Editorial AKAL.
"Este libro analiza magistralmente cuál ha sido la senda de evolución socio-económica de China durante los últimos siglos al hilo de los cuales el capitalismo surgió en el extremo occidental de Eurasia llegando a subyugar a todo el planeta a finales del siglo XIX, y cómo esa senda ha divergido profundamente del modelo europeo caracterizado por una revolución militar y tecnológica permanente que ha sustentado sus modalidades de construcción del Estado, acumulación de capital y conquista territorial. Estudia también el modelo de crecimiento chino basado en un uso intensivo del mercado que no mutó para convertirse en el crisol de un desarrollo capitalista y en un recurso mucho más moderado a la guerra en comparación con las pautas bélicas occidentales. Para acometer esta tarea Giovanni Arrighi reivindica las sociologías de Adam Smith y de Karl Marx como críticos del capitalismo y analiza sus aportaciones en torno a la experiencia secular china de estructuración social y de la posible organización de nuevos modelos de acumulación y crecimiento económico más respetuosos con los equilibrios sociales, ecológicos y humanos. A partir de estas reflexiones Arrighi analiza cuáles pueden ser las pautas de evolución del sistema-mundo capitalista tras la emergencia de China (y del sudeste asiático) como nuevo polo de acumulación y como nuevo actor geopolítico a partir de sus tendencias seculares de construcción del Estado y de organización de la esfera económica en un entorno de crisis irreversible de la hegemonía estadounidense y occidental, así como de definitiva emergencia de las clases dominadas del Sur global como sujeto político decisivo para transformar el capitalismo histórico y sus pautas de comportamiento geoestratégico".
Traducción de la entrevista para www.sinpermiso.info: Anna Garriga
- “Adam Smith en Pekín” comienza con la fascinante sugestión sobre el retorno del baricentro de la economía mundial a China, una sociedad de mercado no capitalista. Una imagen que contradice las estadísticas, así como los análisis procedentes de su realidad, que describen a un país que ha tomado decisivamente la senda del capitalismo. Al final del libro, la sociedad de mercado no capitalista se convierte más en una esperanza que una realidad. ¿En que punto estamos?
- No hablaría de un carácter cíclico del desarrollo histórico. Para empezar se recuerda que Europa ha conocido un desarrollo capitalista con características únicas, cuyo inicio coincide con el arranque de la “gran divergencia” entre Oriente y Occidente. La apuesta teórica en la que basarse es entender por que el desarrollo capitalista muestra límites evidentes y por que Asia y la China en particular, se han convertido en el centro del mercado mundial, tal como lo eran al principio de la gran divergencia.
China tiene una larga tradición de una economía de mercado donde han estado presentes elementos capitalistas muy innovadores. Al mismo tiempo, la existencia de una diáspora china ha permitido siempre a este país tener una estrecha relación con el resto de Asia y, a partir del siglo XIX, también con los Estado Unidos. Sin embargo, a partir del siglo XV ningún capitalista chino ha tratado de controlar el estado, factor indispensable para ejercer una hegemonía sobre la sociedad, como han sostenido, si bien desde prospectivas no siempre coincidentes, Karl Marx y Fernand Braudel.
Por lo tanto no expreso una esperanza, sino que examino la posibilidad de que en dicho país esté tomando forma una sociedad de mercado no capitalista. Lo que no excluye la posibilidad de que, por el contrario, se desarrolle un sistema capitalista. André Gunder Frank, a quien he dedicado mi libro, me repetía, antes de morir, que se abandonara la categoría capitalismo. No estaba de acuerdo, pero su provocación puede acogerse como una invitación a considerar al capitalismo como una realidad que, como ha escrito Fernand Braudel, debe cambiar continuamente para sobrevivir. De hecho, el capitalismo se ha caracterizado por la esclavitud y la expansión territorial. Y por eso hemos tenido el colonialismo y formas agresivas de imperialismo. Después ha habido el welfare state en los países centrales y diversas formas de subordinación política y económica de gran parte de la población mundial. Ahora estamos asistiendo al agotamiento del impulso propulsivo constituido por el militarismo y el imperialismo. Por lo tanto es evidente la pérdida de la capacidad heurística de los paradigmas utilizados hasta ahora para comprender hacia donde se encamina la economía mundial. En el Manifiesto del partido comunista, Marx y Engels prospectan una homologación capitalista del mundo. Esto les conduce a un énfasis, muy discutible, en el carácter progresivo del capital. Su profecía no está muy lejos del “mundo plano” de un analista liberal como Thomas Friedman. El mundo actual, sin embargo, es todo menos plano, tal como evidencian los acontecimientos chinos. No sé si China es capitalista o un socialismo de mercado, pero su irrupción en la escena mundial provoca un cambio de las relaciones en el sistema interestatal y que el Sur se presenta ahora con una posición de fuerza con respecto al Norte del mundo. Últimamente he hablado con frecuencia de la posibilidad de una “nueva Bandung”. Es decir, de un entendimiento entre los países del Sur del mundo, basado en su aumento de peso en el mercado mundial.
