24 jul 2016

2. NIETZSCHE Y EL EVOLUCIONISMO. DARWIN, SPENCER Y LA ANGLOFOBIA DE NIETZSCHE.


Darwin, Spencer y la anglofobia de Nietzsche

La crítica al optimismo progresista y al carácter utilitario y mecánico de las explicaciones darwinistas se acentúa debido a la innegable y visceral anglofobia de Nietzsche. El sistema de Darwin, según Nietzsche, parece una reescritura en el terreno biológico de las tesis económicas de Malthus, en el sentido de que la lucha por la vida parece desencadenarse en situaciones de penuria. Darwin, por su parte, nunca negó su deuda con Malthus, e incluso en El origen de las especies aceptó expresamente el principio malthusiano según el cual los recursos siempre son inferiores a las necesidades. De acuerdo con este principio, tiene que producirse una competición dentro de la misma especie para lograr alimentos, al igual que entre distintos grupos de organismos:

“Es esta (la lucha por la existencia entre todos los seres orgánicos) la doctrina de Malthus aplicada al conjunto de los reinos animal y vegetal. Como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir y como, en consecuencia, hay una lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, si varía, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a veces variables condiciones de vida, tendrá mayor probabilidad de sobrevivir y de ser así naturalmente seleccionado”[1].


Más duro aún será Nietzsche con otro autor inglés en boga, Herbert Spencer, que captó su atención durante los años ochenta y a quien se enfrenta expresamente en sus obras posteriores a Humano, demasiado humano. El interés de Nietzsche por la obra de Spencer titulada The data of ethics (1879)[2] revela la oposición del filósofo alemán a los intentos evolucionistas de proponer un fundamento moral en la historia evolutiva de la especie. En concreto, lo que a Nietzsche le parece totalmente insostenible del planteamiento de Spencer es el establecimiento de esa linealidad universal desde lo simple hasta lo complejo, desde lo homogéneo hasta lo heterogéneo. Una linealidad, además, unida siempre a un progresivo perfeccionamiento de los organismos, como si la naturaleza actuara guiada hacia un fin último, dirigida por unas leyes ascendentes e inexorables que siguen un plan previamente diseñado.

Nietzsche no duda en calificar a Spencer de “exaltador del finalismo de la evolución”, ya que parece conocer cuáles son las circunstancias favorables para el desarrollo de un ser orgánico, y eso, para Nietzsche, es penetrar en un terreno insondable. No es posible conocer a priori el camino hacia el que se dirige la especie, pues en la naturaleza se asiste a una progresiva adaptación de los organismos y las funciones, con el fin de incrementar y conservar la vida. Nietzsche objeta explícitamente a Spencer que precisamente “la desazón que deriva de la no adaptación, condiciones transitorias y causales de desarrollo, podrían demostrarse en cambio como lo más útil”[3].

Nietzsche considera que estas teleologías son meros consuelos e ilusiones que buscan hacer del “altruismo” un resultado moral derivado de leyes fisiológicas. Nietzsche no puede mirar con más escepticismo tales planteamientos, ya que reconoce la huella de las ideas modernas, del nihilismo, de ese proceso de decadencia y empeñecimiento del ser humano y de sus valores que llevaba años criticando con intensidad creciente. Los “últimos hombres” denostados por Nietzsche no aspiran más que a una vida inmunizada, a una autoconservación, a un equilibrio estático al que la moral dominante, apoyada por la moda evolucionista, intenta ponerle el refrendo de la naturaleza. Los estudiosos y los moralistas, y muy especialmente los ingleses, intentan hacer creer que la biología empuja hacia la cooperación y la sociabilidad, haciendo pasar por científico y natural lo que no es más que una construcción humana, demasiado humana. La “lucha por la vida” darwiniana aparece a los ojos de Nietzsche como el “conatus” de Spinoza, esto es, como un síntoma de una fisiología decadente, muy alejada de su proyecto de los “hombres superiores” y de su tesis sobre la “voluntad de poder”.

En efecto, el interés de Nietzsche por hacer de la “voluntad de poder” un hilo conductor de toda su filosofía hay que ponerlo en relación con su disputa con este “clima cultural” positivista y evolucionista que los ingleses empezaban a propagar por toda Europa. El dinamismo vital propuesto por Nietzsche contrasta con el mecanismo de la adaptación, que pasa por alto la fuerza activa y espontánea del organismo y se ocupa solamente de su componente reactivo.

Frente a la “mediocridad” del espíritu inglés, Nietzsche pone como ejemplo a Jean-Baptiste Lamarck, naturalista francés que para él representa un “evolucionismo” más sutil e inteligente. La tesis nietzscheana de la voluntad de poder, esto es, de crecimiento y autosuperación, consiste en un exceso o excedente de fuerzas interiores que buscan apropiarse y moldear lo exterior. Así se comprende mucho mejor por qué a Nietzsche le atrae mucho más el transformismo lamarckiano, que pone el acento sobre el esfuerzo individual y el uso de los órganos  en la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos, que las tesis darwinianas, según las cuales la selección natural consiste en adaptaciones mecánicas del organismo a las condiciones exteriores.




[1] Charles Darwin El origen de las especies. Madrid, Espasa Calpe, Colección Austral (2002).
[2] Tal como revela María Cristina Fornari (Nietzsche y el darwinismo, p. 97), Nietzsche pidió insistentemente a su editor esta obra en su traducción alemana, y aún hoy se sigue conservando en la biblioteca de Nietzsche, llena de notas y glosas al margen. Por lo tanto, el interés de Nietzsche por rebatir los argumentos de Spencer es incuestionable.
[3] Íbidem, p. 98.

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