28 may 2008

¿QUÉ ES UN EXTRANJERO? ¿CÓMO ANULAR AL EXTRANJERO?


.¿QUÉ ES UN EXTRANJERO?

Quizá la definición más ácida y precisa de la palabra "extranjero" se encuentre en el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce. Cito literalmente: "Extranjero.- Perteneciente a un país inferior".

Así es. Si no construyéramos un "ellos" definido, difícilmente podríamos construir nuestra sagrada "identidad". La expresión castellana no puede ser más explícita: "nos-otros". Es necesario, pues, componer una artificiosa línea divisoria entre ellos y nosotros: construirla, imponerla y defenderla. Porque somos lo que no son ellos. Y por supuesto, nosotros estamos en un plano superior.

Pero los extranjeros, por regla general, se resisten a aceptar tal división. Por rebeldía o desesperación, denuncian su arbitrariedad, exponen su fragilidad, desmienten el supuesto carácter natural de las barreras. Porque las líneas divisorias –todas- son imaginarias. Al fin y al cabo, la presencia de un número creciente de extranjeros en nuestras sociedades constituye la mejor prueba de que toda frontera puede ser cruzada y modificada.

El extranjero tampoco es un ser desconocido. No es una más de esas figuras intercambiables y sin rostro con las que me cruzo cada día por la calle. No es una de esas siluetas difuminadas y a las que veo pero no observo, a las que oigo pero nunca escucho. El extranjero, por el contrario, es alguien a quien miro y observo, alguien a quien oigo y escucho, alguien que me llama poderosamente la atención. Y es precisamente esa notoriedad lo que hace que su presencia me sorprenda, me inquiete, me incomode y, en ocasiones, me amenace. Los extranjeros no son amigos ni enemigos; son los "otros". Son extraños. Extraños de quienes no sé qué puedo esperar.

"Un algo que no encaja en mi idea del mundo", he ahí otra definición del extranjero. Un algo que, por lo demás, no tiene nada de malo en sí mismo: es el estar fuera de lugar lo que hace de él un ser repugnante e indeseable (Jean-Marie le Pen, en 2002, afirmó que no tenía nada contra los africanos; simplemente deseaba que se marcharan a África, por ser su "hábitat" natural).

La línea divisoria está trazada. Nosotros somos, ellos simplemente están. La masa de inmigrantes será respetada en la medida en que contribuya a aumentar nuestras posibilidades comerciales (más consumo, a la vez que una mano de obra más barata), y sobre todo, en la medida en que nos permita fortalecer la coherencia y solidaridad entre nosotros. Por eso la estrategia tiene una dimensión ambigua: los extranjeros son necesarios, pero sólo pueden desempeñar el rol que les hemos asignado previamente. Nada incomoda más que un disidente próximo, similar y confundido con nosotros. El traidor, el renegado y el mestizo son mucho más temibles que el enemigo declarado. El hereje es más odioso que el infiel.


¿CÓMO ANULAR AL EXTRANJERO?

Conviene mantenerlos separados. La división tajante entre el "adentro" y el "afuera", la separación artificial entre lo celebrado como "normal" y lo caricaturizado como "extraño", obliga a los Estados-nación a diseñar políticas que ubiquen toda esa "masa inmigrante" dentro de un marco concreto y previsible; en decir, en un marco controlable. Y dos son las estrategias que, como bien apuntó Levi-Strauss, se han programado para la disolución de la "masa inmigrante".

La primera estrategia, fácilmente reconocible como una forma de racismo expreso, consiste básicamente en devorar al extranjero. Se trata de caricaturizarlo, estigmatizarlo, perseguirlo, criminalizarlo, humillarlo y expulsarlo, ya sea más allá de los límites del Estado-nación, ya sea más allá de los muros construidos para protegernos de esos seres excedentes.

Si la primera medida falla o simplemente es inviable, entonces los Estados-nación aplicarán la siempre sutil estrategia del racismo amable y silencioso, muchas veces definido como "proceso de asimilación cultural". Así, con la excusa de obligarles a respetar los derechos cívicos comunes (algo lógico y comprensible), también se acomete una auténtica castración cultural del extranjero. Es la enésima aplicación de la estrategia del miedo. Para evitar que los otros nos devoren (¿de verdad son tan poderosos?), somos nosotros los que devoramos las partes no digeribles del legado cultural del Otro.

Si las estrategias anteriores fallan, entonces habrá que aceptar que el extranjero viva con nosotros. Eso sí, en ningún caso lo aceptaremos tal cual es: deberá aprender nuestra lengua, deberá tener siempre un puesto de trabajo (es decir, un amo) y deberá aceptar que ni él ni su familia pueden ascender tranquilamente en la escala social. Si transgrede estas normas, entonces se mantendrá el estigma: seguirá perteneciendo al siniestro grupo de los "otros", esos seres cuya presencia nadie reclamó y que ahora ponen en peligro nuestra sagrada "cultura nacional".