- La utilización que haces de Adam Smith es fascinante. Mientras que la ensayística dominante lo describe como el teórico del capitalismo, tú lo consideras como un estudioso a favor del mercado, pero no del capitalismo. El autor de la “Riqueza de las naciones” tiene, sin embargo, como objetivo, elaborar categorías útiles para comprender el funcionamiento del capitalismo. Nosotros nos limitamos a percibir un gran cambio, pero tenemos dificultades para innovar las categorías útiles para entender las transformaciones en curso. Te propongo una provocación: el análisis del tan maltratado Lenin sobre el capitalismo de estado gestionado por el partido podría ayudar a entender el dinamismo económico en Asia oriental o en el Sur-Este asiático. ¿No crees?
- Podemos sostener que existen diversas formas a través de las cuales las élites nacionales ejercen el poder de gobierno en la sociedad. Una tesis ya avanzada precisamente por Adam Smith. En China, las reformas de Deng Xiao Ping fueron lanzadas para salvar la revolución popular de la revolución cultural y se centraban en el campo. Fue después que llegaron los capitales extranjeros. En los años noventa la situación se les fue de las manos al grupo dirigente, que ahora intenta retomar el control. Me dejan muy perplejo algunas lecturas sobre el carácter totalitario de la sociedad china, marcada históricamente por las revueltas contra el poder central o local. Actualmente, el número de huelgas, manifestaciones, revueltas, es impresionante. Y son revoluciones que implican a centenares de millones de hombres y mujeres. El partido comunista chino tiene por lo tanto el problema de contener esta tendencia a la revuelta. Hay también otro aspecto sobre el que pocos se detienen. En el último decenio ha ocurrido, por ejemplo, que la mayor parte de los cuadros intermedios se han vuelto hacia los negocios. Por lo tanto, el vértice del partido y del estado no dispone de la cámara de compensación necesaria para ejercer un gobierno sobre la sociedad.
- En tu libro escribes que las crisis de las bolsas no son una tragedia…..
- La crisis de las bolsas provoca empobrecimiento. Esto es indudable. Pero si razonamos en temas de sistema es benéfica, porque pone fin a la locura de los años ochenta y noventa caracterizada por la carrera espasmódica para conseguir superbeneficios. Un veinteno durante el cual ha ocurrido de todo. Crecimiento del crédito al consumo, adquisición por parte del Sur del mundo de los bonos del tesoro americano, que han arrojado una masa de capital monetario en los Estados Unidos que ha alimentado la financiariación de la economía. Si no ha habido un hundimiento, debemos darle la gracias al Sur del mundo que ha alimentado la demanda mundial, ha producido mercancías a bajo coste para los consumidores estadounidenses y, en menor medida, europeos; la China como el Japón en los años ochenta, adquiere bonos del tesoro americano a través de los cuales los Estados Unidos financian su dominio en el mundo. La crisis de las bolsas pone fin a esta locura. También marca el fin de la hegemonía americana en la economía mundial. Ahora la locomotiva está representada por la China y, en menor medida, por la India, que sostienen la demanda. Otra cosa es el problema de cómo hacer frente a las consecuencias sociales de las crisis de las bolsas. Respecto a ello me parece que las propuestas existentes son, como poco, deprimentes.
- Como escribes en un cierto punto, citando una conocida frase de Marx, para comprender al capitalismo hace falta desvelar el secreto de los laboratorios de la producción….
- Una indicación metodológica de Marx que los marxistas pronto han quitado. Fue Mario Tronti con “Obreros y capital” quien nuevamente la sacó a relucir. Sin embargo dudo mucho que la indicación de descender a los laboratorios de la producción ayude a comprender algún secreto. Para comprender el funcionamiento del capitalismo debemos tomar en cuenta la proliferación de formas económicas de mercado, aunque no necesariamente capitalistas. Y también de la simultaneidad de diversos modelos de capitalismo.
