosas que deben suceder, sucedan; para que aquello que merece existir, exista: "Vive este momento de tal modo que desees revivirlo".

En definitiva, el amor fati, lejos de suponer un fatalismo o un modo de resignación ante el destino individual, nos anima a vencer esas resistencias que nos someten al miedo paralizante, a la resignación escéptica y a la siniestra pulsión inmunizadora que atraviesan al ser humano contemporáneo. El amor fati es un “sí a todo lo real”, una muestra de la indisociabilidad entre “yo” y “mundo”, una prueba de la armonía entre libertad y necesidad, un estímulo para lograr una vida artística que se desarrolle eternamente.

Al mismo tiempo, Nietzsche invocará también un proceso de “renaturalización” para proponer la necesidad de acabar con la desconfianza, el miedo y la represión de las fuerzas instintivas, por un lado, y sustituirlas por la confianza y la integración de las propias energías pulsionales, por otro. “El hombre es un animal cuyo tipo aún no está fijado”, afirma Nietzsche en Más allá del bien y del mal[1]. Lo que Nietzsche parece atisbar como terapia consiste, pues, es desmontar todas las capas de cultura que han esculpido, a lo largo de los siglos, el tipo de “hombre bueno”, cristiano, altruista, domesticado, para alumbrar espíritus lo bastante fuertes como para empujar hacia valoraciones contrapuestas e invertir “valores eternos”. Se trata de sujetos que, a partir de unos valores e instintos “sanos”, consigan “coaccionar a la voluntad de milenios a seguir nuevas vías”[2], aunque para ello deban convertirse en las malas conciencias de su época.

Las limitaciones del naturalismo y del positivismo llevaron a Nietzsche a buscar un excedente en el hombre que permitiera encontrar una vía de reconciliación total de los impulsos, una síntesis entre “voluntad de poder” y “amor fati”. A diferencia del “genio” romántico de su primera época, el superhombre será el resultado de grandes esfuerzos, de un sabio autoconocimiento personal y de un duro trabajo de cultivo sobre sí mismo. Solo así podrá alcanzar una síntesis de naturaleza y cultura, de pasado y futuro, de instintos y cualidades intelectuales a menudo enfrentadas. El superhombre, en consecuencia, designa menos una raza que un modelo de conducta individual, cultural, social, artístico.

Pero, por más que Nietzsche alumbre un nuevo camino, cualquier intento de elevación se encontrará con un obstáculo terrible: la “muerte de Dios”. El hombre necesita para vivir la ilusión de la salvación, de la justicia o de la verdad. Ahora bien, ¿cómo se puede otorgar un sentido a la vida y evitar el conformismo de los “últimos hombres” después de la “muerte de Dios”, cuando ya no hay un marco de valores único y común para todos, cuando se ha perdido un discurso de salvación compartido? ¿Qué papel juega la cultura en la formación del superhombre y qué papel juega uno mismo?



[1] Más allá del bien y del mal, aforismo 62.
[2] Más allá del bien y del mal, aforismo 203. 

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