Por último, si los extranjeros deciden renunciar a su herencia cultural y optan por la integración, no todos aplaudirán sus esfuerzos. Por más que se esfuercen en imitar nuestra lengua, nuestro acento y nuestras costumbres, los extranjeros nunca dejarán de cometer errores. Su comportamiento nunca dejará de resultar algo imperfecto, tosco y ridículo, cual vulgar caricatura de nosotros.

Algunos desacreditarán esas torpes imitaciones y se burlarán de sus esfuerzos; al fin y al cabo, el torpe extranjero nunca podrá ser algo más que una versión impura e imperfecta de nosotros. Se produce así una nueva forma de estigmatización del Otro, en este caso a través de la caricatura y la apariencia cómica. Pero en la burla y en la mofa siempre aparecerán pequeñas notas de ansiedad y de amargura resentida. Nuestras costumbres, nuestra vida, nuestra "refinada cultura", todo aquello en lo que nos hemos formado y que nos parece reconocible, aparece ahora representado en un espejo cóncavo, deformante y humillante. Nuestra sagrada identidad se desdibuja. Si quedamos confundidos con los "otros", ¿qué somos "nos-otros"?

Decía Heráclito que sólo se ajusta lo que se opone, que la armonía más bella nace de las diferencias y que la discordia es la ley de todo el devenir. En nuestro mundo posmoderno y neoliberal, sin embargo, la tolerancia multiculturalista se ha mostrado en la práctica como una impostura que sólo admite la diferencia cuando el Otro no es más que un Otro reducido; es decir, en la medida en que ya no es verdaderamente un Otro. Y así llegamos a la gran paradoja del capitalismo posmoderno: mientras se consolida de manera inexorable una "comunidad global" donde las mercancías y los capitales traspasan las fronteras a un ritmo vertiginoso, unas siniestras zonas de sombra se van dilatando para recluir a aquellos seres que, por ser inimaginables o superfluos, sólo tienen espacio en guetos, prisiones, campos de refugiados o centros de internamiento para extranjeros, donde cumplen condena por haber cometido un delito irónicamente posmoderno: cruzar una frontera.



2 comentarios:

Sebas Martín dijo...

Muy bueno y eficaz el final del post, admirado Crates. Es un placer leerle.

Como habitualmente, a mi juicio el problema está en que el orden actual se fundamenta en resortes muy elementales pero eficaces de la complexión humana, en la que el temor irracional a la diferencia es ancestral. Y quizá por anacronismo, continuo percibiendo una clara dimensión económica en este asunto, que, sin embargo, es constantemente postergada en los medios.

Un saludo afectuoso

Franz Biberkopf dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Dick. Te pido disculpas, de paso, por haber tardado tanto en publicarlo. Por alguna extraña razón no llegó a mi e-mail y me lo he encontrado en la carpeta de moderación.

Para mí el problema de la inmigración tiene una clara raíz socioeconómica. No me parece en absoluto anacrónico seguir mirando estas profundas fracturas sociales a través de esa matriz socioeconómica. Sin embargo, el enfoque de la disciplinas y la normalización también me ha permitido ver otras formas de estigmatización que se superponen a las diferencias de clase. Esas otras formas de exclusión a veces son meros constructos ideológicos que intentan oscurecer los problemas de clase y las narrativas sociales. En algunos casos, por cierto, las etiquetas tipo "enfermo mental", "inmigrante ilegal", "repatriable" y demás pueden llegar a ser estigmas aún más devastadores que la desigualdad socioeconómica en sí.

Lo que más me preocupa de la posición de la Unión Europea con respecto a la inmigración es la consolidación de todo ese discurso ideológico y tecnocrático que sólo tiene en cuenta al Otro cuando éste es una mercancía útil, reducida y productiva. Es decir, se trata de una estrategia discursiva en la que el verdadero Otro no tiene lugar: está excluido desde el inicio.

En el caso de los inmigrantes, por cierto, también me sigue resultando bastante útil el análisis que hizo Marx sobre las leyes de pobres y vagabundos en el primer tomo de El Capital. Para mí el inmigrante ha venido a ocupar esa posición de sujeto peligroso, incontrolable y redundante que supone una amenaza para el orden social. De ahí que al inmigrante se le exija siempre un "contrato de trabajo", es decir, un Amo. ¿Y si el inmigrante fuese "un empresario de sí" con "iniciativa" y "espíritu emprendedor" y quisiera "construir su propio proyecto"?