- El “mundo no será plano”, pero entonces ¿por qué no pensar que existen también, simultáneamente, diversos modelos productivos interdependientes entre sí? Silicon Valley, por ejemplo, no puede existir sin el “lager” donde se producen microchips con una fuerza de trabajo casi reducida a la esclavitud o a una condición carcelaria. En otras palabras, la high-tech o las biotecnologías tienen un doble ligamen con la militarización del trabajo, presente tanto en el norte como en el sur del mundo…
- Habría que escribir otro libro para responder a esta pregunta. Por el momento, lo que me interesa es comprender el papel jugado por el militarismo. Muchas innovaciones productivas han sido consecuencia, por ejemplo, de la producción de armas. Por otra parte, soy polémico con quienes hacen coincidir al capitalismo con su fase industrial.
- Silicon Valley no es industrialismo…..
- Cierto. Estoy convencido de la crisis del fordismo. Si hay que hablar de un modelo productivo emergente, éste es Wal Mart. Repito: si se quiere entender cómo el capitalismo ha ejercido su hegemonía sobre gran parte de la población mundial, hay que tratar de comprender la relación entre militarismo e imperialismo. Lo cual significa expansión y conquista territorial. Por ejemplo, el capitalismo se ha desarrollado a través de la esclavitud…
- Pero en los Estados Unidos la esclavitud convivía con la industria del acero que innova profundamente la producción…
- Si, pero el elemento fundamental para comprender la difusión del capitalismo y la hegemonía que ejerce en el mundo debe comprender el papel del militarismo, de la potencia militar. He dicho hace un momento que existe una actitud hacia la insubordinación en la sociedad china. Pero no se comprende cual es la relación entre esta conflictividad difusa y el poder político. ¿Como se resuelve entonces la relación entre movimientos e instituciones?
La revolución ha constituido una vertiente en la historia china. Desde entonces el arbitrio del estado puede ser contestado. Y cuando ocurre, las formas de la crítica van desde la huelga hasta la verdadera revuelta. Durante una visita a China he hablado con un cuadro del partido que había constituido una joint-venture con una empresa francesa para la producción de champagne en China. Llegados a un cierto punto, la sección local del partido propuso la expropiación de la tierra. Los campesinos secuestraron a los dirigentes de haciendas, los funcionarios estatales y los del partido, poniendo una condición: “los liberamos solo si firman un acuerdo de que la tierra continuaremos cultivándola nosotros”. El partido firmó el acuerdo rápidamente.
Me gusta recordar este episodio porque indica claramente que el partido puede decidir esto o aquello, pero si los hombres y mujeres objeto de las decisiones no están de acuerdo no se andan con sutilezas, porque se sienten legitimados por algunos principios de base de la revolución.
- Por lo que dice no está precisamente en sintonía con quienes sostienen que el neoliberalismo es el modelo hegemónico del capitalismo….
- El neoliberalismo ha sido un paréntesis de locura con el que los Estados Unidos y su fiel aliada, Inglaterra, han tratado de imponer, por las buenas o por las malas, su modelo. Pero ambos han fracasado, como testimonian la caída de las bolsas y la derrota estadounidense en Iraq. Estamos en una fase turbulenta cuyas salidas son todavía difíciles de prever. Por el momento, grande es el desorden bajo el cielo, pero no sé si la situación es excelente.
Montserrat Galcerán Huget, Universidad Nómada:
En este marco conceptual el autor define la cuestión central del s. XXI con las siguientes palabras: “si, y en qué condiciones, el ascenso chino, con todas sus deficiencias y probables reveses futuros, puede considerarse un presagio de esa mayor igualdad y mutuo respeto entre los pueblos europeos y no europeos, que Adam Smith preveía y propugnaba hace 230 años” (p. 393).
Esta doble referencia al proceso chino y a A. Smith, presente en el propio título del libro, nos indica que el análisis se desarrolla en dos líneas esenciales: una, estudiar las transformaciones económicas en China, no como prueba de la capacidad de arrastre del credo neo-liberal, sino más bien como resultado de prácticas de economía mercantil que se remontan a tiempos antiguos, y que permitieron que aquel país mantuviera durante siglos lo que el autor denomina “equilibrio económico de alto nivel”, de tal modo que, si ya el desarrollo tradicional de China parecía demostrar la discrepancia entre los procesos de formación del mercado y los del desarrollo capitalista, la hibridación actual entre una economía intensiva en trabajo y la preponderancia de la producción para el mercado internacional – clave en su resurgimiento-, abriría la vía a un proceso alternativo al estilo (capitalista) americano de vida.
Como segunda línea el autor propone una reinterpretación del legado económico de Adam Smith, en una clave que permite distinguir dos vías de desarrollo socio-económico: la revolución industrial de Occidente que, unida a un mercado capitalista, dió lugar al desarrollo capitalista clásico teorizado por Marx, y la vía “industriosa” (la terminología es de K.Sugihara) que, unida a un mercado no capitalista, propició el desarrollo “natural” de Oriente. O dicho de otra manera, un desarrollo que explota las potencialidades de crecimiento del mercado y profundiza la división social del trabajo, pero no altera sustancialmente el entorno como sería el modelo oriental, a diferencia de otro que, centrándose en el comercio a larga distancia y en la producción para la exportación, lo destruye, como ocurre en el modelo occidental clásico. La existencia de esa otra vía refuerza la tesis anteriormente expuesta, de que en China se está dando un desarrollo alternativo, el cual, si este país llegara a ocupar una posición hegemónica mundial dado el declive de la hegemonía americana, podría suponer un profundo cambio en las relaciones geopolíticas globales. La argumentación teórica sobre las dos vías de desarrollo del mercado apuntala teóricamente esa conclusión.
Porque el declive americano constituye la contra-imagen del ascenso de China; de hecho es el contrapunto del tema principal, al que el autor dedica una parte sustanciosa de la obra. Al hilo de la discusión, por una parte con R. Brenner y de otra con D. Harvey, argumenta que la depresión económica de los años 70 del pasado siglo, marcada por la contracción de los beneficios empresariales, fue profundizada por la resistencia de los trabajadores a cargar con el peso de la crisis, y por el declive de la hegemonía americana a partir de la derrota de Vietnam. Por tanto en su interpretación no se trata tanto, o no se trata sólo, de los efectos de la competencia inter-capitalista, como había subrayado Brenner, cuanto de que esta competencia, así como las luchas anteriormente mencionadas entre capital y trabajo, se inscriben en una dinámica geopolítica que les imprime su sello: el declive de la hegemonía americana. “Interpreto la crisis de rentabilidad como un aspecto de una crisis de hegemonía más amplia” (p. 172), a la que define como aquella “situación en la que el Estado hegemónico vigente carece de los medios o de la voluntad para seguir impulsando el sistema interestatal en una dirección que sea ampliamente percibida como favorable, no sólo para su propio poder sino para el poder colectivo de los grupos dominantes del sistema” (p. 160).
En una situación de ese tipo, el centro declinante – ni que decir tiene que Arrighi inscribe su análisis en la teoría más amplia de los ciclos económicos del sistema-mundo, desarrollada entre otros textos en su conocida obra El largo siglo XX- en una situación de ese tipo, decía, el centro declinante puede intentar mantener una “dominación sin hegemonía” arrastrando a los otros agentes del sistema mundial a confrontaciones bélicas de desigual resultado e, inclusive, despeñándose en un abismo sin fondo como parece ser la guerra en Irak. Para Arrighi la estrategia seguida por Bush tras el 11 de septiembre es más que una muestra del intento por reconfigurar la maltrecha hegemonía americana: “El objetivo de la guerra contra el terror no era únicamente capturar terroristas, sino reconfigurar la geografía política de Asia occidental con el objetivo de iniciar un nuevo siglo americano”; en este marco “la invasión de Irak…pretendía ser una primera operación táctica en una estrategia a largo plazo destinada […] a establecer el control estadounidense sobre el grifo global del petróleo y, por lo tanto, sobre la economía global durante otros cincuenta años o más” (p 194 y 202). A pesar del caos en Irak e incluso de la aventura en Líbano en el verano de 2005, esta estrategia no ha cosechado más que fracasos, como demuestra el descenso continuado del dólar profundizado por la crisis financiera del verano de 2007, que marca el hundimiento del proyecto imperial neoconservador americano.
Hasta aquí las tesis de Arrighi son tremendamente coherentes, al menos en su trazado general. Quedan sin embargo algunos puntos oscuros: el primero es la extraordinaria importancia concedida a los “agentes políticos”, especialmente los Estados, como actores históricos y económicos, hasta el punto de que la distinción entre “sociedad de mercado” y “sociedad capitalista de mercado” reposa en que el Estado actúe o no actúe como un poder sometido al interés capitalista de clase, o sea al incremento de la acumulación. Según afirma textualmente: “el carácter capitalista del desarrollo basado en el mercado […] está determinado […] por la relación del poder del Estado con el capital. Se pueden añadir tantos capitalistas como se quiera a una economía de mercado, pero a menos que el Estado se subordine a su interés de clase, la economía de mercado sigue siendo no-capitalista” (p. 345).
¿Qué define el interés de clase que, incorporado por el Estado, asegura el carácter capitalista de la sociedad de mercado? El autor no lo define aunque, por el contexto, podemos adivinar que, en tanto el proceso de intercambio mercantil no se subordine a los mecanismos de acumulación y en especial de “acumulación por desposesión” (la terminología es de D. Harvey) generando un proceso sin fin de acumulación por la acumulación, sino que siga atendiendo a las necesidades de mejora económica y social de las poblaciones asentadas en el territorio, ese proceso no sucumbirá a aquella fatal deriva.
Por esta razón puede afirmar que “el ascenso económico de Asia”, en especial si ese ascenso puede proseguir de modo pacífico, garantiza por sí mismo un aumento de la igualdad en el mundo – al menos de la igualdad entre naciones y/o entre regiones del mundo, si no entre individuos o entre clases – y puede propiciar un nuevo Bandung, o sea un nuevo reparto de poder e influencia entre el Norte y el Sur global. La ausencia, sin embargo, de cualquier perspectiva que evalúe las diferencias internas – de clase, de género, de raza,- y el exagerado protagonismo de los agentes político-estatales, no permiten matizar, siquiera sea someramente, aquella afirmación.
El segundo punto oscuro surge al sugerir una distinción entre el interés del capital global del Norte– ocupado cada vez más en amplias operaciones financieras que elevan la rentabilidad pero generan efectos altamente depredadores- y el interés de la potencia hegemónica, USA, cuyo intento por reconfigurar un “poder imperial” ha fracasado irremisiblemente. Esta distancia entre un capital financiero altamente móvil y las dificultades del centro hegemónico para imponer políticas a escala global que le sean favorables, marcaría todavía más el declive de la primera potencia del mundo que, si bien sigue siéndolo a nivel militar, está – cosa curiosa – más endeudada que ninguna otra, siendo sus acreedores – cosa doblemente curiosa – los Estados y agentes empresariales emergentes del Asia oriental. Es decir que mientras el capital financiero propiamente capitalista – el del Norte- se lanza a operaciones de alto riesgo, surgen poderes financieros sustentados en los enormes superávits de los países emergentes, especialmente los chinos.
Esta circunstancia contribuye a mantener las opciones tremendamente abiertas: difícilmente un Estado tan endeudado como la actual USA logrará construir un New Deal a escala global – punto en el que Arrighi disiente de su amigo D. Harvey – pero, por eso mismo, no parece previsible que pueda prolongar su dominación, desprovista de hegemonía.
¿Cuáles podrían ser los agentes que precipitaran la situación? Por lo dicho anteriormente no parece que el autor confíe demasiado en los movimientos sociales, cuyas luchas entiende siempre como luchas defensivas incluso si, en el mejor de los casos, logran forzar a las élites dirigentes a introducir cambios que respeten sus intereses. ¿Pero cabe esperar que las élites de los centros emergentes y especialmente las élites chinas serán tan perspicaces de escapar a las añagazas de la política exterior americana y preparar para su pueblo – y por extensión para la Humanidad en su conjunto- ese estado de mayor igualdad y cooperación? ¿Podemos confiar en que un nuevo orden mundial, centrado en China, termine, o al menos debilite, los enfrentamientos militares entre las potencias? Y en tanto que sujetos europeos occidentales ¿nos cabe luchar por ello?
Arrighi no ofrece una respuesta concluyente. El final del libro deja abiertas varias posibilidades, dibujando sólo una alternativa entre una opción catastrófica en el caso de que China siguiera la pauta (capitalista) estadounidense y la otra, relativamente más tranquilizadora, si la abandonara. La apuesta del autor se inclina claramente por la segunda, aunque con cautela: “Si la reorientación consigue revitalizar y consolidar las tradiciones chinas de desarrollo autocentrado basado en el mercado, acumulación sin desposesión, movilización de los recursos humanos más que de los no-humanos y gobierno mediante la participación de las masas en la toma de decisiones, entonces es probable que China esté en condiciones de contribuir decisivamente al surgimiento de una comunidad de civilizaciones auténticamente respetuosa hacia las diferencias culturales; pero si la reorientación fracasa, China puede muy bien convertirse en un nuevo foco de caos social y político que facilite los intentos del Norte por restablecer un dominio global que se desmorona o …ayude a la Humanidad a arder en los horrores ( o las glorias) de la creciente violencia que acompaña la liquidación del orden mundial de la Guerra Fría” (p. 403).
A pesar de no estar cerrada, la opción del autor parece ser clara: el futuro del s. XXI no se juega en los movimientos europeos, ni siquiera en Latinoamérica -a pesar de su claro protagonismo – ni en Oriente próximo, con todo su caos y violencia, sino en el ascenso de ese nuevo centro de la economía-mundo: el mercado asiático y en especial el chino, con su poder para crear en torno suyo una nueva economía global.
Montserrat Galcerán Huget, de Traficantes de sueños
El relato de Arrighi comienza también en el Renacimiento, con el ascenso de la banca genovesa en el siglo XIV, en lugar del absolutismo español del siglo XVI. Su forma es cíclica. La expansión capitalista siempre es material en un principio, esto es, una inversión en la producción de bienes, y la conquista de mercados. Pero cuando el exceso de competencia hace que caigan los precios, se produce un brusco cambio hacia la expansión financiera —inversión en especulación e intermediación— en tanto que vía de escape. Cuando a su vez ésta pierde vigor, deja paso a un “tiempo de caos sistémico”, en el que los capitales territoriales rivales resuelven sus diferencias mediante sus respectivos Estados, en el campo de batalla militar. El Estado que surge victorioso de esas guerras establece una hegemonía en todo el sistema que permite un nuevo ciclo de expansión material para comenzar de nuevo. Esa hegemonía suele implicar un nuevo modelo de producción, que asocia capitalismo y territorialismo con arreglo a modalidades inauditas, capaz de convencer a todos los demás Estados de que la potencia hegemónica es la “fuerza motriz de una expansión general del poder de todas las clases dominantes sobre sus súbditos”, que descansa en un bloque social más amplio. De la Guerra de los Treinta Años surgió la hegemonía holandesa (finanzas globales más monopolio comercial); de las Guerras napoleónicas, la hegemonía británica (finanzas globales, predominio en el libre comercio, primer sistema fabril); de las dos Guerras Mundiales, la hegemonía estadounidense (finanzas globales, predominio en el libre comercio y corporaciones industriales). ¿Y hoy? Como Hardt y Negri, Arrighi considera las revueltas antiimperialistas y obreras como el moderno punto de inflexión, que pone fin al ciclo de expansión material, forzando al capitalismo a la fuite en avant de la expansión financiera. Un ciclo que ahora se está agotando a su vez, del mismo modo que la hegemonía estadounidense entra en una crisis total en Iraq. ¿Qué va a pasar ahora? La clase trabajadora mundial no ha dejado de cobrar fuerza (véase Fuerzas de trabajo, de Beverly Silver), pero el gran desarrollo es el ascenso de Extremo Oriente.
A principios de la década de 1990, centrándose en Japón, Arrighi pensaba que había tres posibles futuros para la humanidad: un imperio mundial, es decir, una reafirmación del control imperial estadounidense sobre el globo; una sociedad mundial de mercado, en la que Extremo Oriente, bajo la dirección de Japón, podría contrarrestar a Estados Unidos de tal suerte que ningún Estado podría por sí solo seguir ejerciendo la hegemonía; o el descenso a un estado de guerra generalizada, en un ataque final de caos sistémico que podría destruir el planeta. Una década más tarde, con el ascenso aún más preñado de consecuencias de China, descarta la primera posibilidad, conservando sólo la esperanzadora segunda y —diminuendo— la catastrófica tercera. El surgimiento de una sociedad mundial de mercado, predicha hace ya mucho tiempo por Adam Smith, significaría el final del capitalismo, puesto que el nexo entre el Estado y las finanzas, nacido de una rivalidad interestatal, que define a aquel, habría desaparecido; y la llegada de la tan esperada y necesaria equiparación de la riqueza entre los pueblos de la tierra, que él mismo auspiciaba.
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